Gabinetes de curiosidades: una ventana al azoro

29 | 06 | 2022

Los gabinetes de curiosidades son objetos de sofisticada belleza, pero también una invitación para re-encantarnos con el mundo.

There are no foreign lands. It is the traveler only who is foreign. 

—Robert Louis Stevenson

Coleccionar es quizá una de las prácticas más reveladoras que hay sobre la vida humana. Porque ese acto acoge nuestros más íntimos sueños, fantasías, gustos y deseos. Es una manera de plasmar nuestras emociones en el mundo —a través de objetos— y sellar, simbólicamente, memorias en el tiempo. Tal vez por ese impulso inconsciente de dejar rastro de nuestra existencia, proliferaron los gabinetes de curiosidades en un periodo de la historia. 

Durante el siglo XVI, sobre todo en las casas de aristócratas y de la realeza, comenzaron a aparecer los gabinetes de curiosidades. Estos muebles, que en un inicio eran cuartos, estaban repletos de diferentes objetos y artefactos como caracoles, esqueletos, insectos disecados, antigüedades, herbarios, obras de arte y cosas de tierras lejanas, por nombrar algunos. Si bien es cierto que era una práctica común para demostrar el prestigio y privilegio, el fin último era provocar asombro. Se trataba, quizá de forma ingenua, de poseer una muestra del mundo entero al alcance de la mano; que bien retrata el espíritu viajero y de curiosidad científica, pero también mística de la época. 

Por esa aura curiosa, inevitablemente había en estos anaqueles una tendencia hacia lo exótico o desconocido. Era normal encontrar especies fantásticas, como hadas, o combinaciones improbables de diferentes animales y plantas. Cuando este tipo de coleccionismo se popularizó, dejó de ser una actividad exclusiva de ciertos grupos sociales; hecho que, por cierto, marcó uno de los antecedentes importantes en la historia de los museos.

Taxonomía de los gabinetes de curiosidades

Como pasa en casi todos los casos, cuando algo se practica suficiente, se sofistica de alguna manera. Así, a 50 años de que nacieran los gabinetes de curiosidades, también conocidos como Wunderkammer (cuartos maravilla, en alemán), Samuel Van Quiccheberg, médico flamenco y curador de la colección de arte ducal de Múnich, publicó el primer manual para catalogar las colecciones. Ahí estableció cuatro categorías básicas nombradas en latín: artificialia, que agrupaba a los objetos creados o modificados por la mano humana, como obras de arte; naturalia, que refería a las criaturas y objetos naturales; exotica, que agrupaba plantas y animales exóticos; y scientifica, relacionado, sobre todo, con instrumentos científicos. A raíz de esta propuesta empezaron a aparecer gabinetes mucho más especializados. 

Entre los gabinetes de curiosidades más famosos se encuentran el de Rodolfo II en Praga, del emperador Fernando II y del rey de Polonia, Augusto III. Retratado en diversas pinturas, estaba también el gabinete de curiosidades de Ole Worm, naturalista, anticuario y médico del siglo XVII, que resguardaba especímenes del mundo natural, esqueletos humanos, textos rúnicos antiguos y artefactos del “Nuevo Mundo”. El de Lady Charlotte Guest, aristócrata inglesa, mejor conocida como la primera editora en formato impreso moderno de The Mabinogion —que es la literatura en prosa más antigua de Gran Bretaña—, tenía hermosas cerámicas, sobre todo de China, que recolectó en diversos viajes. Otro notable fue el de la escritora y fabulista infantil inglesa, Beatrix Potter, cuya pasión por la micología la llevó a tener una exquisita colección de ilustraciones de líquenes y hongos. 

Una invitación improbable

Si bien estas cautivantes piezas se fueron diluyendo en el siglo XIX, no así su esencia que embelesa. Seguimos a la fecha recolectando objetos que nos son significativos. Ya sea una concha que encontramos en la playa o un souvenir que compramos en un viaje, tenemos la habilidad de transformarlos en amuletos muy personales y contar historias a través de ellos. Y en esa capacidad humana se desdobla una invitación. Podríamos procurar hacer gabinetes de curiosidades con objetos cotidianos, con la intención de encontrar lo fantástico en todo lo que nos rodea. Lograr re-extrañarnos con lo conocido y tener una mirada fresca que nace cada día, sería una forma bella —incluso lúdica— de cultivar el azoro más profundo de estar vivos. 

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