El poder del chismorreo y la ficción

18 | 08 | 2021

Es muy probable que el Homo sapiens haya logrado dominar a las demás especies gracias a su lenguaje único; es decir, a su gran capacidad y flexibilidad de comunicación, inventiva y socialización.

El ser humano olvidó hace mucho tiempo el lenguaje de los animales. Solo existe un lugar en donde perros y humanos se entienden del todo: la ficción.

—O. Henry

Hubo un tiempo —cuenta el historiador Yuval Noah Harari en su libro De animales a dioses (2011)— cuando en la Tierra convivían al menos seis especies humanas distintas, y los sapiens (nosotros) no éramos superiores a los corpulentos neandertales o al Homo erectus, que hasta el momento ha sido el más duradero del género Homo (hombre), con un récord de alrededor de dos millones de años de habitar en nuestro planeta. Sin embargo, hoy día el Homo sapiens es la única especie humana superviviente y el ser vivo dominante en el mundo.

¿Cómo lograron los sapiens conquistar la Tierra? ¿Qué les pasó para poder expandirse con éxito desde África hasta el resto del planeta; e inventar y crear arcos y flechas, barcas, lámparas de aceite, agujas para coser ropa abrigadora, mitos y religiones, educación, estratificaciones sociales complejas, arte, etcétera? 

La mayoría de expertos conjetura que hace alrededor de 70,000 años aconteció una revolución cognitiva en la que mutaciones genéticas accidentales cambiaron las conexiones internas del cerebro de los sapiens, lo que amplió sus capacidades de aprendizaje, memoria y comunicación, y les “permitió pensar de maneras sin precedentes y comunicarse con un tipo de lenguaje totalmente nuevo”, dice Harari.

Yuval Noah Harari – World Economic Forum / Ciaran McCrickard

Pero ¿qué tiene de especial nuestro lenguaje si todo ser vivo —desde plantas e insectos hasta animales— sabe comunicarse? La respuesta común es que el lenguaje de los sapiens es sorprendentemente flexible: combina un número limitado de sonidos y señas para producir infinidad de frases, cada una con significado y sentido diferentes.

Sin embargo, hay otra teoría que asegura que nuestro lenguaje “evolucionó como un medio de compartir información sobre el mundo”, explica también Harari; no tanto sobre la amenaza de los leones o la cacería de mamuts, sino que lo más importante era informar acerca de los humanos; por eso “nuestro lenguaje evolucionó como una variante del chismorreo”.

La teoría del chismorreo

El cuento “Tobermory”, de Saki, trata de un gato que vivió en una casa de huéspedes en Inglaterra y al que se le enseñó el arte del habla humana. Los incrédulos huéspedes estaban asombrados de que el gato Tobermory hablara. No obstante, de la admiración pasaron al susto: Tobermory chismorreaba ante ellos las fechorías que hacían a escondidas y lo que decían a espaldas de los demás, situación que cambió el ambiente de la casa y comenzó a poner las cosas en su justo lugar. Fue tal la incomodidad de huéspedes y anfitriones, que se decidió eliminar al gato.

Aquel cuento nos muestra, entre otros asuntos, cómo el chisme puede ser una manera de transformar estructuras sociales y las relaciones interpersonales. De hecho, la teoría del chismorreo postula que el Homo sapiens es ante todo un animal social y que la cooperación es nuestra clave para la supervivencia y la reproducción.

Los sapiens tenemos una particular capacidad de comunicarnos y trabajar juntos —incluso con desconocidos— en grandes grupos. Tanto si cazamos mamuts como si fabricamos naves espaciales o medicinas, necesitamos confiar en los demás. El comercio, por ejemplo, no puede existir sin la confianza; es más, podría decirse que el regateo es una variante específica del chismorreo. Aprendemos a cooperar mejor que cualquier otro animal. Somos flexibles, ante una amenaza reinventamos nuestro sistema social para enfrentarla.

Además, nuestra capacidad narrativa es única. No es suficiente con que mujeres y hombres sepan dónde hay leones o mamuts, sino que es más relevante “saber quién de su tropilla odia a quién, quién duerme con quién, quién es honesto y quién es un tramposo”, menciona Harari. Según la teoría de chismorreo, hablar a espaldas de los otros es una capacidad muy perniciosa, pero esencial para la cooperación masiva. De hecho, los defensores de esta teoría piensan que el chismorreo es tan natural en los sapiens que es como si el lenguaje hubiera evolucionado solo para esto.

Harari describe que la teoría del chismorreo puede parecer una broma, pero hay numerosos estudios que la respaldan. Incluso actualmente la inmensa mayoría de la comunicación humana (ya sea en forma de mensajes de correo electrónico, de llamadas telefónicas, de columnas de periódicos o de redes sociales) es chismorreo. “Los chismosos son el cuarto poder original, periodistas que informan a la sociedad y de esta manera la protegen de tramposos y gorrones”. Como en el cuento del gato Tobermory, el chismorreo suele centrarse en fechorías, y así ayuda a imponer las normas sociales y a mantener la cohesión del grupo.

Pero el chismorreo tiene también sus limitaciones: según un estudio —realizado en 1993 por Robin Dunbar, antropólogo británico e impulsor de esa teoría— la mayoría de los sapiens no podemos tener más de unas 150 relaciones significativas, cifra que es conocida como el número de Dunbar.

150: el número mágico

Según Dunbar, 150 individuos son el umbral crítico de las organizaciones humanas. Debajo de ese número, comunidades, instituciones o redes sociales pueden sobrevivir basándose en el conocimiento íntimo y en la actividad de los chismosos. “No hacen falta rangos formales, títulos ni libros de leyes para mantener el orden”, señala Harari. Rebasado ese límite, por ejemplo, negocios familiares exitosos pueden entrar en crisis con el crecimiento de empleados, y por eso deben reinventarse.

Entonces, ¿cómo logró el Homo sapiens cruzar el umbral de los 150 individuos? ¿Cómo fundó megaurbes, imperios y países? “Gracias a la ficción”, responden investigadores como Harari.

La poderosa ficción

Se postula también que el secreto del éxito del Homo sapiens en el planeta son los mitos, que son muestra de nuestra gran capacidad de imaginación. Un gran número de extraños pueden cooperar si creen en mitos comunes. “Los sapiens [sic] dominan el mundo porque son los únicos capaces de crear historias ficticias y creer en ellas”, afirma Harari. “Si todos creemos en las mismas ficciones todos seguimos las mismas reglas”, sean religiosas, políticas, sociales o económicas.

Por lo mismo, millares de sapiens pueden juntarse en eventos masivos, como en un estadio de futbol o en una manifestación; los chimpancés apenas pueden hacerlo entre 20 y 50 individuos: más de eso les generaría un caos.

Así, la cooperación humana masiva se basa en mitos comunes que solo existen en la imaginación colectiva, sea una tribu arcaica, una iglesia medieval o un estado moderno. El dinero, la religión, las leyes, los derechos humanos, las empresas y las marcas son mitos: nada de esto existe fuera de los relatos que nos inventamos. Según Harari, los abogados y los empresarios son poderosos hechiceros; de hecho, los abogados suelen contar relatos mucho más extraños que los chamanes.

Entonces, se trata de contar una historia y convencer a la gente; de creérsela. Contar relatos efectivos no es cualquier cosa: lo difícil no es tanto narrarlos, sino convencer a la gente para que se los crea.

Cabe aclarar, según Harari, que una realidad imaginada no es una mentira; mentir, más bien, es gritar que viene el lobo y saber perfectamente que no es cierto. Por eso, desde la revolución cognitiva, los sapiens vivimos en una realidad dual: 1) la realidad objetiva de los mares, las plantas y los lobos; 2) la realidad imaginada de los dioses, los países y las instituciones.

“A medida que pasaba el tiempo, la realidad imaginada se hizo cada vez más poderosa, de modo que en la actualidad la supervivencia de ríos, árboles y leones depende de la gracia de entidades imaginadas tales como dioses, naciones y corporaciones”, revela Harari.

La comunicación es la esencia de la vida en todos los seres vivos de la Tierra. Y el ser humano ejerce un gran dominio en el mundo no solo debido a su capacidad de comunicarse, sino de fabulación. “Somos cuentos contando cuentos”, es un verso de Ricardo Reis, heterónimo de Fernando Pessoa. En efecto, somos los fabuladores del planeta.

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