El viento anuncia la llegada de nuestros seres queridos: Janal Pixán
Cinco mediadores culturales del programa de liderazgo de jóvenes a jóvenes abrieron sus corazones para hablarnos de la ceremonia maya del Día de Muertos, de sus tradiciones y de las personas a quienes honran en estos días.
El Programa de jóvenes a jóvenes de Baktún Pueblo Maya busca crear redes de liderazgo juvenil y brindarles a los participantes una serie de habilidades que contribuirán a su desarrollo personal y les permitirán gestionar iniciativas para el rescate, la conservación y la promoción del patrimonio natural y cultural de sus regiones. El pasado junio, un nutrido grupo de alumnos de la Universidad Intercultural Maya de Quintana Roo comenzó este trayecto bienal. Esta vez, nos dimos a la tarea de explorar el Janal Pixán con cinco mediadores: esto fue lo que nos dijeron.
Rosalba Dzul Pam, mediadora cultural de X-canchakán (Yucatán):
En mi comunidad, conmemoramos el Janal Pixán del 31 de octubre al 30 de noviembre. Lo celebramos todo el mes, pero los días más reconocidos por nuestra región son las siguientes fechas: el 31 de octubre se dedica a todos los niños que partieron antes de tiempo, y a este día se le conoce como U janal paalal; el 1 de noviembre se dedica a todos los adultos difuntos; y, por último, el 2 de noviembre, conocido como U janal pixanoob, se realiza una misa dedicada a todas las almas, generalmente en los cementerios, las iglesias y en todos los hogares de la comunidad.
Mis papás nos han enseñado que es muy importante celebrar estas fechas especiales, ya que en ellas recordamos a nuestros seres queridos que se nos han adelantado. Yo honro a mis abuelos paternos y maternos, bisabuelos y tatarabuelos en estos días. Aunque realmente no conocí a mis abuelos paternos, bisabuelos ni a mis tatarabuelos, mis papás nos han contado historias bonitas sobre ellos, y por eso siempre permanecerán en mi corazón. Por otro lado, mi mamá y mis hermanas hacen rezos para todas las ánimas solas que no tienen quién las recuerde, para que no se sientan solas en su visita.
Es importante que nuestros padres y abuelos nos transmitan estas celebraciones para que nosotros las enseñemos de generación en generación y así no se pierdan.
Juan Antonio Gómez, mediador cultural de Bulukax (Quintana Roo):
El Janal Pixán es una tradición del pueblo maya que se lleva a cabo para recordar de una manera especial a los amigos y parientes que se adelantaron en el viaje eterno. En mi familia ponemos un altar alumbrado con velas de cera debajo de los árboles del patio: ahí colocamos la comida típica de la temporada, como el atole nuevo, los pibes, las jícamas, las mandarinas y las naranjas. De igual forma, ponemos tamales de espelón, vaporcitos, pan dulce y jícaras con sabroso chocolate. Todo eso lo adornamos con veladoras, flores con ramas de ruda y fotografías de las personas que ya no se encuentran con nosotros. En mi familia, este día se lo dedicamos a nuestros seres queridos que han partido de este mundo.
Andrea Contreras, mediadora cultural de Carlos A. Madrazo (Quintana Roo):
Para mí, el Janal Pixán es un tiempo de paz y de recuerdo. Es una fecha en la que tenemos que ser muy conscientes y reflexionar sobre lo que estamos haciendo en vida: ir más allá de lo que hacemos día a día, de lo superficial y de lo cotidiano y apuntar hacia el trascender. Me parece también que es un día para compartir los recuerdos de esas personas y sentirlas también. Creo que es una fecha en la que nuestros sentidos se pueden abrir para sentir a aquellas personas que amamos y que ya no están, que trascendieron. Y qué mejor que recordar con lo que lo que mexicanos y la gente de la península solemos hacer muy bien: cocinar, comer y compartir. Esas son cosas fundamentales que nos hacen conectar con el más allá.
Son días de mucho privilegio, porque nos damos un tiempo para sentir. En mi familia y en la comunidad cada persona tiene su forma de festejar, que se fue transmitiendo de generación en generación. Aquí, mi abuelo nos enseñó que son días muy importantes, que tenemos que celebrarlos con mucho corazón. El altar que solemos hacer en la familia es muy particular, porque lo que más abundan son las velas: mi abuelo tenía la tradición de poner una por cada persona que se le adelantaba, para darles una luz que las llamara. Mi abuelo era una persona muy mayor, y por razones naturales mucha gente ya había muerto en su vida: por eso la mesa del altar se llenaba de velas y era una imagen preciosa.
También se cocinaban las comidas preferidas de los difuntos. En el centro del altar se ponía una cruz y algunas fotografías: normalmente, la de mi tatarabuela —la madre de él— y algunas otras. En la base del altar también se ponían juguetes y nunca podía faltar el refresco de cola o algún licor. Hacer entre todas y todos ese altar, ver cómo vamos a adornar y cómo vamos a acomodar las cosas formaba parte del festejo. Y claro, todo terminaba en un momento en el que, más que rezar, tú podías hacer esa conexión, tú podías recordar, tú podías abrazar, y al final se terminaba también con una comida, con música y muchos, muchos recuerdos y anécdotas en frente de las luces de las velas.
Antes, celebraba esta tradición para acompañar a mi familia; hoy, el altar tiene significado muy personal, pues ahora puedo recordar y honrar a mi abuelo, quien hace menos de 2 años falleció. Sin duda nunca vamos a dejar que esa tradición que él siempre hacía de poner su altar con sus 1,000 velas se caiga; son columnas sólidas esas tradiciones que nos mantienen unidos como familia, y por eso mis tías, mis primos y yo seguimos haciéndolo y vamos a seguir hasta que nos dé la vida.
Rommel Alberto Poot, mediador cultural de Tihosuco (Quintana Roo):
Yo no le llamo Janal Pixán, porque siento que ese término se ha folclorizado; se le han asociado muchas características ficticias al nombre. Yo le llamo “U k’uchul pixanoob”, la llegada de las ánimas o finados, como aquí en mi comunidad lo conocemos. Para mí, es una ceremonia muy significativa. ¿Por qué? Estas son de las fechas en las que la gente trabaja de manera colectiva, empiezan a escucharse los rezos y las calles se llenan de velas. Son eventos muy bonitos, porque, a pesar de que han pasado años, y años, y años de que nuestros seres queridos partieron de este mundo, aún se les recuerda, aún se les festeja, y no se olvidan acá; siguen con nosotros, nunca se han ido. Es por esto que siento que esta fecha define que, realmente, la vida no termina con la muerte: siento que el morir es un renacer.
En mi casa hacemos rezo y chachacua, que son los tamales cocidos en un píib (un horno subterráneo). La familia se reúne, los niños juegan canicas y trompos; son actividades muy, muy bonitas en las que yo también participé cuando era más pequeño. En la casa los festejamos de esa manera: hacemos a veces un pollo pibil o una comida, hay rezos por doquier y se decora el altar —no como los vemos en la tele, no con mucho folclor, no con mucho adorno, porque así no es como lo conozco: en mi casa lo celebramos de esta manera. Pero lo más bonito es que, en estas fechas, al momento de salir e irse caminando por la calle, se escucha el canto, ese coro de las casas en donde se van haciendo los rezos, en donde se entonan las melodías para convivir con nuestras ánimas.
En estos días yo honro a un difunto tío —muy amigo mío—, con el que conviví muchísimos años y que, hasta ahora, siento que aún es feliz: siento que él es una persona que todavía sigue estando aquí entre nosotros. Honro también a mis difuntos abuelos y a todas esas personas que dejaron un legado, aunque no hayan sido de mi familia.
Herminia Chi Yama, mediadora cultural de Nuevo Israel (Quintana Roo)
El Janal Pixán tiene como objetivo honrar y celebrar la vida de nuestros antepasados, de los muertos queridos y de los muertos ejemplares. En mi comunidad se celebra llevando ofrendas al altar de muertos. Es una tradición levantar un altar doméstico con ofrendas en homenaje a los difuntos. En él se colocan alimentos como el tradicional pan de muertos y distintos tipos de bebidas: la que no debe faltar es el atole nuevo.
Mi abuelita nos dice que cada año los campesinos tienen la costumbre de beber el atole nuevo en el mes de noviembre para respetar los días de muertos, por lo que se dedican a sus milpas con anticipación para sembrar el maíz. Una vez que estos crecen y empiezan a dar sus primeros frutos, los campesinos cosechan el elote tierno para preparar el atole nuevo con sus familiares. Cuando mi abuelita llegaba con su alza de elotes, les quitaba la cáscara y los desgranaba sentada en su banquillo de madera, los lavaba con abundante agua y los echaba al molino para obtener la masa. Asimismo, ponía agua a hervir a fuego lento, y una vez que empezaba a evaporar, le agregaba la masa con agua fría y la movía varias veces para evitar que se pegara en la olla. Una vez que el atole estaba listo, lo dejaba reposar; para esto se necesitaba ser paciente y esperar a que tuviera consistencia. Después podía servirse.
Una de las creencias mayas que nos contaba mi abuelita es que, al momento de preparar el atole nuevo, siempre hay que moverlo para un solo lado, utilizando un palo largo recién cortado de la milpa de los campesinos. En maya, este palo es conocido como júuyu’. Mis abuelos decían que, si el atole se mueve sin cuidado y se menea por todos lados, quedará aguado y no habrá manera de dejarlo espeso de nuevo. Preparamos esta bebida en el mes de noviembre para ponerla en el altar de muertos como una ofrenda a nuestros seres queridos que ya no están con nosotros, especialmente a mi hermanito y a mis abuelos.
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