El arte de caminar: Francis Alÿs
En sus performances, Francis Alÿs rescata la esencia incisiva del flâneur (o paseante) decimonónico para comentar las vicisitudes sociales de la ciudad contemporánea.
Francis Alÿs nació en Bélgica en 1959. Estudió en el Instituto Superior de Arquitectura Saint-Luc en Tournai y en el Instituto Universitario de Arquitectura de Venecia. A finales de los ochenta llegó por primera vez a México como miembro de un programa de apoyo urbanístico ofrecido por su país natal a las víctimas del terremoto de 1985, y poco tiempo después decidió regresar a nuestro país y asentarse aquí definitivamente, abandonando su empleo en la burocracia para comenzar una fecunda producción artística.
Su obra abarca un gran espectro de disciplinas como la pintura, el dibujo, la escultura, la instalación, el video y el performance, muchas veces combinadas bajo una tensión narrativa tan intrincada que desaparece cualquier frontera entre ellas. Uno de sus proyectos más conocidos y celebrados es su colección de flâneries (o paseos),una serie de propuestas estéticas multidisciplinares en las que recorre las calles de la Ciudad de México, Londres o Jerusalén mientras realiza actividades triviales, como derramar pintura sobre el asfalto, arrastrar un cubo de hielo o perseguir obsesivamente una botella de refresco vacía.
El pintor de la vida moderna: el flâneur
La flânerie (o vagabundeo) es una actividad destacada de la experiencia urbana moderna. Muchos escritores han teorizado sobre ella desde el siglo XIX, como Honoré de Balzac, Robert Louis Stevenson, William Hazlitt, Charles Baudelaire y sobre todo Walter Benjamin. En su núcleo, este ejercicio consiste en un paseo errático, pero vigoroso y atento, a través de la ciudad en busca de lo efímero y lo azaroso, componentes fundamentales de la modernidad.
Guiado por la estela del flâneur decimonónico, Alÿs retoma en algunas obras este poderoso gesto, y con ello busca desbordar las posibilidades urbanas para posarse en un horizonte que circunda sus dimensiones vitales más severas. Lo primero que se puede ensayar sobre la obra errabunda de Francis Alÿs es verla como una continuación y una complicación del flâneur, personaje crítico de la modernidad tardía y de sus complicaciones sociales y culturales.
Un nuevo paseante
Como el del flâneur, el paseo de Alÿs se torna discurso del cuerpo en movimiento, de un paseo ocioso y vacío que no lleva a ningún lugar. Su movimiento es una toma de posición frente al orden urbano: en su posición móvil, se trata tanto de una renuncia a la ley del tener-lugar que ordena los cuerpos en la urbe como una oposición al cuerpo estático, al cuerpo detenido y reprimido, a la momificación urbana que es requerida por una sociedad mediada por la voluntad de productividad y consumo. El valor primordial de sus paseos es la resistencia a la preocupación por encauzar todo movimiento posible (orgánico, automotor, bursátil, etcétera) al dogma de la producción.
La vagancia del flâneur decimonónico y el gesto de Francis Alÿs coinciden en su aparente banalidad y la apuesta por el acontecimiento fortuito. Sin embargo, a pesar de esta confluencia, a diferencia de la primera, el paseo de Alÿs se abstiene de transformarse en un canto melancólico (spleen) sobre la continuidad metafísica diluida en el entramado urbano, como la poesía de Baudelaire, donde asistimos al espectáculo de una toma de posición resignada a los avatares de la fragilidad moderna. El gesto de Alÿs es la exaltación y la reactivación de la deuda del paseante urbano, detenido en la contemplación estética del abismo arquitectónico moderno; no es, como su antecedente baudelairiano, el llanto de una conciencia embebida en su alienación.
Francis Alÿs, el artista vagabundo
En sus obras, el flâneur Alÿs se permite crear nuevas fisiologíasy nuevas formas de vivirse como cuerpo. Por ejemplo, en If you are a typical spectator what you are really doing is waiting for the accident to happen, performance en el que el artista sigue con una cámara de video una botella vacía que es arrastrada por el viento y por las patadas de unos niños que la usan para jugar futbol; su travesía visual es casi el eco de la actitud maniática del narrador de “El hombre de la multitud”, ese cuento de Edgar Allan Poe que tanto emocionó a Charles Baudelaire: se trata de una crítica a un cierto urbanismo que se erige como fuerza motora de lo que está contenido en ella. Es, en esencia, la reconquista del espacio público y del derecho de vagar sin rumbo.
Francis Alÿs es un nuevo flâneur que vive y se pasea en las postrimerías del siglo XX y en el despunte del XXI: en sus obras conserva la observación y la curiosidad, crítica y minuciosa, de la flânerie decimonónica. En todo caso, sus observaciones se dirigen a un ritmo específico y a cierto plan preconcebido para la urbe; un trazado a priori, económico y escurridizo del cuerpo. Así lo hace en The Green Line, donde vuelve a trazar la famosa línea verde que separó al Estado de Israel del bloque árabe al finalizar la guerra árabe-israelí de 1948, cargando un bote de pintura verde agujereado en su base, para subrayar el poder de las fronteras, más que la herencia histórica del nakba (o “catástrofe”, término que los árabes palestinos usaron para nombrar el éxodo de 1948 al término de la guerra).
El artista y la ciudad
La movilidad se trata, más que de otra cosa, de un derecho fundamental de los cuerpos. Para que un cuerpo tenga movilidad, es necesario que tenga una superficie debajo de sí sobre la que pueda desplazarse libremente, así como los medios necesarios para garantizar su movimiento. En los performances de Alÿs, en tanto que actividades de resistencia corporal frente al designio de la urbe económica, la calle es la condición esencial de su ejercicio de impugnación.
Mientras más movimiento baladí pueda arrancar a este espectro, más control tiene el artista flâneur sobre su cuerpo; mientras más movimiento sin dirección pueda realizar, Alÿs puede denunciar con más ahínco los límites del movimiento mismo y mantenerse insensible ante a la carga de un cierto guion impuesto sobre el cuerpo. En sus paseos, Alÿs apunta a lo aleatorio para escapar del control urbano: vagancia, azar y libertad van de la mano en sus performances.
Francis Alÿs toma la calle para defender la movilidad del cuerpo. Su apuesta es una práctica corporal específica: el ocio. Tal vez, como al “enigmático” Señor G. que Baudelaire describe en El pintor de la vida moderna, a Francis Alÿs tampoco le gusta que lo llamen “artista”: “A Monsieur G. no le gusta ser llamado artista. ¿No tiene algo de razón? Se interesa por el mundo entero; quiere saber, comprender, apreciar todo lo que pasa en la superficie de nuestro esferoide. El artista vive muy poco, o incluso nada, en el mundo moral y político”. En sus paseos, Alÿs reclama un espacio para la movilidad por medio de un movimiento compulsivo. Pelea por la calle en la calle, ingeniándoselas para que hacer nada a veces lleve a hacer algo.