​​Anima mundi, el alma del mundo

27 | 10 | 2021

Un concepto antiguo que dota al mundo que habitamos con un alma —un recordatorio de la vida que existe en todos los elementos que nos rodean.

La humanidad atraviesa un momento singular en su historia. Vivimos una era en la que —a pesar de la hiperconexión que pareciéramos experimentar todos los días— predomina la desconexión en muchos niveles: con nosotros mismos y lo que sentimos; con quienes nos rodean; con el mundo que habitamos; y con los seres vivos con los que compartimos nuestro planeta. A pesar de esto, es posible recuperar ese contacto perdido y, muchas veces, la respuesta puede estar más cerca de lo que imaginamos. La historia del pensamiento y las filosofías humanas, en su vastedad, son espacios de donde es posible abrevar sabiduría para lograr modos de vida más generosos y conscientes. A propósito de la necesidad de buscar una armonía integral, vale la pena no solo escuchar las voces actuales que reparan en el problema, sino acudir al pensamiento clásico, a nuestro pasado. Un ejemplo perfecto de esto es el antiguo concepto de anima mundi o alma del mundo.

Anima mundi es un concepto antiguo y complejo, reproducido de distintas maneras en muchas filosofías antiguas, que sugiere la existencia de un alma del mundo —un espíritu etéreo que se resguarda en la naturaleza y que es el encargado de mover a la vida, una sustancia inefable que nos une con todo lo que habita el mundo y con el mundo mismo.

Los diálogos de Platón

Aunque el concepto de anima mundi ha sido rastreado en distintos pensamientos y épocas, la mayoría de los expertos plantean a Platón como uno de sus primeros exponentes. En uno de sus Diálogos, el filósofo presenta un monólogo en el que se explica el origen de un espíritu intangible, capaz de regular la vida del universo entero.

Para Platón, el mundo comenzó a existir tras una era de desorden y caos. Antes de eso, nuestro planeta era una gran masa en la que los elementos estaban mezclados y en constante movimiento. Entonces “el gran padre” ordenó todo. Primero, trajo el fuego y la tierra para crear un balance, después envió el aire y el agua para generar las proporciones. Finalmente, le dio un alma al mundo y lo convirtió en un ser vivo y único, una especie de mezcla invisible que reúne lo material y lo inmaterial. Es la combinación de muchas partes (semejantes y distintas) para generar un todo autónomo e inteligente.

El anima mundi y la antigua Grecia

En la antigüedad griega, se creía que el dios creador colocó en el centro de todo a la gran alma del mundo y luego la esparció en todas direcciones, haciendo que todos los seres y elementos de esta realidad compartieran una esencia. De acuerdo a este pensamiento, esta alma era poderosa, tenía la capacidad de viajar desde el centro del cuerpo a todas sus extremidades para así conseguir que cada cosa tuviera un espíritu único. De ella surge todo; ella es el camino para llegar al verdadero conocimiento.

El amor por la naturaleza

Para Platón, la vida es eminentemente natural. La naturaleza significa alma y armonía. En otras palabras, somos porque existe la naturaleza, y a la vez la naturaleza es el alma de todas las cosas, una entidad real y poderosa.

Para comprobar esto, Platón hace una pregunta y luego da su respuesta: ¿Qué pasaría si los hombres vieran por primera vez al mundo, el mar, el cielo, la tierra? Probablemente juzgarían que los dioses existen y que intentan probar su presencia no con su imagen, sino a través de las cosas.

El conocimiento del mundo no debe olvidar nunca la inteligencia del corazón.

Brahman (plegaria)

El hinduismo hizo una importante contribución al concepto del anima mundi a través de la idea  del Brahman: un alma capaz de enseñarnos la verdadera naturaleza de la humanidad. Este principio sugiere la existencia de una realidad superior que deambula por el universo, controla el movimiento, es indivisible y genera unidad entre los dioses.

Anattà (budismo)

Una de las grandes enseñanzas que el budismo ha regalado al mundo es su concepción de impermanencia, la conciencia absoluta de que todo fluye, nada se queda inmóvil. En ese sentido, la aportación que esta doctrina hizo al complejo concepto del anima mundi está relacionada con el cambio como modo de vida y realidad. Existe un alma, pero no se queda estática, constantemente se transforma, al igual que el cuerpo y los pensamientos.

Entender la transmutación del alma y dejar ir el egoísmo (es decir, la preponderancia del “yo”) es fundamental para atravesar los otros dos estados que tiene la existencia: el sufrimiento y el cambio permanente. En ese sentido, la aceptación de dicha transformación constante como naturaleza definitiva de todo lo que habita el universo (incluido el hombre, incluida la Tierra) es una manera de unirnos, justamente, a todo eso que en ocasiones percibimos como distinto o externo a nosotros.

Anima mundi en las profundidades

Una de las escritoras más cercanas al pensamiento de Carl Jung, Helen Luke, sostuvo que el alma es como una mujer que está a las orillas de un río tratando de encontrar una voz interior que le aconseje qué camino tomar; eventualmente, ella se da cuenta de que “la sabiduría solo se encuentra en la profundidad, nunca en la superficie, arriesgándonos a cometer errores y confiando en la naturaleza como algo vivo”. Así, en el pensamiento psicoanalítico, el alma del mundo se plantea como un espejo que nos permite vernos a nosotros mismos a través de lo que está fuera.

La conciencia de la Tierra como un todo viviente que respira, se mueve y cambia —un espacio que, además, es nuestra casa— es una forma de encarnar el concepto antiguo de anima mundi. Al respecto, el propio Jung escribió en un carta enviada en 1922, “quien mira afuera sueña, quien mira adentro despierta”. Tal vez, porque el acto de ver adentro es también capaz de acercarnos a las profundidades del mundo, de nosotros mismos.Más allá de las creencias personales o individuales, la noción del anima mundi —su historia e interpretaciones— nos ofrece la posibilidad de acercarnos a nuestro universo desde otras perspectivas. Del mismo modo nos invita a repensar y a reimaginar nuestra realidad desde una perspectiva donde el mundo, la Tierra, somos nosotros mismos —solo si estamos en armonía con la naturaleza (con nuestra propia esencia) lograremos alcanzar una existencia más consciente y gozosa.

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