La belleza de las preguntas sin respuesta (un consejo de Rilke)

Al joven cadete Xaver Kappus le debemos tres cosas. La primera es el haber buscado a Rainer Maria Rilke, un escritor reconocido para entonces, y pedirle consejos sobre el quehacer poético; la segunda es haber guardado las 10 cartas que el poeta checo le envió entre 1903 y 1908; y la última es, por supuesto, el haber publicado estas misivas dos décadas después de la muerte de Rilke (un 29 de diciembre de 1926).

Esta breve colección epistolar —Cartas a un joven poeta— recorre un sinfín de lugares y, aún hoy, resplandece con la discreta sabiduría que caracterizó a Rilke y a sus escritos. Sus cartas permiten vislumbrar lo que el escritor percibió sobre algunos de los temas más recurrentes en el universo de la poesía: la importancia (y necesidad) de la soledad, la búsqueda artística, la belleza, el amor, el sexo, la infancia y la tristeza —a propósito de este último, en su octava carta, Rilke enunció lo que son algunas de las palabras más lúcidas que se han escrito en torno a este sentimiento.

Pero Rilke también habló a Kappus sobre la incertidumbre, que inevitablemente toca nuestras vidas tarde o temprano. Cualquier persona con la mínima sensibilidad (más aún si se trata de un artista) enfrenta preguntas sin respuesta —esas que nos mantienen, en ocasiones, despiertos toda la noche. En su carta del 16 de julio de 1903, enviada desde Bremen, Rilke escribe:

Usted es tan joven, está tan antes de todo comienzo, que quisiera suplicarle –tanto como sé hacerlo— ser paciente ante todo aquello que aún no está resuelto en su corazón, y que intente amar las preguntas mismas, como una habitación que le quedará vedada, como un libro escrito en una lengua extranjera. No busque ahora las respuestas, que no se le pueden dar, porque usted no podrá vivirlas. Y se trata precisamente de vivirlo todo. Pudiera ser —solo con vivirlas— que usted terminará por llegar un día, casi sin darse cuenta hasta las respuestas.

Una duda que nos habita es, ciertamente, tan importante como cualquier suceso exterior y, por eso, cinco meses después, Rilke le recordó a Kappus en otra de sus cartas: “los acontecimientos interiores merecen todo su amor”. Es fácil sospechar que, en el caso de las preguntas sin respuesta, el poeta se refería a la paciencia y, también, a la posibilidad de encontrar la belleza en el misterio y lo desconocido. Por eso a continuación, en la misma carta escrita desde Roma, Rilke escribe: “Hay tanta belleza en todo aquello que da principio…”. Y, ¿qué más podría ser una pregunta sino el principio de algo?

En el transcurso de la vida de una persona, enfrentar un momento de vacilación o indecisión, y asumirse perdido, es un acto de valor, o como Rilke lo planteó en la carta 8 a Kappus, tiempo después: “En el fondo, la única valentía exigida es enfrentar lo extraño, lo maravilloso, lo inexplicable que encontramos.”; y prosigue más adelante: “…el temor a lo inexplicable no solo ha hecho más pobre la existencia de los individuos, sino también las relaciones entre los hombres; las ha sustraído de la corriente de infinitas posibilidades para abrigarlas en algún lugar de la rivera.”

Es verdad que, por lo general, nuestra naturaleza tiende a percibir la duda como una debilidad y la certeza como un signo de fortaleza, de resolución; pero todo esto podría pensarse completamente al revés, y las preguntas que por momentos llegan a protagonizar nuestras vidas como acertijos sin solución, de acuerdo a lo Rilke planteó en sus cartas, podrían percibirse como regalos: enigmas deslumbrantes que, vistos desde la paciencia y la valentía, son más bien oportunidades cuya respuesta llegará en el momento que les permitamos habitarnos.