Qué es el espacio psíquico
Un territorio interno imprescindible para el desarrollo personal…
El espacio es, sin duda, uno de los conceptos más abordados en la filosofía. Sabemos que somos y nos desplazamos dentro de la infinitud y continuidad de su existencia. Sabemos, también, que las diferentes dimensiones espaciales nos afectan directamente. Además, existen muchas clases de espacio y esto se relaciona directamente con nuestra percepción y con nuestra interioridad: el espacio es, también, cómo lo entendemos y lo sentimos.
En ocasiones, el mundo en el que vivimos puede tornarse claustrofóbico y acelerado, en él los espacios habitables son, a menudo, cada vez más pequeños. Algo similar sucede con nuestra mente: el constante bombardeo informativo de nuestro tiempo y una mal entendida sobre-comunicación han afectado y disminuido nuestro espacio mental, un sitio interno y personal tan importante como el físico. A este fascinante (y poco conocido) lugar se le conoce como espacio psíquico.
El espacio psíquico es un elemento vital para nuestra salud mental, pues protege nuestra psique del exterior y de la psique de otras personas; nos permite tener una identidad propia; confirma y delimita nuestra separación de todo aquello que no somos nosotros. Es ahí donde definimos nuestra individualidad. Tener un espacio psíquico desarrollado y sano implica permitirnos estar a cargo de nuestro interior y, por lo tanto, de nuestra propia vida.
El proceso de delimitación del espacio psíquico comienza en la infancia, también lo hace su cuidado. Por esta razón, es importante conocer su significado e importancia. Si no se nos otorgó dicho espacio durante la etapa formativa, es muy probable que nuestra mente se mantenga inmadura y que entremos a la edad adulta con un desequilibrio respecto a nuestra integridad e identidad, respecto al necesario balance entre lo interior y lo exterior.
Somos burbujas, burbujas permeables. Idealmente, el espacio psíquico lo dan los padres al bebé (normalmente, entre los 7 y 12 meses de edad), para que éste se dé cuenta de que ellos y él existen como seres separados. Un ejemplo simple de esto es lo que ocurre internamente en el pequeño cuando el padre o la madre salen de la habitación y este tiene la confianza de que regresarán. A partir de ese momento queda establecido que padres e hijo son dos sujetos que se relacionan entre sí, en base a sus individualidades. Este desarrollo de la mente (que es distinto al desarrollo cerebral) continúa y se complejiza conforme una persona crece.
A medida que los padres le brindan la oportunidad de experimentar el mundo sin hacer interferencia en ello, ese espacio generará confianza propia, y de ahí una ilimitada serie de posibilidades de generar ideas propias, un inmenso taller de producción de herramientas que servirán al individuo a desenvolverse, relacionarse e interactuar sanamente con la vida y los demás individuos.
El desarrollo de la mente implica, entre otras cosas, tener y mantener esa habitación mental (el espacio psíquico) para poder poner a prueba nuestros pensamientos y evaluar si éstos nos están guiando correctamente por la vida. Desarrollar esta confianza en nuestros propios pensamientos creará un yo sólido en la edad adulta, independientemente de cualquier factor (favorable o adverso) externo.
Afortunadamente, en el mundo que habitamos, también existen excelentes opciones de psicoterapia y otras herramientas que ayudan a los adultos a manejar, sanar, reconstruir o fabricar su espacio psíquico; el papel del terapeuta es, en todo momento, el de un guía para el proceso de búsqueda y descubrimiento de este fascinante territorio dentro de nosotros: un sitio estructurado, infinito y único, donde en lugar de muros hay ideas, reflexiones y acciones cimentadas en la confianza propia.