Diálogo con don Elías, jardinero

05 | 01 | 2023

Elías Delin nos habló sobre las múltiples y enternecedoras facetas del cuidado de las plantas y los árboles de La Vaca Independiente.

Don Elías atravesó el cancel de hierro que redobla la entrada a La Vaca Independiente. Venía con su andar metódico de manos basculantes, pasitos romos y hombros rendidos; el arduo brillo de sus ojos entornados por las suaves minucias de su labor en el cuidado de plantas y su piel satinada; su cabello recio como pasto lozano y sus manos hoscas que realzan por contraste la ternura abismada de su rostro. Cuando alcanzó la fuente de las ranas, paró su marcha y miró a todos lados acongojado.

Cuando me acerqué, extendió su mano con una impresión de alivio, desazón y sonrojo porque comprobó que no me había marchado, murmuró un saludo ágil y explicó que se había tardado porque antes debió encanastar un buen número de nochebuenas que más temprano recibió para adornar las otras casas. En su rápida exposición apenas había inflexiones de culpa, pero diseminó muchos perdones llanos. Quise decirle que no tuviera cuidado, porque me bastaba con saber que no había sido indiferente a mi espera, pero adiviné en su exculpa las trazas de su carácter obsequioso, al que lo cimenta su labor de cuidados finos de todas las formas y todas las derivas de las cosas cuyo principio le atañen, incluso de las que no son plantas ni árboles.

Don Elías 1

La tristeza es una lágrima de niño.

 

Volvió a pedir disculpas, porque necesitaba tomarse los últimos cinco minutos de más para ir a refrescarse. Volvió en dos: venía con una playera polo blanca y el cabello domado sin sus guantes, las alicatas y el alambre enmarañado con el que llegó al jardín. Se paró con una afabilidad tenaz y preguntó con qué planta quería que empezáramos, y se frotaba las manos. Le respondí que había que empezar con el principio, para no empezar mal:

—Me gustaría que me dijera cómo llegó a LVI.

—Llegué en el 2007; voy para dieciséis años —contestó expectante, pero visiblemente animado por la reconversión espontánea del diálogo. Luego agregó:—Ahora sí que antes ya hacía esporádicamente este trabajo, pero me enfoqué más en él por una pérdida que tuve… 

Dijo esto con una solemnidad que al mismo tiempo era parca y rotunda. Después calló. Ese silencio (no lo supe entonces) se trató más de una consideración para mí que del repliegue de un impulso.

—Quise que siguiera conmigo a través de las plantas; en la naturaleza yo me conecto con ella.

De inmediato señaló la ceiba altiva y vasta que en el jardín preside un diálogo lacrado con un manzano, un ginkgo biloba y un limón.

—Lo planté —afirmó, con la satisfacción modesta de quien se enorgullece de que las cosas pasen sin más; como si dijera “fue plantado”—, y solo le dije a una compañera que tuve hace años: “Este se lo voy a dedicar; es como si ella estuviera aquí”, le dije. Nombré Osiris a la ceiba, porque representa mucho. Fue un árbol sagrado para los antiguos mayas. Las raíces representan el inframundo; lo de arriba, la vida. El árbol conecta la vida con lo de abajo. Es un árbol muy bonito, porque siempre está floreando. Además, es medicinal. Por decir: la corteza sirve para la diabetes y me parece que también para el cáncerAl sembrar un árbol estás ayudando a crear la vida, a hacer vida. 

No hacía falta decir más. Respiró más aliviado cuando dijo esto, y miró el árbol. Y lo tocó.

Cuidado de plantas 1

El cuidado implica desinterés, paciencia, astucia y arrojo.

 

—Sí: cuando se abren sueltan como un algodón —corroboró, cuando empezábamos a dejar ese jardín y mencioné la pulpa mullida que desprenden los frutos de la ceiba—. A veces en el árbol mismo se secan, abren y empiezan a soltar. Parece que cae nieve… Es un árbol muy bonito, pero, bueno, para mí todas las plantas son bonitas.

— ¿Antes de llegar aquí no se dedicaba a la jardinería?

—No, era custodio. Donde trabajaba conocí a una señora que me trajo para acá. A ella le debo mucho.

—¿Era como su pasatiempo?

—No: yo conozco de plantas desde los doce años: mi familia es agricultora; producimos café, maíz, frijol. Gracias a mi familia, yo me fui formando en esto: sé qué utilizar en un jardín, cómo plantar una planta, cómo ponerle lama de borrego y enraizador al jardín. A los veinte días de plantar una planta, se le echa un nutriente para nutrirla y que tenga mejor desarrollo.

En el corredor, revolvió la vista hacia el limón y atestiguó:

—Sin mentirle, ese árbol ya lleva ahí unos diez años. Lo trajeron cuando apenas medía un metro. Me tocó verlo llegar y cuidarlo desde pequeño: regarlo tres veces a la semana, como a la ceiba, y ponerle sus fertilizantes (sulfato, para que se mantenga verde y se vea con vida; abono orgánico, para que no se perjudique el medio ambiente).

—Es que no solo se trata de crear vida: también hay que cuidar el crecimiento de lo que nace por uno. No dejarlo plantado a ver si se da. Ese es su trabajo.

—Sí, que no solo nazca; que también crezca por el camino más recto, que no obstruya a otro árbol, que no nazca torcido. Cuidar las flores y los árboles que plantamos.

Cuidado de plantas 3

Copos que desprenden los frutos de la ceiba.

 

—Remedios me contó hace rato que usted también ha salvado algunas plantas que ya se habían dado por marchitas…

—Se han salvado algunas plantas, sí —es difícil pronunciar impersonales con una franqueza más acabada que la suya—. Por decir: de un árbol se le sacan lo que llamamos esquejes, que viene siendo cortar una ramita y sacar otro árbol con ella. Allá arriba, no sé si la vio, hay un esqueje de la ceiba.

—En el balcón de la pared azul, ¿verdad? La de las…

—Suculentas.

—¿Usted diseñó el jardín y la pared?

—No. En cuestión de acomodos, viene una persona que me ayuda. Esas plantas de la pared, sí, las acomodé yo, pero me dijeron cómo arreglar todo el jardín. De hecho, también he tenido que tomarle fotos a esa pared para compartirlas con la diseñadora, y tampoco hallo un buen ángulo, como usted dice.

—Y eso que es su obra.

—Pues es que siempre se corta una parte; nunca sale completa.

 

Cuidado de plantas 4

“Para mí, todas las plantas son bonitas”.

 

—Este jardín se preparó con composta. La hicimos con desechos de comida: cáscaras de plátano, abono de caballo y borrego, y hoja seca.

Estábamos en el jardín de las nochebuenas…

—Aquí tenemos lo que son las hojas elegantes. No tienen tanto: a lo mucho seis años. Cuando llegué solo estaban aquellas buganvilias (tendrán unos treinta años) y esos jazmines. Todo lo demás se ha renovado: las gardenias, por ejemplo. O esta dama de noche; florea cuando no hay sol y su temporada de flor es dos veces al año. Y las petunias y los malvones y esas, que son belén; atrás está la pata de elefante (es mi favorita si quitamos el árbol de la ceiba, el árbol sagrado), y eso que huele: la gardenia con el jazmín.

— ¿Cuál es la planta que más le ha costado?

—El ginkgo biloba es el más difícil. Le ha costado adaptarse, pero ya lo sacamos adelante, al parecer, ya tiene buen desarrollo.

— ¿Y cuál le parece la más bonita?

— Los alcatraces y esta amarilla, que llamamos platanillos. Pero, bueno, como le comenté, para mí todas las son. Por eso yo hasta trato de hablar con ellas, porque sí sienten.

—Mi abuela me ha dicho que las plantas hasta son caprichosas: si no les gusta la esquina donde las mudamos, se marchitan del coraje.

—Cuesta para que se desarrollen. Eso que le comenta su abuela es porque hay plantas de sombra y plantas de luz…

—No: ella jura que cada planta tiene algo así como su personalidad. Que la rosa de una maceta blanca no floreó cuando la puso junto al lavadero, pero la de la maceta azul se puso más bonita en el mismo lugar, por ejemplo. Por eso, a veces también hasta las regaña; les dice: “Ya pórtate bien”, “Aquí ya tienes que florear”, “No hagas berrinche”.

—Fíjese que eso sí es efectivo. Cuando veo que una planta está decaída le pido que le eche ganas. Uno debe conectarse con ellas. También hay plantas que sienten cuando uno está pasando por algo; si estás estresado, se llegan a secar. Es que son delicadas: yo he perjudicado algunas por eso.

Cuidado de plantas 5

La felicidad son todas las plantas y su cuidado.

 

La tristeza es una lágrima de niño; es el eco fúnebre de su nombre. La felicidad es una nochebuena: es la noche del placer gregario. La tranquilidad es algo más: es el orden de las ideas, el tránsito a la dicha, la condición de la calma. Y el amor persiste en sus íconos: son las rosas y los claveles que se regalan para decir te amo sin tener que balbucear esas palabras manidas con la cara de bobo de siempre, y es el cuidado de las plantas y los árboles y la vida que nos aguarda. Pero las rosas son rosas y son amor, también, y los claveles son amor y son claveles y también clavelinas y buenas para el dolor de muelas, como la ceiba, que es Osiris y pochote y huimba.

Dijimos estas cosas, para cerrar el diálogo. Entonces, le pedí a don Elías que me dejara retratarlo, pero don Roberto pasó junto a nosotros en el primer disparo. Nos saludó ufano y le preguntó a don Elías si podía unírsele para ir a comer al rincón de doña Luz. Él le respondió que llegaría más tarde, porque estaba ocupado, y le deseó provecho. Admití en seguida que ya había abusado de su tiempo, y clausuré la sesión de improviso.

Cuando nos despedimos, me atreví a hacerle la últimas dos preguntas; a la primera, respondió: “Me llamo Elías Delin Reyes”; a la segunda, que su apellido se deletrea “ahora sí que como es: d, e, l, i, n”.

 

Cuidado de plantas 8

Don Elías, cuidador de las plantas y los árboles de LVI.

 

 

Fotografías del entrevistador

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