Cenotes: espacios sagrados, joyas acuosas de la naturaleza
Sucesos geológicos que nos hablan sobre el pasado, sobre lo ritual y sobre la importancia de celebrar y proteger los grandes tesoros de nuestro planeta.
Nuestro improbable paso por este mundo puede entenderse de múltiples maneras y en distintos niveles. Tanto el conocimiento y asimilación de nuestras creencias y tradiciones ancestrales, como las explicaciones con enfoques científicos, nos invitan a encontrar e invocar, una a una, las piezas que conforman el infinito rompecabezas del que somos parte. Su secreto es simple y complejo a la vez: absolutamente todo se encuentra interconectado en una danza armónica y deslumbrante. Una metáfora única de esto son, sin lugar a dudas, los cenotes.
Del maya ts’onot (“hoyo de agua”, “abismo”) el cenote es un pozo natural profundo que contiene (y en algunos casos conecta subterráneamente) agua manantial producto de la filtración de la lluvia y de los ríos. Arterias de la tierra, los cenotes resultan de procesos que toman miles de años en suceder, y se forman a partir de la fracturación y erosión de las superficies rocosas porosas con el pasar del tiempo. Estos testigos de la historia natural del planeta pueblan el sureste de nuestro país, y su belleza y simbolismo son tales que estos espacios sostuvieron un papel ritual y espiritual protagónico en la cultura maya antigua.
Por la pureza de sus aguas, los cenotes fueron núcleos geográficos alrededor de los cuales se asentaron grupos y comunidades mayas. Así, estas hermosas formaciones cumplían una función vital, pero también sagrada: fueron escenarios simbólicos en donde se llevaron a cabo rituales dedicados a la fertilidad, la lluvia, la vida y la muerte. Se creía que la deidad de la lluvia y el agua, el dios Chaac, habitaba en las cuevas y cenotes; por esto, era cíclicamente invocado a través de ceremonias y ofrendas (que ocasionalmente incluían sacrificios humanos) con la esperanza de obtener buenas cosechas, entre otros regalos divinos.
Con un poco de receptividad es posible, aún hoy, sentir la fuerza y el poder de estos espacios que nunca han dejado de ser sagrados y que son monumentos al tiempo y a la historia antigua del territorio que hoy llamamos México.
Además, la importancia ambiental de los cenotes es enorme, pues estos funcionan como conexiones entre dos sistemas (dos mundos): el subterráneo y el terrestre. Son filtros reguladores del agua que hidrata a la flora y fauna de las regiones donde existen y, como todo en este maravilloso planeta y las redes invisibles que lo componen, su deterioro afecta sucesivamente a sus ecosistemas, acelerando incluso cambios climáticos.
En Yucatán hay alrededor de 2,000 cenotes contabilizados de los cuales 80 % se encuentra contaminado con desechos humanos de todo tipo. Nuestra irresponsabilidad e inconsciencia los ha sometido a una situación grave que es urgente atender. Industrias como la hotelera y la turística son los principales agentes contaminantes de los cenotes —aunado a la falta de juicio de los miles de turistas que año con año acuden a visitarlos.
Los esfuerzos e iniciativas para sanar, salvaguardar, educar y hacer conciencia sobre la importancia de los cenotes como fuentes de vida, receptáculos de nuestra historia y antiguos lugares sagrados, son muchos y de muchos tipos; y el compromiso de un alto número de activistas ambientales y organizaciones sin fines de lucro es reconfortante. Poco a poco, estos valiosos proyectos han probado resultados favorables, a pesar de que aún falta mucho trabajo por hacer.
Quizás uno de los esfuerzos más notables —por su brillante y compleja conceptualización y ejecución— es el que la Fundación Transformación Arte y Educación (TAE) hizo en conjunto con el artista contemporáneo estadounidense James Turrell en la Hacienda San Pedro Ochil, ubicada en Yucatán. El sensible genio del arte lumínico llevó a cabo la pieza Árbol de Luz, instalación impalpable luminosa cuyo protagonista y escenario es un cenote ubicado en la propiedad. Esta pieza invita a quien la visita a contemplar, conectarse y entender la importancia y urgencia de un respeto total a nuestro entorno orgánico. Cielo, tierra, agua, luz, espacio y tiempo conviven en esta espectacular y conmovedora pieza, que contiene y destella un alto nivel de complejidad estética, con un mensaje honesto y esperanzador.
La Fundación TAE es una organización sin fines de lucro fundada en 2005 que contribuye a la cultura en evolución a través de plataformas que potencializan la capacidad de formación y transformación del ser humano mediante procesos artísticos y educativos que conducen a la participación, creación y modificación del entorno.
Como una de las muchas piezas de la naturaleza, de su invisible danza, los seres humanos debemos entender que cada una de nuestras acciones repercutirá positiva o negativamente en lo que nos rodea. De la comprensión sensible y activación de esta reflexión depende nuestro futuro y el del resto de los habitantes del planeta, uno que, como los cenotes, está hecho de agua sagrada.