Instrucciones para escribir un cuento perfecto (cortesía de Edgar Allan Poe)
Un decálogo para todos los escritores, principiantes y veteranos, que aman el milenario arte de contar cuentos.
Poe nos ha dejado la visión de un terror que nos rodea y está dentro de nosotros. Del gusano que se retuerce y babea en un espantoso y cercano abismo.
—H. P. Lovecraft
Más allá de narrar las tinieblas como nadie y regalar un poco de luz a las casas abandonadas que solo se pueden ver por el intenso brillo de la luna, el legado del escritor Edgar Allan Poe radica en que sus cuentos y poemas no tienen tiempo ni caducidad. Cada pieza que escribió es una clase de literatura en sí misma, una obra que nos enseña cómo las letras pueden transformar el alma.
Sentarse una tarde y dedicarla a sus escritos —desde La caída de la Casa de Usher a El gato negro— implica una lección para aprender a contemplar la belleza del romanticismo y de la noche, ese amor a la oscuridad profunda; leer a Poe también nos invita a comprender la esencia más generosa que tienen los cuentos, la posibilidad de que los momentos se conviertan en eternidad y que la eternidad sea suficiente para explicarlo todo.
El arte de las narraciones breves ha acompañado a la humanidad desde sus orígenes. No obstante, como los cuadros, se ha perfeccionado con el tiempo y ha encontrado su propia luz. Los cuentos son pequeños fragmentos dramáticos que giran en torno a una sola historia, tienen pocos personajes, describen atmósferas profundas y suelen generar una catarsis rápida en el lector.
Para que su efecto prevalezca, los cuentos debieran leerse en una sentada, solo así estos dejarán tras ellos una estela de pensamientos que permite centrar nuestra atención en las cosas importantes de la vida: explorar la belleza, la contemplación, la melancolía, el tiempo, los sueños y todas esas emociones que viven dentro de nosotros, aunque no lo sepamos.
En ese sentido, no hay nada como leer los cuentos de Poe, uno de los grandes maestros del género que, con sus letras, nos regala la oportunidad de reinventar (a través de la lógica, estructura y organización) el mundo.
Un poco sobre Edgar Allan Poe
Creador del género detectivesco y de terror, Edgar Allan Poe vivió una infancia tan oscura como su obra. Su padre lo abandonó casi al haber nacido y su madre murió de tuberculosis a los pocos años. El pequeño Edgar y sus dos hermanos fueron dados en adopción, y el escritor terminó en casa de un matrimonio convencional que nunca lo aceptó del todo.
Poe fue un niño solitario e introvertido, uno de esos seres que siempre parecía estar atormentado por algo. A él, como a tantos otros escritores, lo salvó su amor por la literatura —un sentimiento hondo que se gestó, se dice, en los edificios góticos que visitó durante un viaje a Inglaterra y en sus visitas nocturnas al almacén de su padre adoptivo para leer cuantiosas revistas literarias que le sirvieron como guías en la oscuridad.
Los cuentos aparecieron en su vida gracias a las anécdotas que le contaba la servidumbre que limpiaba su casa. Esos relatos orales se convirtieron en versos escritos en un cuaderno, poemas que plasmaron sus atormentados sentimientos y que a veces tenían dedicatoria. Su primer escrito, por ejemplo, se lo dedicó a Ellen, la madre de un amigo. “Tu belleza es como los antiguos barcos”, escribió.
En 1827, publicó su primer libro, Tamerlane, un poemario en el que recogió su ideal romántico de la naturaleza como un organismo vivo que respira y necesita del lenguaje —una forma de belleza que solo podía ver él. Poco después de volverse escritor publicado, Poe abandonó a su familia adoptiva. El resto de su vida estuvo atravesada por el sufrimiento, y por una urgencia de creación apasionada que no se apagarían hasta su muerte, siempre tras un poema que perseguía los sueños de una vida mejor. Y aunque él se consideraba eso, un poeta, la historia lo recordará como el verdadero artífice del cuento moderno.
El cuervo y cómo se escribió
En 1845, Poe escribió El cuervo, una de sus piezas más famosas, un poema narrativo que combina de manera sublime el universo simbólico de lo misterioso, con un gran sentido rítmico y musical del lenguaje. La historia que se narra en estos versos habla de un hombre viudo que una noche, sentado en su estudio, lamenta la muerte de su amada Leonor. Este hombre ha hallado refugio de sus lamentos en la lectura. De pronto, una serie de señales le hacen advertir una presencia, hasta que al abrir la ventana se encuentra con un cuervo que se instala en el dintel de la puerta recordándole su terrible destino con solo dos palabras: never more (“nunca jamás”).
A propósito de esta pieza, un año después Poe escribió el ensayo Filosofía de la Composición, publicado en la revista Graham’s Magazine. Ahí relata cómo compuso el poema El cuervo, y cómo, a la hora de tomar cada decisión, hubo procesos de pensamiento y planeación minuciosos. En este ensayo, Poe habla de la importancia de no confiar en la inspiración, como lo hacían una gran parte de autores contemporáneos (de inicios del siglo XIX) que decían trabajar bajo una especie de “frenesí” que se apoderaba de ellos. No obstante, tras bambalinas la realidad era distinta y eso había que contarlo. Había que decir que los relatos necesitan lógica y orden, no solamente chispazos de inspiración y talento.
Fue así que el autor dejó una especie de decálogo, nutrido con consejos, para que los que quisieran tomar la pluma supieran qué camino seguir.
Conocer el final de la historia antes de escribirla. Si se tiene claro cuál es el desenlace, se puede hacer un plan —regido por la lógica y la causalidad— de cómo se pretende llegar ahí. Nada en el relato es arbitrario. Todos los elementos deben servir para generar un efecto en el lector.
“Puedo afirmar que El cuervo encontró su comienzo por el fin. Así deberían empezar todas las obras de arte”, escribió.
Saber qué se quiere transmitir. Los relatos deben tener un efecto en el lector. Por eso hay que saber qué emociones queremos tocar a través de la escritura. Cada recurso es un efecto que hay que saber cómo usar.
El final de un cuento solo es bueno cuando es sublime. Por eso, todos los elementos que haya en el relato deben estar direccionados a ese último momento, al desenlace. Ese instante en el que el personaje se ha transformado y su vida no volverá a ser nunca la misma.
Viva la brevedad. La lectura del cuento debe ser continua, el lector no debe interrumpirla. Para lograr esto, el mejor consejo es ser breve, decir en pocas palabras una gran cantidad de sucesos y sentimientos. Solo así se logrará el efecto final.
Pero tampoco es un microrrelato. Aunque las narraciones son cortas, el relato debe tener, sin lugar a dudas, un desarrollo que le permita al personaje, la atmósfera y el conflicto tener un principio, un medio y un final. Poe pensaba que el tiempo ideal de lectura debería ser entre media hora y dos horas.
Ser minuciosos. A diferencia de la novela, donde se tiene más tiempo para relatar y describir, los cuentos deben condensar todo en un instante, por eso hay que ser precisos y tener coherencia en lo que se escribe. Cada recurso usado tiene un porqué y ese porqué tiene una explicación.
El inicio. Si el primer párrafo no es asombroso, todo el trabajo estará perdido. Los cuentos deben atrapar al lector en el principio, por eso desde los primeros párrafos se aconseja anunciar el personaje, el lugar y el conflicto que vamos a tratar.
El final. Para terminar, hay que ser coherentes con todo lo que se escribió a lo largo del texto. El final de los relatos engloba todo y no deja ningún cabo suelto.
Cada elemento importa. Al estar anclados en la brevedad, los cuentos son transparentes. Cada palabra, suceso o cosa debe estar pensada y debe tener un sentido.
No intentemos escribir bonito. No es bueno dejarnos seducir por el lenguaje poético, más bien hay que darle a la prosa la posibilidad de ser bella por sí misma. Permitirle que encuentre su propia poesía. Una buena prosa le dará a la obra toda la belleza que necesita.
Estos consejos son un gesto generoso de Poe que invita a comprender la naturaleza de los cuentos y su capacidad de mover emociones a través de la escritura; de contar la vida en un momento y hacer que el tiempo se detenga en un minuto: ese minuto en el que un hombre abrió su ventana y encontró a un cuervo que solo sabía decir “Nunca jamás”.