Domos geodésicos: la geometría al servicio de la humanidad
Richard Buckminster Fuller, inventor y pensador, afirmó que el mundo podía ser diseñado para satisfacer a la humanidad entera. Su sueño resuena.
Richard Buckminster Fuller, “Bucky”, sugirió en múltiples ocasiones que —como escribió Hugh Kenner en 1972— la función del humano en el universo es ser su conciencia, su contraparte “anti-entrópica”. Así, está en nuestra naturaleza diseñar el mundo; trazar caminos entre puntos aparentemente desconectados, pero que al encontrarse, componen un sentido.
No es extraño que la geometría fuera el lenguaje dispuesto por el arquitecto para manifestar funcionalidad, conciencia ecológica, paralelismos entre los procesos sociales y los de la Tierra, y diseño con visión humanista. En lo geométrico —y más precisamente, en lo geodésico— Bucky Fuller encontró la posibilidad de articular ciudades, viviendas, automóviles y caminos que sirvieran de forma equilibrada a cada uno de sus usuarios y habitantes.
Su diseño más conocido es el domo geodésico, una estructura esférica o semiesférica compuesta por caras triangulares o poligonales que fue fabricada, en principio, con el propósito de servir como una vivienda accesible. Su eficiencia recae en múltiples aspectos: además de ser un diseño que permite distribuir la tensión de la estructura a lo largo de toda su materialidad (en lugar de tener solo pocos basamentos), requiere de pocas cantidades de material para ser construida y encierra grandes volúmenes en menor superficie.
Por otro lado, erigir este diseño no tiene por qué ser muy caro (uno de los domos de Bucky es un refugio de cartón) y mantenerlo como vivienda, tampoco; especialmente porque su eficiente gasto de energía no se limita a la estructura: el domo geodésico mantiene temperaturas estables al interior y su forma cóncava permite el libre paso de aire.
Cuando Bucky Fuller imaginó los domos geodésicos, después de la tremenda crisis de los años 20 y las insólitas consecuencias sociopolíticas de la Segunda Guerra Mundial, su país (Estados Unidos) se estaba reincorporando. Y, mientras que la boyante década de 1950 suponía industrialización, modernización y el crecimiento de las grandes ciudades de América del Norte, había muchas personas que quedaron al margen de este desarrollo. A él, esto no le pasó desapercibido.
La necesidad de diseñar para satisfacer a la humanidad entera lo impulsó hacia el terreno de la eficiencia e, incidentalmente, al de la sustentabilidad. Aunque este concepto aún no tenía el protagonismo del que goza en el presente, Bucky sí fue muy sensible al aspecto ecológico de la arquitectura. A su parecer, otros grandes de la época, gastaban materiales nuevos para construir edificios poco eficientes. Pero él ya predicaba a favor del reciclaje. Pensaba que todo lo necesario para la subsistencia de la raza humana ya existía; simplemente había que usarlo de la forma correcta.
Para muchos estas ideas, igual que sus diseños, eran los delirios de un excéntrico. El domo geodésico tuvo momentos protagónicos, como cuando erigió uno de 76.2 metros de diámetro para la Feria Mundial de 1967 en Montreal, Canadá. Sin embargo, pocos estadounidenses de la postguerra se imaginaron a sí mismos habitando una casa con paredes curvas y donde la privacidad escasea, pues los sonidos viajan de forma homogénea.
Estos detalles devuelven vigencia al planteamiento de Bucky. Aún hoy podríamos preguntarnos ¿por qué los diseños urbanos y domésticos tienden a lo cuadrático? Pocos muebles tendrían lugar al interior de un domo geodésico, sin evidenciar lo diferentes que son, por el simple hecho de estar compuestos por líneas rectas. Y nunca cuestionamos las líneas rectas, a pesar de que nuestro planeta nos atrae constantemente hacia lo curvo y lo circular; siendo los procesos de la naturaleza siempre cíclicos y la forma de la Tierra, esférica.
Y aunque lo geométrico del domo —su esencia matemática— parece sugerir que poco imita de la naturaleza y su principio orgánico; a Bucky Fuller le maravillaba la eficiencia con que algunos elementos —como los copos de nieve y las flores— se desarrollan siguiendo principios geodésicos.
Nuestro planeta esférico fue su máxima fuente de inspiración. El arquitecto imaginaba un espacio geodésico desde donde uno pudiera admirar el mundo entero y conectar todos los puntos, como si viviera en el centro de la Tierra. Así se cumpliría también otro de sus cometidos: la posibilidad de no interrumpir con nuestros patrones el flujo de energía de la naturaleza.
Este cuestionar la línea y preferir esferas que conectan puntoses uno de los principales legados que nos dejó Richard Buckminster Fuller. El principio del domo geodésico es buscar “hacer el mundo funcionar para el 100% de la humanidad en la menor cantidad posible de tiempo, a través de la cooperación espontánea, sin ofensas ecológicas o la desventaja de alguno.”
Suena terriblemente ambicioso y tal vez desquiciado, pero como declaró el artista Jonathon Keats para la revista Wired: “Fallar en eso es mucho más productivo que tener éxito en un conjunto más limitado de restricciones.” El mismo Bucky dijo: “Si el éxito o el fin de este planeta y de los seres humanos, dependen de cómo soy y qué hago… ¿cómo sería? ¿qué haría?” Y, hoy, su voz resuena.