Cómo el asombro transforma nuestro cerebro
La ciencia arroja luz sobre este particular sentimiento, su naturaleza y sus funciones.
Los sentimientos humanos existen en distintas dimensiones y son, probablemente, nuestro motor más esencial. Estos pueden ser revisados desde distintas ópticas, una de ellas es el arte, lenguaje por excelencia de las emociones. Pero vistos desde otras lentes —la ciencia, por ejemplo— los sentimientos son igualmente fascinantes. Uno de ellos, el asombro, ha llamado la atención de muchos científicos actuales por su complejidad y lo difícil que es definirlo; este puede ser positivo y también negativo, y puede nacer de un enorme espectro de estímulos.
Para algunos, el secreto para encontrarnos en estados como el asombro o la fascinación —ese estado de atracción irresistible, pasmosa, hacia algo— es simple: poner atención. Y es que el mundo que nos rodea —con todo y sus complicaciones— está lleno de pequeños milagros que suceden todo el tiempo a nuestro alrededor (aquí una guía para recuperar el asombro sin salir de casa). Pero, independientemente de su origen, ¿de dónde proviene y cuál es su función?
¿Qué cosas nos asombran?
El asombro puede surgir de casi cualquier cosa, cuestiones que podríamos considerar pequeñas o sucesos grandilocuentes. Todo depende de nuestra capacidad de asombro. Este sentimiento puede nacer al observar a una persona que amamos o al ver la pequeña rama de un árbol que despliega un nuevo brote; puede surgir, de pronto, al leer un libro o escuchar una melodía que toca alguna parte de nosotros; al observar la imagen de una galaxia en el espacio exterior, a billones de kilómetros de nosotros; o cuando reparamos en el vuelo de un insecto (algunos de los muchos regalos que puede darnos la tecnología).
La capacidad de asombro, tan evidente en los niños, es una cualidad esencial de nuestra especie, uno de los elementos que nos hacen, por ejemplo, seres creativos, y una de las fuentes más importantes de felicidad y espiritualidad, por ser sucesos que retan nuestro sentido de realidad.
¿Qué pasa en nuestro cerebro cuando nos asombramos?
El asombro es un sentimiento infinitamente poderoso. Es capaz de hacernos sentir pequeños, minúsculos ante una gran vastedad y, al mismo tiempo, conectados a todo eso que nos rodea. Por eso, ha sido objeto exhaustivo de estudio de un gran número de disciplinas humanas, como la ciencia y la psicología; por eso, también, se trata de un sentimiento tan presente en las experiencias místicas, religiosas y espirituales.
Pero ¿qué es exactamente lo que sucede en nuestro cerebro cuando vemos un espectáculo de fuegos artificiales, un atardecer lleno de colores, una pequeña flor, cuando nos encontramos frente a una obra de arte o visitamos un espacio natural impresionante?
Como en el caso de muchos otros sentimientos humanos, existen numerosos estudios científicos sobre la naturaleza del asombro, también sobre cómo, cuando nos encontramos en ese estado, nuestra percepción del tiempo cambia: un segundo puede sentirse como horas y horas. Se trata, pues, de una especie de paréntesis en el tiempo. Algo que llama la atención, además, es que, cuando sentimos asombro, normalmente, esto nos sitúa en el momento presente de manera definitiva.
A través de años de estudios, la ciencia ha encontrado en muchos de los sentimientos humanos una función: el miedo y la repulsión, por ejemplo, funcionan como mecanismos de protección y el amor como una forma de perpetuar nuestra especie —esto a pesar de que dichos sentimientos podrían encontrar razones mucho más subjetivas y explicaciones menos determinantes.
Sobre la función del asombro
Una de las maneras en las que las neurociencias estudian nuestras emociones es a través de los gestos faciales que nos producen: una sonrisa, el fruncir el ceño o mostrar los dientes, por nombrar algunos ejemplos, son indicadores de las distintas funciones que puede tener un sentimiento.
Las expresiones faciales que expresan el asombro, por ejemplo, son muy distintas de las que corresponden a otros sentimientos placenteros o positivos. En vez de una sonrisa, esta emoción implica abrir los ojos más de lo habitual, subir las cejas y abrir la boca (producto de la relajación de la mandíbula y los músculos del rostro). De acuerdo a algunos estudios, la ausencia de una sonrisa cuando sentimos asombro, diferencia este sentimiento de otros relacionados con nuestro carácter social o con sensaciones positivas.
Mientras que muchas de las emociones positivas estimulan el sistema nervioso simpático, el asombro funciona de manera opuesta, reduciendo la influencia de esta parte de nuestro sistema nervioso sobre el corazón, haciéndonos quedar inmóviles. Esto hace pensar a los científicos que el asombro no nos impulsa a acercarnos al objeto que lo causa (el objeto de nuestro deseo), más bien a observarlo a conciencia. Esto ha generado distintas interpretaciones, una de ellas es que el asombro es un sentimiento que nos incentiva a analizar y entender lo que se despliega ante nuestros ojos.
En otras palabras, la capacidad de sentir un enorme placer al ser testigos de algo increíble o impresionante, algo casi inverosímil, eso que llamamos asombro, podría reflejar nuestra necesidad de entender el mundo que habitamos, y todas sus características podrían apuntar a que se trata de un estado en el que el ser humano absorbe información, con poco esfuerzo consciente, para aprender más sobre la naturaleza del universo que habita.
Asombro para entender y mapear el mundo
La necesidad de entender el mundo nos convierte en una especie fuertemente dependiente del conocimiento; esto hace sentido si recordamos que la sobrevivencia de nuestra especie ha dependido, en gran medida, del conocimiento y de su transmisión a otros miembros de nuestras comunidades.
Los seres humanos tenemos una tendencia a acumular grandes cantidades de información, misma que utilizamos para mapear el mundo que nos rodea, recordar el pasado y, tal vez, hacer predicciones más o menos certeras acerca del futuro —todo ello utilizando una de nuestras más importantes capacidades, la imaginación.
Son más las incógnitas alrededor del asombro y sus posibles funciones, que las respuestas. A pesar de ello, el estudio científico de algo como el asombro —un sentimiento que bien podría calificarse como subjetivo, sagrado e, incluso, espiritual— nos acerca poco a poco a saber más sobre nuestra naturaleza y parece apuntar a algo que nos mueve de manera casi visceral, el amor por el conocimiento.