Consejos fundamentales para aprender a leer el cielo
Leer el cielo es una forma de intimar con él (y con el entorno que cobija); descubre algunos sencillos consejos para hacerlo.
En el cielo encontramos una fuente inagotable de asombro. Es un portal que despierta la imaginación, e incluso el vértigo, cuando pensamos en lo desconocido y, por definición, infinito: el cosmos. También es un paisaje siempre cambiante que nos anuncia que “pasan cosas”. Esas cosas son, en una dimensión, fenómenos meteorológicos, pero si nos quisiéramos arriesgar un poco, podríamos suponer que se trata del estado de ánimo de la bóveda celeste –y la que compartimos con ella–. Leer el cielo, entonces, sería una forma de intimar con él.
El soplo del viento, los rayos, el trazo de las nubes, la fiesta de colores, la luna y las estrellas, son solo algunas de las palabras que podemos descifrar a la distancia. Combinadas, cada día cuentan nuevas historias que, como un buen libro, conmueven. Hacer presente ese hecho, es una bella manera de sentirnos vivos. Estando inmersos en una profunda crisis climática, derivada en buena medida de una desconexión con el plano natural, pocas cosas resultan tan radicales como vincularse con el entorno y saberse parte de él. Es por eso que hoy queremos compartir contigo algunos consejos fundamentales para leer el cielo. Quizá en esa búsqueda de recuperar lo que hemos perdido, encontremos nuevas maneras de hacer poesía con el mundo.
Conoce los tipos de nubes
El cielo está lleno de agua, ya sea en forma de gotas o cristales de hielo que flotan en lo alto. Las nubes son (bellísimas) formaciones que dependen justo de eso. Cuando el vapor de agua asciende, se enfría y eso hace que las minúsculas gotas de agua comiencen a adherirse a cosas como partículas de polvo, hielo o sal marina. Estos cuerpos de agua son muy diversos; según el Atlas Internacional de Nubes de la Organización Meteorológica Mundial, existen más de 100 tipos. Poder identificar cada una sería una tarea inmensa, sin embargo, existe una agrupación básica que nos acerca a la posibilidad de nombrarlas.
Las nubes obtienen sus nombres de dos maneras: por la altura a la que se encuentran o por la forma que tienen. Los cirros son nubes altas que parecen plumas; los cúmulos, nubes medias que asemejan bolas de algodón gigantes en el cielo, y los estratos son nubes bajas que cobijan el cielo como sábanas. Todos los nombres que contienen la palabra “nimbus” son un indicador de formaciones que están cargadas de agua. Suelen ser grandes, traen lluvia con ellas y por eso muchas veces son más grisáceas. Para fines didácticos, te compartimos una simplificación de la agrupación para ubicar bien sus nombres.
- Cúmulos, Estratos y Estratocúmulos: son nubes de nivel bajo que se encuentran por debajo de los 1,981 m
- Altocúmulos, Nimboestratos, Altoestratos: son nubes de nivel medio que se forman entre 1,981 y 6,096 m
- Cirros, Cirrocúmulos, Cirroestratos: son nubes de nivel alto que se forman por encima de los 6,096 m
- Cumulonimbus: son nubes que se elevan a través de la atmósfera baja, media y superior.
Ubica en qué temporada del año estás
Cuando leemos el cielo de forma consciente, inevitablemente cambia nuestra percepción del tiempo: aunque corre sin detenerse, siempre nos remite a un aspecto cíclico. Y esa repetición, es un elemento fundamental que sostiene a la vida del planeta en su conjunto. Por ejemplo, las tormentas de arena del desierto del Sahara, son cruciales para la selva del Amazonas; pues son ricas en minerales y viajan enormes distancias con el viento para caer con la lluvia y nutrir uno de los lugares más biodiversos del mundo. Uno de los efectos del cambio climático que podemos identificar, es el desequilibrio de las temporadas y ciclos climáticos; haciéndolos más erráticos, por un lado, pero también inconstantes. Pese a ello, hay indicios para pensar que, si procuramos la conservación biocultural, estamos aún a tiempo de restablecer el equilibrio del ciclo de vida del planeta.
Reconocer cada temporada, y asumir lo que eso implica, es una oportunidad de sintonizarnos con los ritmos del planeta; de escuchar lo que quiere, necesita o está en capacidad de proveer. Cuando eso sucede, podemos, por ejemplo, saber cuál es el mejor momento para sembrar la tierra o qué productos son los que deberíamos estar consumiendo (y que, por cierto, probablemente nuestro cuerpo necesita). Cada época del año, ofrece un espectáculo de colores únicos en el cielo: cambia la luz, los tipos de nubes y, si el viento sopla, hasta las partículas en el aire. En esos cambios, a veces sutiles y a veces violentos, podríamos encontrar más indicios de los que pensamos para descifrar por qué nos sentimos de determinada manera.
Dialoga con la Luna
La Luna es una acompañante entrañable de la Tierra; para ser más precisos, una no existiría sin la otra. Hace cerca de 4,500 millones de años dos planetas –proto-Tierra y Theia– chocaron. De esa fusión colosal nacieron los dos cuerpos celestes. Y aunque hay mucho que seguimos sin saber con precisión, como pasa con casi cualquier fenómeno natural, es un hecho que la Luna incide sutil pero significativamente en la Tierra. Las mareas y las olas, son uno de los efectos más vistosos.
La Luna es un satélite natural, pero también un símbolo presente en muchas culturas; es protagonista de historias, leyendas y creencias. A pesar de solo ser un reflejo, su brillo embelesa. En todo nuestro sistema solar, el único objeto que brilla con su luz propia es el Sol. La Luna es, quizá, solo el espejo más bello que conocemos; no siempre a la vista ni con la misma forma. Eso se debe a los ciclos de la misma. Como explica la NASA, “el Sol siempre ilumina la mitad de la Luna, mientras que la otra mitad permanece oscura, pero cuánto podemos ver de esa mitad iluminada cambia a medida que la Luna viaja a través de su órbita.” El trayecto que hace, revela sus diferentes fases y queremos invitarte a que las conozcas:
- Luna nueva
- Cuarto creciente
- Primer cuarto
- Luna gibosa creciente
- Luna llena
- Luna gibosa menguante
- Último cuarto
- Cuarto menguante