Carol Highsmith - Library of Congress Collection

James Turrell: inventar la luz

27 | 07 | 2021

Las piezas lumínicas de Turrell (uno de los artistas más improbables de la actualidad) se mueven entre la óptica, la ciencia y la experiencia mística.

Para entender a James Turrell y su obra habría que viajar al desierto de Arizona. Ahí, entre las milenarias rocas del Gran Cañón, en la esquina más alejada de un páramo, se gesta la más grande pieza de arte de la historia: Ronden Crater, un proyecto que pretende convertir un volcán extinto en una gigantesco observatorio, el primero de su tipo.

Turrell ha invertido 40 años de su vida en esta Ronden Crater. Primero compró un volcán, y la tierra que lo rodea. Creó un camino en medio del desierto, niveló los bordes del cráter, sembró cámaras subterráneas y trazó túneles, pozos y aperturas; todo eso y todavía no termina. La intención primordial de esta obra es poesía pura: capturar en un espacio las luces que atraviesan todos los días el desierto.

Y es que aunque Ronden Crater es tan solo uno de los muchos proyectos de Turrell, es la mejor manera de describir el genio y esencia de este artista —un hombre que ha dedicado su existencia a comprender el arte invisible que puede surgir entre los espacios, la luz y el cerebro humano. Así, la titánica ambición e indescriptible refinamiento de esta obra podrían definir el espíritu contenido en la obra de este singular artista nacido en Pasadena, California, en 1943.

¿Quién es James Turrell?

Turrell creció dentro de una familia religiosa. Es probable que dicho entorno le haya ayudado a entender el poder y mística de la contemplación. También trabajó como piloto, estudió psicología, matemáticas y encontró en el arte la posibilidad de encaminar sus pasiones a una sola dirección: la luz.

En su juventud, recorrió Estados Unidos, desde la frontera de Canadá hasta Chihuahua, en una pequeña avioneta azul —que todavía conserva en un hangar. Durante sus viajes descubrió los matices del cielo y, en algún momento, tuvo una epifanía: “Descubrí que en los colores del desierto se pueden apreciar todas las eras geológicas”.

En las últimas cuatro décadas, Turrell ha adquirido fama internacional, entre otras cosas por ser un artista de la luz: sus instalaciones ya son parte esencial del arte contemporáneo y su sello es inconfundible. Pero, además, Turrel dedica una buena parte de su tiempo libre a volar —y, de esta forma, encontrarse con el mundo que existe entre lo tangible y lo inmaterial.

Su luminosas obras

Para Turrell, la experiencia artística es muchas cosas a la vez. Por un lado, se toca con la historia de la arquitectura —templos, pirámides, iglesias—, pero también es luz y, sobre todo, es espacio vacío (ese que nos permite ver la luz como un prisma que se deforma y se transforma). En ese sentido, además de ser el creador de grandes obras de arte, Turrell es también un científico que ha trabajado para comprender las respuestas del ojo humano y el cerebro ante la luz y sus infinitas variables, ante las cosas que vemos y las que creemos que vemos.

A Turrell le gusta crear experiencias inmersivas, inventar espacios y horizontes que parecen no tener límites. En cada obra intenta (re)crear mundos nunca antes vistos, y para lograrlo sumerge a los espectadores en formas lumínicas que van casi a la misma velocidad de las pupilas. Respecto a su trabajo Turrell ha dicho: “la luz tiene una gran importancia y forma parte del arte desde hace siglos, pero yo no quería hacer algo donde la luz solo se reflejara en un cuadro o en una foto, yo quería dedicarme a ella”.

Pero además de su infinita oda lumínica, Turrell ha entablado una comunicación extrema con el público que lo admira. La gran mayoría de las personas que visitan los museos permanecen frente a una pieza algunos segundos, tal vez minutos; en el caso de Turrell, la experiencia puede durar horas. Y es que en sus obras no se intenta expresar a sí mismo, sino que son un  intento por reflejar la subjetividad del espectador; cada persona conecta la experiencia lumínica con su cerebro y, por lo tanto, con su memoria. Por eso, las piezas de James Turrel permiten proyecciones biográficas infinitas: lo que para algunos es un bosque, para otros es una tundra y para otros el vientre de su madre, o un antiguo templo. Así de poderosa es su obra.

La ciencia de James Turrell

Para Turrell, la luz no es lo que ilumina los objetos, es el objeto en sí mismo. Por eso en sus piezas ha logrado  asombrosas fantasías; ha conseguido que un haz de luz se transforme en una percepción profunda y duradera, de tres dimensiones; ha experimentado con el campo visual al punto que las personas sientan que son parte de una alucinación.

En cada pieza lumínica, Turrel utiliza sus conocimientos sobre la estructura de la retina y la óptica humana. La intención es hablar de cómo los ojos y el cerebro procesan la luz y el espacio. Las piezas de Turrel engañan al cerebro como lo haría un ilusionista, pero también muestran una verdad inapelable: que eso que vemos es, también, solo una ilusión.

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