Unir los puntos: una colección de imágenes de constelaciones
Las constelaciones son hijas de la imaginación, y sus representaciones gráficas deslumbran por su innegable belleza y misterio.
Explicar el mundo que habitamos es una de las formas de explicarnos a nosotros mismos. Para hacerlo, nuestra imaginación tiene la fascinante capacidad de encontrar patrones en aquello que nos rodea, una posibilidad que deriva de la contemplación y que, a su vez, ha sido una herramienta esencial de las ciencias humanas. Paralelamente, nuestras capacidades imaginativas construyen representaciones mentales de todo tipo —incluso en aquello que no existió ni existirá. Es el caso de las constelaciones que el hombre, en distintos lugares y épocas, ha dibujado en el cielo.
Nos proyectamos en lo proyectado. Así, en este lúdico ir y venir entre lo palpable y lo fantasioso, hemos descubierto (¿o creado?) maravillados formas de animales en las acumulaciones nebulosas; caras diabólicas en las formaciones rocosas; árboles que lloran y, por supuesto, mitologías enteras en el firmamento.
Todas las culturas del mundo desarrollaron, en su momento, alguna teoría sobre el origen del universo, la creación de la Tierra y el papel de la humanidad en el cosmos. En algún punto tornamos la mirada al cielo en busca de respuestas. Así es como encontramos en los astros el simbolismo de nuestras creencias, al convertirlos en constelaciones: unimos puntos, trazamos líneas imaginarias y las nombramos. Cada civilización ha dibujado sus propias historias y personajes en el cielo, tan distintos como sus percepciones propias de la vida e infinitos como nuestra imaginación.
La observación de las estrellas nos enseña sobre nosotros mismos y sobre nuestra capacidad de imaginación, en un ejercicio que ilustra nuestra visión astronómica de la vida: una radiografía de la mente humana, un testigo de nuestra historia y creencias, y un importante registro de la evolución del conocimiento científico. La astronomía es, para quienes pueden escucharla, una invitación a observar eso que nos rodea y que está hecho de belleza pura.
A continuación algunos ejemplos de imágenes de constelaciones de distintas culturas: representaciones gráficas desbordantes de esencia humana. Sobra decir que todas ellas, a su manera, intentan responder esa pregunta que es tan propia de nuestra especie: ¿de dónde venimos y a dónde vamos?.
Libro de las estrellas fijas
Este libro publicado en el siglo X funcionó como síntesis actualizada del Almagesto de Ptolomeo. Su autor, Abd al-Rahman al-Sufi, reconocido astrónomo de origen persa, describe e ilustra cada una de las 48 constelaciones conocidas como estrellas fijas, que, en la concepción medieval del universo, ocupaban la octava de nueve esferas que rodean la Tierra. Cada constelación está minuciosamente ilustrada en dos versiones, desde el punto de vista de la Tierra y desde el del cielo. Un asombroso ejemplo de una concepción astronómica sin límites.
El espejo de Urania
Urania en la mitología griega es el nombre que lleva la musa de la astronomía. Esta colección de 32 tarjetas ilustradas y coloreadas a mano fue publicada en 1824, en Inglaterra. Cada tarjeta describe una de las 79 constelaciones que en aquella época se conocían, algunas de ellas hoy obsoletas o no reconocidas oficialmente. Dirigidas a un público joven y también a astrónomos amateur, estas tarjetas —además de sus bellas imágenes— tenían la particularidad de estar perforadas en cada punto correspondiente a una estrella. De esta manera, el entusiasta de los cielos podría ver las constelaciones de manera más vívida al pasar luz por los orificios. Esta ingeniosa iniciativa se basó visualmente en el Atlas Celestial de Alexander Jamieson, publicado en 1822.
Atlas celestial de Alexander Jamieson
Con una potente y detallada expresividad artística, este atlas estelar continúa con la costumbre de su época de describir de manera minuciosa, y a la vez visualmente atractiva, el conjunto de constelaciones que se reconocían entonces. Jamieson, escritor, ilustrador y maestro escolar escocés, produjo un total de 30 láminas dibujadas a mano, algunas de ellas coloreadas manualmente. Sus imágenes ilustran bellos seres flotando en un espacio imaginario (y a la vez real) acompañados de instrumentos cartográficos y astronómicos que nos describen el imaginario y la tecnología de una era.
Atlas Coelestis
Este fue el primer atlas estelar basado en observaciones telescópicas, hecho en un momento de la historia repleto de innovaciones tecnológicas y posibilidades editoriales sin precedentes. Su autor, John Flamsteed, fue un reconocido astrónomo británico que, a lo largo de su vida, catalogó más de 3,000 estrellas. El libro fue publicado por su viuda en 1729, 10 años después de la muerte de Flamsteed, y contiene una serie de ilustraciones de inigualable belleza y singular trazo. Este proyecto de divulgación científica fue, a la vez, una obra de arte; tuvo un éxito inmediato y se convirtió, gracias a sus múltiples actualizaciones, en una referencia obligada para astrónomos europeos durante casi un siglo.
Aratea
En el año 800 d.C. surge este agudo volumen que es, quizá, uno de los primeros ejemplos de lo que después sería conocido como caligrama, es decir, la formación de imágenes haciendo uso de texto. Cada página de este ejemplar contiene un poema que describe una constelación. Estos textos fueron escritos en el tercer siglo a.C. por el autor griego Arato. En este deslumbrante ejercicio poético y editorial, el texto del autor es organizado en la página de tal manera que es parte fundamental en la formación de la imagen. Por ejemplo, un poema es a la vez el cuerpo del pez correspondiente al símbolo de Piscis, cuya cabeza y cola están bellamente pintadas a mano. Sin el texto el pez no existe, lo mismo pasaría con la ausencia de ilustraciones. Por si esto fuera poco, cada dibujo tiene unos puntos rojos que, al unirlos, detallan la forma exacta de la constelación.