Joseph Jacotot: por qué es posible enseñar lo que no sabemos
Las propuestas pedagógicas de Joseph Jacotot demostraron que la enseñanza no se trata de una mera transmisión de saberes, sino de crear las condiciones idóneas para el aprendizaje.
En 1815, Joseph Jacotot —un veterano profesor de latín, matemáticas y derecho romano de Dijon que en su juventud sirvió en la artillería republicana— abandonó su país tras la caída de Napoleón y se asentó en Bélgica, donde vivió hasta 1830, cuando en Francia triunfó la Revolución de Julio. Los primeros tres años de su vida en el exilio se ganó el sustento impartiendo clases privadas de todas las materias que conocía, hasta que por mandato de Guillermo I, rey liberal de los Países Bajos, obtuvo un puesto en la Universidad de Lovaina como lector de literatura francesa.
Su programa rápidamente atrajo la atención de una nutrida horda de estudiantes, aun cuando la mayoría de ellos no hablaba una pizca de la lengua francesa. A este problema se agregó el de que, al mismo tiempo, él ignoraba el idioma local: el holandés. Para estrechar la distancia lingüística que lo separaba de sus pupilos, Jacotot les envió una edición bilingüe de Las aventuras de Telémaco con la instrucción de que leyeran la versión en francés con ayuda de la traducción. Luego, en clase les pedía que repitieran después de él algunos pasajes, y al finalizar el periodo descubrió, para su sorpresa, que los jóvenes no solo habían comprendido los elementos esenciales de la novela, sino que también habían desarrollado la habilidad de expresarse en francés con un grado por demás satisfactorio de corrección gramatical.
Una gran aventura pedagógica
Hasta la experiencia pedagógica de 1818, Joseph Jacotot había creído, como la mayoría de los pedagogos de su tiempo, que la tarea de un educador era apenas transmitir sus conocimientos a sus discípulos, formar sus espíritus y alimentar su buen gusto. No es que pensara que el aprendizaje era el fruto de una repetición inconsciente de una serie de datos dispersos, pero sí que el conocimiento solo era posible a través de un arduo trabajo de reapropiación razonada del saber y de la correcta formación del juicio.
Pero esa gran aventura pedagógica terminó por desmentir sus convencimientos caducos. En su curso, él no les explicó nada a sus alumnos sobre el francés ni el argumento de la novela. No les habló de ortografía ni gramática, y solo se limitó a fungir como un modelo fonético para que los jóvenes aprendieran a pronunciar su lengua. El proceso de aprendizaje de sus oyentes fue en gran medida autodidacta: sin una lección explícita, ellos razonaron por su cuenta qué palabras en francés correspondían a las palabras de su propio idioma, con lo que aprendieron a formar oraciones inteligibles y llegaron a comprender las expresiones cada vez más sofisticadas del francés culto de la novela.
Joseph Jacotot perfeccionó la estrategia de 1818 que permitió esta maravilla pedagógica en una gran variedad de libros y ensayos, principalmente en Enseignement universel, Langue maternelle de 1823. En ellos, desarrolló un método de mediación educativa compuesto de dos etapas:
- “Leer y repetir”, en la que los alumnos aprenden a pronunciar las sílabas, las palabras y las oraciones de la lectura al repetir lo que el maestro pronuncia.
- “Preguntar para verificar”, en la que el maestro hace preguntas cuyas respuestas están contenidas de manera literal en el pasaje citado.
Una enseñanza emancipadora
El método Jacotot, que el filósofo francés Jacques Rancière llamó “la teoría del maestro ignorante”, se basa en el supuesto de que cualquier persona tiene la capacidad tanto de instruirse a sí misma en cualquier materia como de enseñar algo que ignora si lo hace en las condiciones adecuadas. A su vez, este supuesto está asentado en el hallazgo fundamental de la aventura pedagógica: la educación, más que de una transferencia de saberes, se trata de un trabajo de mediación para facilitar los recursos intelectuales y contextuales que les permitan a los alumnos reconocer el sentido de un signo ignorado, pero cuyas referencias empíricas reconocen a la perfección.
En su método, el objetivo final del pupilo no es tanto ocupar el lugar de su maestro y superar sus saberes como dominar, de la mejor manera posible, el sistema de signos heredado de este para mediar la distancia que los separa a ambos en la estructura tradicional de las relaciones escolares. Aquí, la ignorancia del “maestro ignorante” es la omisión deliberada de la diferencia entre las inteligencias de sus alumnos y la suya para construir una relación horizontal de enseñanza. A fin de ilustrar esta tendencia solidaria del maestro ignorante, debe bastar la comparación entre el modelo clásico de la enseñanza y el modelo de Jacotot: la intención del profesor tradicional es que el pupilo aprenda lo que él le transmite; la del maestro ignorante, que el alumno asimile lo que obtenga de su propia investigación.
El maestro ignorante no pretende informar, sino formar al alumno y orientarlo hacia una tendencia crítica; su doctrina aspira a cimentar la búsqueda ordenada y la capacidad de examinar constantemente las condiciones en las que aprendemos y vivimos. El modelo educativo de Jacotot tiene un fin alineado a los ideales revolucionarios de su juventud: lo que está en juego en las relaciones maestro-alumno no es una mera teoría pedagógica, pues la educación es el garante primordial de la dignidad humana.
Enseñanza para la libertad y la equidad
En resumidas cuentas, el método de enseñanza de Joseph Jacotot está asentado en una triada de principios heredados de la ideología republicana que animó la Revolución Francesa:
- Las inteligencias de todos los seres humanos son iguales.
- Cada persona ha recibido de Dios la capacidad de construirse a sí mismo.
- Todo está en todo.
Estos principios condensan una gran lección sobre la libertad y la equidad humana: que todos podemos aprender si tenemos la motivación adecuada y que es posible enseñar lo que ignoramos porque la responsabilidad pedagógica de un maestro no es transmitir un saber, sino crear las condiciones idóneas para que sus pupilos puedan llegar a él. Esa es la última gran lección del profesor Jacotot; que la labor de un docente no es la de una vela que comparte su fuego, sino la de iluminar el camino para que otras enciendan sus pabilos con una luz particular.