Iniciativas artísticas y sociales en Yucatán

14 | 09 | 2020

Gracias al trabajo en torno al arte y la transformación social de TAE, a lo largo de 15 años la organización ha trabado relaciones con iniciativas afines como El Meliponario Lol-Bé y la Fundación Gruber Jez. Te compartimos detalles de estos valiosos proyectos.

¿Qué es TAE?

Transformación, Arte y Educación es una asociación civil sin fines de lucro que busca expandir los límites del arte integrándolo a procesos creativos de transformación social. Desde 2005, trabaja para que las herramientas artísticas y educativas posibiliten impactos concretos en ámbitos sociales y en nuestra relación con el medio ambiente. Por medio de propuestas reflexivas que involucran la investigación, la participación y la creación, TAE contribuye a una cultura en evolución y fomenta procesos creativos interculturales.

Daniela Pérez, curadora y coordinadora de proyectos de arte de la organización, nos comparte que ella está involucrada en los proyectos que tienen que ver con arte y, en particular, con una línea de trabajo que venimos denominando arte social; desde esta visión, el arte va más allá de los objetos o fenómenos aislados; en vez de eso, se plantea como parte de un sistema dinámico y de interacciones a largo plazo”. El arte social implica una exploración del sentido del arte en la actualidad y del rol que juegan en él personas de múltiples contextos y de distintas esferas sociales, disciplinas y bagajes, porque una conversación plural, que conjunte diversas voces, “puede promover una serie de acciones para abordar los retos actuales desde la ética y la estética”. En este escenario, continúa Daniela, “TAE pretende, por medio del arte y la educación, posicionarse como una plataforma que cataliza proyectos de transformación social”. 

Gracias a esta dinámica, TAE ha establecido contacto con iniciativas que tienen intereses similares. Organizado por el Patronato de Arte Contemporáneo, a principios de marzo de este año se realizó en Mérida un coloquio en el que TAE estrechó vínculos con miembros del circuito artístico de Mérida y localidades vecinas. Entre los varios proyectos que se presentaron se encuentran el Meliponario Lol-Bé y la Fundación Gruber Jez. Con ellos, TAE compartió los progresos y planes de su proyecto en la Hacienda de San Pedro Ochil. A continuación te compartimos detalles de estos valiosos testimonios del trabajo artístico y social en Yucatán.

El Meliponario Lol-Bé

El Meliponario Lol-Bé se encuentra en Chablekal, cerca del sitio arqueológico de Dzibilchaltún. Con sus más de 350 colmenas y 20 años de experiencia familiar, el meliponario Lol-Bé es un muestrario botánico a cielo abierto, un museo verde a ras de suelo. Los árboles, las plantas, los frutos y las flores tienen su hogar junto a las abejas y, en este balance, la abeja es fuente de sustento y abundancia y los apicultores mantienen su casa, la construyen, la plantan, la tornan más duradera, más decorosa. Ya sea alrededor de sus hortalizas, en los corrales de las gallinas o en el estanque, los olores de las plantas se esparcen por el huerto y así las meliponas se sienten en su elemento. El tiempo regentea la existencia de animales y personas: respetándolo todo gira según su estación, faltando a su norma se pierde la cuenta de la vida. 

Este equilibrio parece surgir de un diálogo cordial ente la tierra y la cultura. Bertha Pool, quien vive de las abejas y es una voz autorizada de las plantas, proviene de una familia de raíces mayas arraigadas a la tierra y, entre muchas cosas más, es la moderadora de este diálogo. Bertha es modesta y no admite fácilmente lo mucho que sabe de la tierra, pero muestra su generosidad compartiendo sus saberes botánicos y agrícolas. La gente le pregunta si en el meliponario tienen plagas o si otros animales se comen las cosechas, y ella responde: “Mi papá es de la mentalidad de que si nosotros vamos a consumir, no todo lo podemos consumir nosotros; entonces, hay para todos. Es como la miel, a veces se nos llegan a caer uno o dos litros, pero es para la madre tierra, ella también tiene que comer. Así es con los animales, las chachalacas, los iguanos, todos tienen que alimentarse”.

En el meliponario Lol-Bé, cuenta Bertha, están rescatando plantas antiguas que ya se habían perdido, como el kanisté, variación del zapote que ya no se encuentra en la localidad; el bonete, que es la papaya antigua de Yucatán, tiene un sabor exótico y muchas propiedades medicinales; o un cítrico como la cajera, parecida a la mandarina pero con forma de naranja agria, un fruto que sirve para la circulación de la sangre. En su huerto también hay zaramullo, anona, guanábana, orégano, cebollín, chile piquín, chile habanero, limón cubano, toronja, pitaya, árnica, nance, zapote negro y carambola. En algunos casos, Bertha solo conoce el nombre maya de las plantas. En este catálogo están, por mencionar algunas, el xcacaltún, planta de muy variados usos medicinales; el kitinché, árbol nativo de flor pequeña que da mucho néctar; el dzitzilché, arbusto resistente y de singular corteza; el yax-halanché, protección muy efectiva contra los malos vientos; y el chaká y el balché, árboles altos y muy aromáticos.

El huerto es la casa de las abejas y todo está dispuesto para que ellas se sientan cómodas. En el estanque con plantas acuáticas y peces, las meliponas beben agua, y no solo ellas, a esta agua se acercan a saciar su sed avispas, trigonas, libélulas y pájaros, ninguno de estos animales toma agua embotellada, de garrafón, se la han puesto pero no la beben, todos prefieren el agua del estanque. La miel melipona puede ser transparente o amarilla, dependiendo del color de las flores. Las abejas también recolectan el polen y no revuelven el transparente con el amarillo o el negro, por ejemplo. Una caja de meliponas puede tener hasta cuatro kilos de miel y solo sacan la mitad del contenido por cada recolecta, para que las abejas también se queden con parte de la miel. En temporada de cosecha pueden extraer miel de cada caja hasta una vez por quincena. 

Fundación Gruber Jez

Austriaca de origen pero llegada a México desde 1975 y avecinada en Mérida desde 1988, Gerda Gruber fundó el taller de escultura en barro de la Escuela Nacional de Artes Plásticas de la UNAM y desde 2001 sostiene la Fundación Gruber Jez para estancias artísticas. En la localidad de Cholul, Gerda recibe a los invitados y les explica que la Fundación se creó “con la idea de recibir egresados de cualquier universidad de arte, mayormente del área de escultura, porque en esta área faltan siempre talleres para que el recién egresado pueda ingresar al terreno profesional. Además, la escultura siempre demanda un lugar más amplio y al aire libre”.

La Fundación Gruber Jez ha recibido apoyos de la UNESCO y el FONCA, pero actualmente es un proyecto sin apoyo institucional que se mantiene por la voluntad de la maestra Gerda, con recursos provenientes de su jubilación como profesora y de la circulación de su producción artística, así como por las contribuciones de los residentes y colegas. El espacio está abierto para residencias privadas de un mes a tres dependiendo del proyecto de cada artista. Gerda comparte que “el gran problema en la escultura siempre es el transporte de regreso. Por eso algunas obras se han quedado aquí”, así que ella y sus colegas están en una batalla permanente para evitar que el taller se les convierta en museo.

Sigue a Gerda un séquito de discípulos que conforman su círculo más cercano. Estos jóvenes artistas son los más asiduos colaboradores del taller de la Fundación y andan de aquí para allá trabajando con su propia obra y recibiendo las enseñanzas de la maestra. Le ayudan a mantener el espacio, juntos diseñaron y construyeron el jardín y ahora lo mantienen en orden, lo limpian, lo alimentan con sus obras. En la nave principal del taller se distribuyen las mesas donde cada uno especula con la materia. El horno del taller, junto a un tórculo para hacer placas, es uno de los más grandes para cerámica de Yucatán, la maestra lo construyó para trabajar la cerámica escultórica. Cada material tiene su lenguaje, cada pieza está reclamando hablar su propia lengua.

Cruzando el taller principal está la casa de la maestra, hay que atravesar un umbral de árboles para llegar al patio donde los naranjos reciben a los invitados, todos caminan por el portal de su casa y allí se percatan del trabajo cincelado por las décadas. La primera galería es su taller de barro. Sus esculturas son órganos de porcelana viva que habitan su espacio como un hígado habita su cuerpo. Un cerebro blanco se distiende en una mesa, los hemisferios derecho e izquierdo se inclinan hacia su respectivo polo y, en medio de ambos, el cuerpo calloso se abre como un surco de cerámica. Junto al cerebro, como el monumento desproporcionado de un microbio, descansa una célula que es toda epidermis, una membrana translúcida y brillante, un nudo de mitocondrias a escala que, a pesar de no quemar oxígeno alguno, inhala y exhala vigorosamente. 

Pasando el primer recinto, en el claustro que divide el taller del comedor y la cocina, permanecen, apenas estáticos, un par de percheros de los que no cuelga ningún abrigo, sino unos goterones vidriosos que parecen a punto de escurrirse y estallar en un torrente líquido. Sus tallados de madera son unas mandrágoras pulidas que se reparten a pedazos por el piso y en silencio ondulan sus secretos. Como un montón de jengibres u homúnculos vegetales, estas reliquias de la selva inundan el patio con suaves molduras aromáticas y, al pie de un cedro y un árbol de caoba, duermen el sueño biológico de la artista, plagado de formas orgánicas y evocaciones fáusticas. 

TAE: Centro Cultural Ochil

La Hacienda San Pedro Ochil se encuentra a 36 kilómetros de Mérida, en el municipio de Abalá, sobre la carretera que lleva a sitios arqueológicos como Uxmal y Kabah. Como en otras haciendas, el declive de la producción henequenera se dio progresivamente a lo largo del siglo XX y la hacienda quedó improductiva varias décadas. A finales de siglo se emprendió su restauración. De acuerdo con Salvador Reyes, uno de los arquitectos que trabajó en la rehabilitación del inmueble, Ochil tiene componentes de los siglos XVII y XVIII y ha sufrido varias intervenciones, lo cual se refleja en los detalles de su arquitectura. Durante su intervención, el reto fue preservar “esa pátina del tiempo, que es un testimonial de la memoria muy valioso, y al mismo tiempo consolidar y proteger el edificio para que tenga mayor proyección de vida. Y la respuesta nos la dieron los arqueólogos”, dice Salvador, de manera que durante las obras él y su equipo  recurrieron a técnicas constructivas antiguas. 

Además, San Pedro Ochil es el hogar del Árbol de luz, una obra del artista californiano James Turrell instalada en 2011. A un costado de los muros restaurados de la hacienda, las escaleras conducen a un anfiteatro que se encuentra en la entrada de un cenote. El centro del escenario es el hogar de un álamo, un árbol asociado a las entradas de los cenotes debido a sus largas raíces que penetran la piedra en busca de agua. Allí, entre el conglomerado de figuras de la naturaleza, la instalación de luces proyecta las formas a un plano en que los colores, los fulgores y las sombras transforman la percepción del espectador. En el Árbol de luz, el espectador se asoma a un juego de luces sin lienzo que trastoca el color y sus transiciones y los lleva a una dimensión contemplativa. Desdoblándose en una vida multiforme, proteica, la obra es una durante la vigilia de los días y de noche, cuando se enciende, despierta como un impulso de contrastes y matices en las que el espectador se refleja a sí mismo. 

Pero Ochil no es solo un complejo arquitectónico, también es un centro cultural en proceso que busca impulsar otras vertientes de las tradiciones y los saberes yucatecos, como la gastronomía, la agricultura y las artesanías. Los proyectos de TAE responden a la interconexión “entre la sabiduría y conocimiento ancestral de la cultura maya y los avances creativos del mundo actual. Al tanto de la situación global que se vive —enfatiza Daniela, coordinadora de proyectos de TAE—, nos interesa continuar aprendiendo de formas de pensar y de vivir, así como de relacionarnos con el entorno para propiciar, desde donde nos compete, efectos positivos de transformación sensible y consciente, mediante la construcción de espacios de reflexión y entendimiento para valorar el pasado, conservarlo y adaptarlo”. 

En un día común en Ochil los visitantes pueden deleitarse con la rica variedad de la gastronomía yucateca, caracterizada por el uso de los recados, la acidez de sus ingredientes, la combinación de sabores dulces y salados, el sincretismo de sus ingredientes —criollos, prehispánicos— y el uso de productos locales en su preparación. Además, en la hacienda se encuentran los talleres de algunos artesanos de la región, quienes realizan su trabajo auspiciados por el proyecto de Grandes Maestros del Arte Popular Mexicano, de manera que los visitantes pueden conocer su obra y sus valores, los cuales conviven en el inmueble junto a las viejas chimeneas y las máquinas que solían usarse para trabajar el henequén. 

Como ha sucedido en todo el mundo, la crisis sanitaria en el 2020 fue una avalancha para las iniciativas de TAE en Ochil; sin embargo, el trabajo y las proyecciones a futuro continúan. Entre los proyectos que se han trabajado en Ochil están los contenidos que abordarán temas relacionados con la historia, la cocina y el entorno natural a través de exposiciones, charlas o performances. Se apoyará “la sustentabilidad y transformación del espacio a partir de proyectos regenerativos en materia social, cultural y económica, además de artística”, termina Daniela. 

Estas tres iniciativas son la manifestación palpable de los intereses que rodean al circuito del arte en Yucatán. Las inquietudes estéticas no están apartadas de las preocupaciones sociales en un momento de la historia en el que es indispensable pensar en términos de comunidad y equilibrio, desarrollo y convivencia. Y en ese sentido, TAE no quita el dedo del renglón. 

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