Miksang o sobre la fotografía contemplativa
Es posible meditar a través de la lente de una cámara fotográfica, y hacerlo nos regala la posibilidad de captar la realidad como si nunca antes la hubiéramos visto.
Las fotografías están ahí, esperando que las captures.
—Robert Capa
El universo humano se mueve a gran velocidad, y hoy más que nunca. Dentro de esa vorágine de voces y sucesos, sonidos y estímulos visuales, a veces es difícil atender las cosas pequeñas —poder contemplar la realidad en su pureza más simple. Una buena forma de reparar en esos pequeños trozos de belleza implica desarrollar nuestra capacidad de poner atención a eso que nos rodea: texturas, sombras, colores, formas y detalles que muchas veces pasamos por alto (uno de los grandes beneficios de la práctica de la atención plena). Otra forma de acercarnos a esa manera de ser-estar es el arte, en particular expresiones como la fotografía contemplativa, disciplina que también lleva el nombre de miksang (palabra tibetana que podría traducirse como “buen ojo”). Esta práctica nace de la posibilidad de estar absolutamente presente en un momento dado, en un lugar específico.
La práctica de la fotografía contemplativa implica construir una nueva realidad desde nuestra mirada (capturada en un espacio y momento definido), crear un puente entre lo que sentimos y nuestros sentidos. En otras palabras, esta práctica —tan espiritual como artística— es una invitación a meditar a través de un instrumento específico: la cámara fotográfica. Practicar esta clase de fotografía tiene grandes beneficios a pesar de abrevar de cosas pequeñas, mundanas, inadvertidas y aparentemente insignificantes.
El miksang es una disciplina que se aprende al observar minuciosamente la manera en que vemos el mundo, y parte de una premisa simple: es posible elegir cómo observar lo que nos rodea. El resultado es valioso y, sobre todo, disfrutable: es la oportunidad de observar el mundo que vemos todos los días como un lugar fresco, nuevo y asombroso.
La historia del miksang
Como ya se mencionó, miksang es un concepto tibetano que se traduce como “buen ojo”. Se basa en las enseñanzas de Chögyam Trungpa Rinpoche, maestro tibetano que en vida se dedicó a reinterpretar el budismo a través del arte y del aprendizaje del Shambhala —reino legendario del Tíbet y otros pueblos asiáticos del cual provenían todos los conocimientos y la cultura sobre los cuales estaban fundadas sus civilizaciones.
Para Chögyam Trungpa Rinpoche, la fotografía contemplativa era, esencialmente, la posibilidad de dejar de ver para aprender a observar, de buscar una manera de sincronizar la vista con la mente y encontrar la belleza en su forma más pura, sin ideas preconcebidas respecto a cómo deben ser las cosas.
Aprender a contemplar el mundo
La fotografía contemplativa invita a la sincronización —en una sola experiencia y gesto expresivo— de los ojos y la mente. Su objetivo es hacer que, al redirigir nuestra mirada a nuestras emociones, adquiramos el hábito de purificar nuestra percepción-comprensión y plasmarla en una imagen; regalándonos así la oportunidad de apreciar la vida con la misma delicadeza y atención con la que observamos una pieza de arte y nos maravillamos por la poética del pintor.
Así, el miksang es el arte de sintetizar lo que ven los ojos, lo que aquello que ven nos hace sentir y lo que, de hecho, está ahí. Esta capacidad es una buena forma de trascender nuestros límites creativos y es capaz de quitarnos un cierto tipo de ceguera que no sabíamos que teníamos, una que condiciona de forma inadvertida nuestra forma de ver y, por lo tanto, de ser. Además, como toda forma de meditación, esta práctica es capaz de reducir el estrés y la ansiedad, y sentar las bases para una mente más atenta y sosegada.
Para realizar este tipo de meditación se necesita mucho más que una cámara. Primero, es necesario elegir algo que nos genera un sentimiento de admiración o belleza: una forma, un color, un tipo de luz o una textura (no importa su tamaño); después, hay que observarlo, de manera sutil y minuciosa, hasta que la mente y la mirada se hagan uno —hasta que el objeto se desnude de su explicación objetiva y se convierta en una expresión última de la belleza. Una vez que se alcanza este estado, la percepción se vuelve la guía y una fotografía es el resultado.
¿Cómo evoluciona nuestra vista?
Antes de aprender a hablar, el ser humano aprecia la vida desde los estímulos más simples: los colores, las luces, las formas, etcétera. A pesar de no saber cómo se llaman las cosas o qué son, el simple acto de mirarlas es hipnotizante; quizá porque al hacerlo se generan toda clase de construcciones placenteras, como la curiosidad, el asombro y la sorpresa.
Al crecer, nuestra relación con los ojos se incorpora naturalmente como resultado de nuestra comprensión del mundo y de diversos mecanismos de sobrevivencia. Así es como ese pasmo esencial se diluye en un mundo que creemos conocer y entender. De pronto, esas figuras que atravesaron nuestras pupilas de forma abstracta y poética, se convirtieron en palabras asociadas directamente a una imagen y a un concepto.
Pero el perder esa pureza en nuestra percepción es un camino que puede revertirse, y la fotografía contemplativa es una vía placentera de volver a sorprendernos con lo que nos rodea, como si estuviéramos viendo algo por primera vez.
Los flashes de percepción
La fotografía contemplativa es un camino para dejar a un lado las ideas preconcebidas sobre la belleza; por ejemplo, es una vía para ver la belleza ahí donde a veces no la encontramos. Casi todos nuestros pensamientos son parte de un monólogo interno que regula, segundo a segundo, nuestras actividades cotidianas. Esta voz que nos guía entre los deseos, las interrogantes y las certezas que hay en nuestra existencia, es capaz de disolver los estímulos puros que capturan los sentidos.
En ese sentido, al adentrarnos en el miksang y su esencia, se practica un tipo de meditación que permite entender (y experimentar) una experiencia completa y, sobre todo, serena. Ese momento, cuando el cerebro se detiene y podemos contemplar la realidad tal cual es —aquellos breves instantes de claridad—, se conoce como flashes de percepción.
Una vez que hemos dominado la posibilidad de vivir momentos puros, tenemos que aprender a discernir lo que vemos. Se trata de una técnica para mantener esa percepción y atención puras. Para lograr eso, es recomendable concentrarnos en una sola cosa, sin definirla, sin etiquetarla, solo sentirla. Tratemos de mantener ese sentimiento lo más que se pueda. Solo cuando se ha conquistado esto, se puede utilizar la cámara.
Una última recomendación para realizar una fotografía contemplativa, es aprender a capturar exactamente lo que vemos (sin dramatismo, sin filtros, sin exageraciones de ningún tipo). La intención es que la fotografía capture una parte de lo que percibimos y transmita el sentimiento que genera apreciar el presente y todos sus instantes. La realidad es un mar de olas gigantes, la única forma de atravesar es con paciencia y con entereza. La espera por la foto perfecta, la lucidez de saber a dónde tenemos que voltear a ver.