Instrucciones para dar la vuelta al mundo

20 | 04 | 2020

No salir de casa es una ocasión excepcional para indagar el mundo desde nuestro sofá.

Cuando la cotidianidad se suspende, ¿es posible seguir viviendo como siempre, haciéndonos las mismas preguntas y asumiendo las mismas certezas simples de todos los días? ¿Es posible, por ejemplo, preguntarnos cómo ofrecer una serie de instrucciones para darle la vuelta al mundo sentado en un sofá y, desde la imaginación, regocijarnos con el goce que nos produciría responder a esta pregunta como lo haríamos en un momento normal? En suma, ¿alguien sabe cómo darle la vuelta al mundo sentado en un sofá en medio de una pandemia global? Me parece que la respuesta es negativa y quien diga lo contrario está mintiendo. Ante una crisis de estas dimensiones nadie puede dar una respuesta certera —a esta y a ninguna pregunta de orden práctico—, porque nunca en la historia de la humanidad una generación había vivido lo que cada uno de los seis mil millones de individuos que habitamos la Tierra estamos viviendo ahora. La Tierra misma nunca había alojado un fenómeno como el actual desde su formación hace 4,500 millones de años. ¿Cuándo un virus había golpeado a una especie globalmente dominante con una capacidad de desplazamiento como la de nuestra red internacional de comunicaciones?

La excepcionalidad de nuestro momento histórico convierte todas nuestras presunciones morales en preguntas por la base de esas presunciones y a todas estas preguntas en una gran pregunta ética de fondo. Por lo tanto, todo enunciado práctico que se proponga en este momento tiene un carácter especulativo, está plagado de incertidumbre y, como tal, es una locución que en realidad debe formularse como pregunta. Una situación excepcional como la que vivimos tiene el poder de hacernos dudar de nuestras concepciones prescritas y volcar nuestras reflexiones hacia el momento constituyente de toda ética. Las respuestas tentativas deben ser agudas y asumir su carácter transitorio. Toda crisis trae consigo la fecha de caducidad de las viejas normativas, pero no es la crisis como tal la que reconcentra las facultades de su propia superación, sino que son los sujetos que la sortean quienes asumen la responsabilidad de formularse las preguntas correctas.  

En estos momentos todos tienen pronósticos pero nadie tiene respuestas meridianas. La religión ostenta un rol mayúsculo aun en nuestros días. Su ecuación consiste en ofrecer recetas del pasado a preguntas no formuladas en el presente, así le resta signos de interrogación a la existencia de numerosos individuos y torna sus vidas más llevaderas. Su acción es un repliegue a la seguridad de la fe pero también un desperdicio de experiencia. Por su parte, quienes ejercen una responsabilidad pública también interpretan un papel incómodo. Ellos tienen la infausta comisión de diseñar soluciones a problemas gigantescos y desconocidos, con variantes infinitesimales, armados con los pobres instrumentos de la organización institucional, poderosos como calamares a la hora de prescribir normativas a problemas consuetudinarios, pero indefensos cuando se rompe toda costumbre y los preceptos del orden se tambalean de la noche a la mañana.  

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Así las cosas, los privilegiados del mundo estamos en casa preguntándonos cómo darle la vuelta al mundo sentados en nuestro sofá. A nosotros nos corresponde asumir la complejidad del futuro que se nos avecina y prepararnos para enfrentarlo. Y tenemos que hacerlo con la imaginación como nuestra primera mentora, lo de ayer ya se acabó. Por suerte, tampoco estamos desprovistos para conseguir algún triunfo, por modesto que sea. Podemos recurrir a la psicología para lidiar con el encierro, a la literatura para conocer experiencias semejantes, a la filosofía para dotarnos de instrumentos especulativos, a la medicina para vencer los prejuicios y sacar adelante las soluciones, a la tecnología para utilizarla de un modo distinto y tratar de subvertir sus propias limitaciones, pero todo ha de ser de otra manera. En definitiva, será necesario abrir nuevos caminos a la experiencia del mundo que se nos avecina, porque cada nueva experiencia demanda una manera nueva de interpretarla y vivirla, y las que vivimos hoy y viviremos mañana son y serán experiencias nuevas, semejantes a otras en el pasado, pero radicalmente específicas en la medida en que están ceñidas a nuestro tiempo y nuestras circunstancias. Hay que procurar no volver a vivir como antes, habrá que desconfiar de quienes hablen de regresar a la normalidad, porque nada puede volver a ser normal. 

¿Cómo darle la vuelta al mundo sentado en el sofá de tu casa? La única respuesta que puedo bosquejar es la siguiente: atreviéndose a formular las preguntas adecuadas sin tener miedo de las respuestas. Porque hoy nos toca estar sentados pero en unos meses o en un año saldremos a un mundo que ya no será el mismo y nosotros tampoco tendremos que serlo. ¿Intuimos cuáles son esas preguntas?  Un hombre puede salir a recorrer la Tierra, verla toda y no entender nada, y regresar a su ciudad siendo el mismo provinciano que era cuando salió. Hay que tener ojos para ver. Si se cuenta con esta disposición y esta capacidad de observación, entonces es posible proyectar el mundo sentado en el sofá de una casa, así el provinciano de hueso más colorado puede ser el hombre más cosmopolita del mundo. 

Cuando esto acaece las fronteras del mundo caben en las repliegues de un sillón, en las conexiones neuronales de una conciencia, esto ha sucedido algunas veces en la historia de forma aislada, llamamos a este tipo de coincidencias felices revoluciones científicas, advenimiento de las vanguardias, El Renacimiento, la Academia de Atenas, la Declaración Universal de los Derechos Humanos, en fin. Cuando un cambio radical sobreviene trastoca para siempre nuestra condición moral. Habiendo sido universalmente aceptada, un día aparecen los primeros detractores de la esclavitud y a partir de entonces el mundo no vuelve a ser el mismo. Pero para que algo importante ocurra es indispensable que el mismo descubrimiento tenga lugar, de forma más o menos semejante, en muchas mentes a la vez. Por eso cuando una crisis remueve a muchos individuos al mismo tiempo está puesto el primer ingrediente para que algo nuevo suceda.

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