La alquimia, la búsqueda simbólica de lo humano
La antigua práctica alquímica tiene aún numerosas lecciones que darnos…
“Los verdaderos alquimistas no transforman el plomo en oro, transforman el mundo en palabras”, afirmó el escritor William H. Gass, al hablar de los muchos modos de alquimia que la humanidad ha creado. Y es que no se trata solo de un quehacer asociado con la química primitiva, tampoco es un tipo de brujería antigua o una práctica meramente espiritual que pretendía convertir el plomo en oro y otras sustancias en vehículos de inmortalidad. La alquimia es muchas cosas al mismo tiempo y aún en una era como la nuestra, esta antigua disciplina guarda lecciones invaluables para la realidad actual de la humanidad.
Entender la alquimia implica conocer sus símbolos, lo que puede llevarnos a descubrir esta práctica como un puente entre la realidad del hombre y lo que alguna vez imaginó de ella —una búsqueda interminable de conocimiento para encontrar la sabiduría, ahí donde sea que estuviera. La alquimia fue también una escuela que mezcló la magia y la ciencia, dos mundos (uno visible y otro invisible) que, si bien hoy existen alejados, tienen el mismo origen: la voluntad de entender e interactuar con el universo.
La historia de la alquimia
Según una gran cantidad de expertos, esta práctica milenaria nació de forma paralela e independiente, con algunos siglos de diferencia, en China y en Egipto. La práctica alquímica que conocemos en Occidente viene del segundo, en particular de ese momento en el que Alejandro Magno invadió el Imperio Persa y logró construir cerca del Río Nilo un verdadero crisol de culturas.
Fue así como la alquimia se configuró como una nueva forma de conocimiento influenciada esencialmente por tres tradiciones: la cosmogonía egipcia; las escuelas filosóficas de la época alejandrina (que engloban el pensamiento oriental, griego y romano); y las escuelas de orfebrería en las que los artesanos transmitían su conocimiento de los minerales y las piedras de generación en generación.
Sin embargo, lo que detonó el éxito de la alquimia fue un códice conocido como Ms. Marcianus que recopila varios textos alquímicos hechos en Bizancio durante los siglos VI y VII. Este escrito logró transmitir a Occidente una ciencia dedicada a develar los secretos de la naturaleza y se hizo famoso gracias a la proliferación de traducciones del árabe al latín que hubo en la época antigua. No hay que olvidar que en ese momento los árabes eran grandes estudiosos de matemáticas y medicina.
Tras la propagación de esta antología, la alquimia encontró su lugar en la historia y aunque se usaba desde la Edad Media, su época de esplendor fue en el siglo XVII, año en el que se publicaron más libros sobre el tema y en el que las distintas monarquías financiaban los laboratorios de los inventores. Como ejemplo no está de más recordar a Rodolfo II —archiduque austriaco, rey de Hungría y Bohemia y emperador del Sacro Imperio Romano Germánico— cuya habitación privada estaba equipada con un taller de alquimia.
La alquimia era tan importante para la cultura que incluso era practicada por Newton, que además de hacer aportaciones en matemáticas y física, era alquimista; tenía un laboratorio propio, y muchos de sus allegados aseguraban que estuvo a punto de encontrar la piedra filosofal.
El oro y la piedra filosofal
Las rocas son el elemento más común en la Tierra, el más fácil de encontrar, pero el más difícil de fabricar. Para los alquimistas, las piedras son uno de los elementos más misteriosos que hay sobre el planeta, ya que no solo tienen la capacidad de transformarse en metales preciosos, sino que si se mezclan con el líquido que deja un metal fundido (desde plomo, hasta bronce), pueden darle vida eterna a los seres humanos. Así de poderosas son las piedras en el mundo alquímico.
Las rocas eran tan importantes que, para estudiarlas, los alquimistas las sometían a todos los procesos de transformación física posibles. Pensaban que solo si pasaba por todos los estados posibles, estaría lista para desplegar su inmenso poder: dar vida eterna y riqueza sin límites. Para hacer estos experimentos, se usaba un método conocido como Magnum Opus, un complejo proceso químico en el que se mezclaban sustancias, hasta que lo inimaginable sucediera.
El caso del oro es muy similar. Los alquimistas tenían la creencia de que este metal era capaz de dar vida al que lo poseía, por lo que al tener el secreto de su preparación tendrían también el poder de dar y tener la existencia eterna. Para lograr esta tarea, fundían toda clase de metales y vertían, como una cascada viscosa, el líquido sobre una piedra.
Como dato curioso, el primer escrito que hace referencia a la transmutación del metal es un tratado del siglo I atribuido a María la judía, en el que se habla de la posibilidad de hacer que un metal cualquiera se convierta en oro.
Los símbolos
La alquimia solo se enseñaba a aprendices que, al entrar a sus talleres, tenían prohibido difundir su conocimiento. Los alquimistas crearon círculos cerrados y exclusivos en los que los maestros elegían a los alumnos, herederos de su vasta sabiduría. En estas escuelas-taller se aprendía una serie de símbolos y palabras tan codificados que hoy no se han podido traducir por completo.
Aunque muchos alquimistas sí dejaron registrado, paso a paso, el resultado de sus exploraciones, los ingredientes estaban escondidos detrás de imágenes o símbolos, y eran nombrados con palabras extrañas, muchas de las cuales, aún hoy no han podido ser traducidas.
De las cosas que sí han logrado descifrar (y que deslumbran por su belleza) tenemos, por ejemplo, a un león verde tragándose al sol, que es el símbolo indica la presencia de un ácido capaz de disolver el azufre. También es posible encontrar, en algunos códices y escritos, un pavorreal en el interior de una garrafa; su cola representa un color que se podría convertir en el elixir rojo.
Se sabe también que para buscar la piedra filosofal se usaba el mercurio y que todas las mezclas se purificaban una y otra vez por medio del fuego. Por su parte las distintas fases o pasos de estos procesos eran representados por colores distintos. Para ellos, el negro cambiaba a blanco, luego a amarillo y después a rojo dentro de los procesos alquímicos.
Vale la pena mencionar que, aunque el significado de la simbología alquímica no ha sido decodificado por completo, las imágenes de sus libros y tratados son pequeñas obras de arte en sí mismas que nos muestran el gran valor que tenían para ellos sus experimentos. Pero, más allá de su profunda belleza y su valor como obras de arte, los tratados alquímicos que han sobrevivido hasta nuestros días son capaces de recordarnos nuestra propia naturaleza. La alquimia refleja, a través de sus símbolos, experimentos y principios, la interioridad humana: nuestra búsqueda de la inmortalidad, nuestra necesidad de unión, de metaforización, de comprensión, de transformación y, también, de magia.