La cooperación como la nueva normalidad
Los cambios sustanciales que requiere el mundo para convertirse en un mejor lugar para todos implican la participación universal.
Imaginemos los Objetivos de Desarrollo Sostenible (ODS) como una ruleta. Sin importar qué casilla marque la flecha al girar el disco y cuánto tiempo tarde en detenerse, la flecha siempre apunta al objetivo 17: Revitalizar la alianza mundial para el desarrollo sostenible, porque este objetivo plantea la necesidad de una asociación global y su intención está relacionada específicamente con la colaboración: lograr los otros 16 objetivos requiere el involucramiento y la cooperación de todos los sectores sociales en todos los niveles de acción.
De acuerdo con la Guía de asociación de los ODS, la Agenda 2030 representa un cambio de paradigma cuando se trata de pensar el desarrollo internacional, lo cual implica reconocer la interconectividad de los proyectos y el impulso de una sociedad y ambiente sanos. La agenda requiere un nivel de cooperación sin precedentes entre la sociedad, el sector privado, los gobiernos, las organizaciones civiles, las fundaciones y la academia. En síntesis: la Agenda 2030 y los ODS son resultado de una nueva manera de trabajo colaborativo.
Esto conlleva no solo la formación de asociaciones entre diversos sectores de la sociedad, sino también cambios profundos en el modo de concebir y abordar los problemas. La Agenda 2030 envía una señal poderosa acerca de que las viejas maneras de pensar y trabajar —enfrentando los síntomas más que las causas y enfocándose sobre todo en objetivos de alcances singulares— no se adaptan a los cambios fundamentales que el planeta necesita. Los problemas que enfrentamos son demasiado complejos para tratarlos unilateral y unidimensionalmente.
Los ODS surgieron formalmente en septiembre de 2015. Desde entonces, el mundo se ha enfrentado a varias crisis que ponen en juego la consecución de tales propósitos para 2030. Tenemos las consecuencias de la suma de estas crisis ante nuestros ojos todos los días. Sin embargo, el advenimiento de estos problemas de distinta índole —cuestiones sanitarias, climáticas y políticas— no pone en tela de juicio el trasfondo ético inherente a los objetivos; todo lo contrario, la presencia constante del conflicto y las peripecias humanas afirman en todo momento la necesidad impostergable de la acción. Lo que debe caducar en definitiva es la moral de la indolencia, porque nada humano, nada natural, nada vital, puede sernos ajeno. El diagnóstico puede ser pesimista pero no el ánimo de construir las soluciones.
La pregunta clave desde la perspectiva del objetivo 17 es: ¿cómo las asociaciones pueden convertirse genuinamente en la nueva normalidad?
Los retos de la cooperación
Para exponer los retos de la formación de alianzas a la hora de establecer objetivos de alcance mundial, tomemos como ejemplo La Gran Muralla Verde de África, el mayor proyecto de reforestación jamás concebido. Este proyecto nació en 2007 con el respaldo de la Unión Africana y el apoyo financiero de Irlanda. La idea consistía ya desde entonces en trazar una línea de árboles de ocho mil kilómetros de longitud y 15 de ancho que atravesara las zonas más áridas del Sahel a través de 11 países.
Su propósito era detener la desertificación producida por el desplazamiento del desierto del Sahara y otros fenómenos de degradación ambiental. Para poner el plan en acción, se creó una agencia y se establecieron vínculos con la ONU, la FAO y el Banco Mundial, decenas de empresas y otros países. Los potenciales beneficiarios eran cien millones de personas en una de las regiones más pobres del planeta.
Hasta ahora, el avance ha sido bastante modesto. En 2019, se había conseguido apenas 2.5% del presupuesto necesario para hacerlo realidad. Un problema es la situación de cada uno de los países directamente involucrados. Algunos de ellos han sido asolados por conflictos políticos y sociales que han restringido la posibilidad de conseguir avances significativos.
A pesar de que el rezago es palpable, hay bastante optimismo por seguir con el proyecto debido a los beneficios que se han experimentado. Se han creado fuentes de trabajo y se ha mejorado la calidad de vida de las poblaciones rurales; 11 millones de familias han sido capaces de sembrar sus propios alimentos y este medio de subsistencia también ha mitigado en alguna medida la pobreza y la migración.
Lo que queda de manifiesto es que un proyecto de tal magnitud involucra grandes esfuerzos de inversión, monitoreo y coordinación, de manera que un hecho innegable es que se requiere de la participación de todos los sectores sociales para conseguirlo, así como la construcción de contextos donde la cultura de paz y el diálogo sean factores indispensables para la implementación.
Como manifestó el Secretario General de la ONU, António Guterres, conseguir avances en este tipo de proyectos también supone trabajar desde las bases y movilizar distintos niveles de acción: liderazgo global, capacidad institucional y una participación activa de la sociedad civil. La solidaridad debe ser transversal y atravesar las fronteras geográficas y mentales.
La Gran Muralla Verde de África es solo un ejemplo, pero existen otros proyectos de diferente alcance que en conjunto pueden marcar una diferencia. Ya se trate de limpiar los océanos, evitar la contaminación de los mantos acuíferos, trabajar en pos de la paz y la democracia o transitar a las energías denominadas verdes, el esfuerzo es incondicionalmente colectivo. Más allá de nacionalidades y credos, es preciso procurar que nadie se quede atrás en la asimilación de estos objetivos como parte esencial del devenir de la humanidad.
Un cambio de paradigma
Para avanzar en este camino, tenemos que ser capaces de tender puentes entre distintos saberes e integrarlos a todos en las soluciones: las tradiciones, las humanidades, las religiones, las ciencias, los conocimientos ancestrales: todos tienen algo positivo que decir toda vez que su ética se base en el reconocimiento de la dignidad de la vida.
¿Cómo hacemos que el científico cosmopolita se entienda, aprenda y se ría con el campesino sabio de montaña? ¿Cómo entretejer el derecho internacional y los códigos consuetudinarios de manera transformadora para todos? Un reto para lograr estas conexiones es que estos nichos de saberes y sus participantes se agrupan en instituciones y gremios que a menudo tienen conflictos entre ellos, de manera que los límites para el mutuo entendimiento a veces parecieran insalvables y los acuerdos o compromisos imposibles.
Para conseguir esta integración, una tarea fundamental consiste en modificar nuestros modelos mentales y nuestra manera de interactuar. El cumplimiento de los ODS y de la Agenda 2030 (ó 2040 si tropezamos y perseveramos) nos demanda un cambio de paradigma comunicativo, epistemológico y práctico; esto es: expresar, entender y actuar, no mejor ni peor, no con más o menos autoridad, sino en su justa medida, en la medida en que el acuerdo es posible. Esto supone validar y poner en igualdad de circunstancias, por ejemplo, tanto un vocabulario científico como una cosmovisión milenaria.
De allí la importancia de la labor de organizaciones como La Vaca Independiente para generar alianzas estratégicas y vínculos perdurables. No se trata solamente de participar en cumbres internacionales, firmar acuerdos o implementar metodologías de levantamiento de información, sino de fundar las bases de la mutua comprensión y la acción por medio de la deliberación, la co-creación y el desarrollo humano integral.
La Vaca Independiente se ha concentrado precisamente en esta labor a través de la facilitación, la mediación y la investigación de herramientas para la construcción del conocimiento colectivo. La cuestión oscila en saber dialogar y escuchar a los demás desde sus propias posturas y necesidades. Si es importante sumar a los actores clave a una mesa de discusión, también lo es que las condiciones se dispongan de manera que el diálogo resulte viable y fructífero.
Los hechos nos demuestran que esto que parece básico no lo es en realidad y que conseguirlo representa un trabajo en sí mismo: el arte de enfocarse en trabajar de la mano y el esfuerzo por hacer de la cooperación una nueva normalidad.