Imagen: Wellcome Images

El arte como un pulso medicinal

22 | 02 | 2021

El poder sanador del arte es innegable. Estos son algunos deslumbrantes ejemplos…

“El arte es la tarea suprema y la actividad propiamente metafísica de esta vida”, escribió Friedrich Nietzsche en su obra El nacimiento de la tragedia. Su afirmación no es solamente verdadera, es también esencial: el arte es una de las formas más directas que tenemos de relacionarnos con nuestra interioridad, con lo sagrado y con toda esa metafísica que es parte medular de la vida humana. 

Así, desde el inicio de nuestra historia como especie, hemos echado mano de diversas actividades creativas y artísticas para comunicarnos (con los demás y, también, con nosotros mismos). El arte ha servido como agente a través del cual expresamos aquello que nos hace singulares y únicos (al mismo tiempo universales); a través de la creación, nombramos al mundo, nuestras emociones e inquietudes. También nos relacionamos a través del arte. Sin embargo, el poder del arte no es solo comunicativo, el arte cura, alivia, compone y reconfigura.

Ya sea como observadores del trabajo creativo de otros o como participantes activos en dicho proceso, las actividades artísticas tienen la capacidad de mejorar el estado de ánimo, y dicho impacto se traduce a un nivel fisiológico. En otras palabras, tanto apreciar como hacer arte impactan positivamente a nuestro organismo.

El arte, desde antes de ser llamado así, ha tenido diversas funciones enfocadas en el bienestar humano: una intención medicinal, espiritual, mental y emocional. No importa desde qué punto sea ejecutado u observado, crear facilita la comunicación con la vida, nos sana y nos enfoca hacia una mejor perspectiva. El arte revela la belleza y alimenta el asombro ante el mundo, pero también lo transforma.

En décadas recientes, distintos estudios científicos han profundizado en los poderes curativos de las artes. Gracias a ellos, hoy podemos entender que, por ejemplo, la música tiene efectos positivos mensurables sobre padecimientos cardiológicos, de estrés o situaciones pre y postoperatorias, así como sobre una buena cantidad de trastornos emocionales.

Es tal la efectividad clínica del arte que, poco a poco, diversas instituciones médicas han incluido lo que hoy se conoce como Arteterapia, como complemento al tratamiento de pacientes con diferentes diagnósticos —como cáncer, trastornos mentales y enfermedades degenerativas— a través de diferentes actividades creativas como dibujo, pintura, collage, expresión corporal y música.

En el otro lado de la esfera creativa, una buena cantidad de creadores han producido piezas de arte con la intención específica de sanar, de aliviar, de afectar al espectador de manera profunda a partir de sus creaciones.

Estos son algunos maravillosos y conmovedores ejemplos:

Gritos, cartas y sanación

El 8 de diciembre del 2006, a manera de conmemoración del aniversario luctuoso de John Lennon, la artista y activista Yoko Ono (Tokio, 1933),  desplegó un comunicado en distintos medios impresos en el que propuso convertir aquella fecha en el Día de la Sanación Mundial (Worldwide Healing Day). Su texto invitaba al lector a pedir perdón por cualquier daño causado o por cualquier acto de violencia y, a la vez, a perdonar a los otros y a nosotros mismos. Esta íntima pieza de arte editorial utilizó un medio masivo de comunicación de forma conmovedora y liberadora, tocando esa exquisita y controversial línea que existe entre la vida y el arte. Su meta es simple y también noble: la de concientizarnos e invitarnos a tomar responsabilidad como sociedad y como individuos.

A lo largo de su carrera, Ono ha hecho uso de distintos soportes invitándonos a imaginar un mundo mejor a partir de una mejora personal, interior, que necesariamente nace de la liberación propia. Tanto Ono como Lennon, en la década de los sesenta, llevaron la Terapia Primal de Arthur Janov —que propone dejar a un lado el dolor y los traumas reprimidos de la infancia temprana a partir de expresiones corporales “primitivas” como los gritos. Esta terapia tuvo gran influencia en la pareja de artistas; la canción Cold Turkey, de John Lennon y la Plastic Ono Band, alude a este particular proceso.

Música en los hospitales

Como artista, Brian Eno (Suffolk, Reino Unido, 1948) ha dedicado una buena parte de su vida y carrera a encontrar maneras de que sus creaciones tengan un efecto profundo sobre el mundo que lo rodea, más allá de la pura experiencia estética. Tal vez, esto implica disolver la barrera entre creador y espectador. Un ejemplo de esto es su pieza de 1978 Ambient 1: Music for Airports, cuya meta es aligerar el estrés provocado por los contextos aeroportuarios, los no-lugares por excelencia.

Como extensión de la pieza antes mencionada, en 2013, el genio de la música ambiental compuso una obra comisionada por el Hospital Montefiore, en Sussex, Reino Unido, basado en la vida y trabajo de la famosa enfermera y feminista Florence Nightingale —y sus tempranas observaciones sobre el poderoso efecto que tenían ciertos colores sobre sus pacientes.

A manera de homenaje a esta pionera, Eno produjo dos propuestas con la intención de aliviar la tensión y ansiedad que un hospital puede producir en quienes ahí se encuentran. La primera se titula 77 Million Paintings for Montefiore y se ubica en la recepción del hospital; se trata de una instalación multimedia compuesta de pantallas, sonido y un software que permite la creación de atmósferas sónicas coloridas e irrepetibles a partir de la infinita combinación de sus elementos. El diseño del software es una ramificación de la aplicación para dispositivos móviles que Eno desarrolló bajo el nombre de Scape.

Para un área exclusiva para pacientes y personal del hospital, Eno creó Quiet room for Montefiore, una instalación que crea un ambiente relajado y contemplativo a partir de la reproducción de un álbum completo compuesto, específicamente, para dicho contexto y una serie de proyecciones luminosas que, inevitablemente, contribuyen a bajar la alta frecuencia de un ser humano —una especie de refugio sonoro y visual.

Simbolizar la realidad

Para Alejandro Jodorowski (Tocopilla, Chile, 1929), todos estamos, en cierto grado, traumados, heridos y desequilibrados de alguna forma. Quizá su afirmación no está tan alejada de la realidad: en muchos sentidos, el que habitamos es un mundo hostil y, en ocasiones, inhumano. Sin embargo, el multifacético artista chileno asegura que la esperanza de sanar existe en el arte —y se refiere a un quehacer artístico alejado del dinero, a una actividad espiritual, emocional y curativa.

A través de sus sesiones performáticas-terapéuticas, conocidas como psicomagia, Jodorowski propone simbolizar, ficcionalizar y actuar ante nuestros traumas simbólicamente para llegar directo al subconsciente, a la raíz de nuestro sufrimiento. La psicomagia es un sistema que propone hacer y no pensar. Esto podría parecer irracional, pero precisamente en eso radica su poder. Tal vez, si (no) lo pensamos bien, en ocasiones necesitamos de lo absurdo para encontrar lo racional o, quizás, dejar de buscar es una forma de encontrar eso que buscamos.

La obra entera de Jodorowski oscila entre lo chamánico, lo surreal, lo irreverente y lo desquiciado. Desde su lugar en el mundo y con la popularidad que lo acompaña, este mítico personaje ha logrado amasar un legado lleno de aproximaciones a ese inicial papel que el arte tuvo en las sociedades antiguas: curar lo invisible, descifrar lo verbalmente inexplicable.

Re-sonar

Electricidad que genera sonidos, fricción que genera puentes: el ejemplo más claro, en nuestro país, de un arte ligado a la sanación es el de Ariel Guzik (Ciudad de México, 1960). Artista autodidacta con aproximaciones profundas tan variadas como las artes plásticas, la música, la física, la medicina y la ingeniería, su interés y trabajo lo han llevado a elaborar complejas piezas que nos permiten comprender la interconectividad biológica de la que somos parte. El lenguaje de las cactáceas convertido en sonido; los fenómenos meteorológicos y el agua; las ondas cerebrales y el sol, son elementos que él combina —mecanismos atemporales reactivos a la propia vida. El trabajo de Guzik se toca bellamente con el de un inventor, el de un científico y el de un artista. En el fondo, las tres vocaciones son solo etiquetas pertenecientes a una misma labor primordial: obtener y transformar, desde lo ya existente, las herramientas para un mejor futuro.

En ese sentido, el artista, logra combinar y ejercer de manera coherente las dos facetas de su vida, al mismo tiempo que diseña, imagina y ejecuta complejos artefactos destinados al contexto público, una gran parte de su vida y obra se enfocan en atender pacientes por medio de la iridología y la herbolaria. Visión y sabiduría milenaria complementan una carrera que se entreteje entre consultas y exposiciones de arte que, en todo caso, surten un efecto similar, el de curar la vida con vida.

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