Cultivar el mundo en una página: el arte del diario naturalista

12 | 08 | 2021

Explorar y conectar con la naturaleza no requiere largos viajes a tierras lejanas, es cuestión de aprender a mirar lo que nos rodea. Los diarios naturalistas son una gran opción para hacerlo.

Mira por la ventana: hay tantas vistas posibles como ventanas en el mundo, incluso en medio de una ciudad bulliciosa es probable que esa vista incluya un árbol, un arbusto, una paloma, o tan siquiera un cielo con sus nubes y la luna. Sin importar el rincón remoto en el que uno se encuentre, siempre hay una hoja, una flor, una mosca a la espera de ser descubierta. El ajetreo del ambiente urbano y las prisas que acompañan la cotidianidad pueden distraernos de estos elementos naturales, pero eso no significa que no estén ahí.

A lo largo de la historia, el ser humano se ha valido de diversas herramientas cognitivas no solo para transitar el mundo, sino para comprenderlo y establecer un vínculo real con sus alrededores. Asimismo, ha recurrido a distintos lenguajes para entablar un diálogo: las palabras, los dibujos, la música y los números activan diferentes zonas del cerebro, posibilitando mayores conexiones tanto en el exterior como en el interior.

Los diarios naturalistas son un ejercicio que se basa en la observación activa, la cual nos permite reconocer lo que percibimos a través de la vista, y a partir de eso significar el mundo de manera más amplia. Al trasladar lo que observamos al papel, la imagen pasa por un filtro en el que se nos exige hacernos conscientes de aquello que estamos mirando, sus particularidades, su vínculo con el entorno del que proviene y con nosotros mismos. Al final, lo que queda en el papel no es solo un reflejo de lo que vemos, sino también de nosotros mismos.

(Re)aprender con la mirada

Gran parte de la información que obtenemos del mundo nos llega a través de la vista. A pesar de que mirar podría parecer una actividad más bien pasiva para la cual no se requiere mucho más que mantener los párpados abiertos, la observación detona procesos complejos que nos llevan a generar conocimiento y posicionarnos respecto a aquello que miramos. Al hacernos conscientes de esto, es posible entrenar el ojo para encontrar lo que habíamos perdido de vista y sacar el máximo provecho de nuestra capacidad de observar.

Iniciativas como Sal a pajarear y La voz de la selva fomentan el ejercicio de la observación activa con el propósito de detonar cambios en la manera en que las infancias se vinculan con la naturaleza. Este vínculo —tanto en niños como en adultos— determina cómo nos desenvolvemos en el día a día, y es fundamental para hacernos conscientes de la importancia del cuidado del medio ambiente, pues este pasa de ser un telón de fondo a jugar un papel protagónico en nuestra vida diaria.

Cómo germinar un diario naturalista

Aunque la estructura de estos diarios es bastante flexible, el científico y explorador John Muir Laws propone un esquema de tres pasos: examinar, indagar y conectar.

El primer paso, examinar, implica una observación detenida y atenta a los detalles: colores, formas, grietas, texturas. Laws invita a enunciar en voz alta todo aquello que notamos para activar aún más zonas del cerebro y retener con mayor firmeza los elementos que de otro modo podrían pasar desapercibidos.

Después vienen las indagaciones: ¿estas hojas cambiarán de color en el otoño?, ¿se caerán en invierno?, ¿de dónde vienen estas aves?, ¿qué come este animal? El objetivo es dejar a la curiosidad volar, dejar que las dudas más simples (al menos en apariencia) den pie a preguntas más interesantes. Si bien el primer paso se centra, sobre todo, en el objeto de estudio, estas preguntas comienzan a remitir a nuestras propias inquietudes: quien observa empieza a posicionarse respecto a aquello que ve.

Por último, se tejen las conexiones entre el objeto y uno mismo a partir de los recuerdos y los conocimientos a los que nos remite: ¿a qué se parece?, ¿qué cosas he escuchado sobre esto?, ¿me hace pensar en mi infancia? Los vínculos que se establecen en esta fase son completamente personales, y terminan de construir el puente entre el observador y el objeto.

El diario naturalista sirve para dejar registro de este proceso y asentar las observaciones, dudas y conocimientos que hemos adquirido a través de la vista. Dibujar una flor nos invita a mirar otra vez y contar los pétalos; describir un paisaje nos incita a dar cuenta del aroma, la intensidad del viento, las sensaciones que se generan en nuestro propio cuerpo.

Las cosechas

Tanto el arte pictórico como la literatura y las ciencias se han apoyado en los diarios naturalistas para rastrear significados en el mundo. Y es que el único propósito intrínseco de este ejercicio es hacernos conscientes del mundo que nos rodea; partiendo de ahí, cada quien puede darle el enfoque y el sentido que más le convenga. Desde los diarios de viaje de Charles Darwin hasta los minuciosos recuentos de William y Dorothy Wordsworth sobre sus viajes a la Abadía de Tintern, los diarios naturalistas han demostrado ser herramientas tan maleables como amigables: basta con tener papel y hoja —y, por supuesto, atención plena— para echar a andar los motores del conocimiento, la curiosidad y la autoexploración.

Cualquier día es un buen día para iniciar este proyecto, que puede ser tan pequeño o ambicioso como uno lo desee. No se necesitan grandes conocimientos sobre dibujo ni escritura, ni mucho menos una larga trayectoria en el ámbito científico, solo es cuestión de estar dispuesto a mirar e involucrarse con el mundo que encontramos.

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