Imagen: Mauricio de la Puente

La voz de la selva: entrevista con Mauricio de la Puente

11 | 02 | 2021

Conversación con el responsable de La voz de la selva, un programa que tiende puentes entre el conocimiento ancestral, la práctica, la ciencia y el arte para vincularnos con la naturaleza.

Cuando se conversa con Mauricio de la Puente, dan ganas de invitarlo a cenar, para que continúe derrochando ideas luminosas y platicando acerca de sus experiencias como explorador de la naturaleza y de los conocimientos ancestrales. Su curiosidad por aprender es inagotable, así como su generosidad para transmitir saberes con auténtico y sincero entusiasmo.

De la Puente nació en la Ciudad de México. Estudió Ingeniería en Alimentos y se especializó en Biotecnología de Plantas. Motivado por la búsqueda de plantas medicinales, desde su juventud inició un camino que lo llevó hasta la selva yucateca, donde vivió 16 años. “El conocimiento no solo está en la academia o en el saber ancestral, también lo podemos encontrar en la selva si aprendemos a verla como un texto que nos habla. Y, además, en Yucatán la comunicación es muy abierta, a los mayas yucatecos les gusta compartir su sabiduría antigua”, ha dicho.

Después de estar tres décadas fuera, volvió a la ciudad hace cinco años. Sin embargo, durante los últimos tres años y medio estuvo visitando la selva yucateca cada vez que hubo luna llena, una de las actividades principales del programa La voz de la selva; pero dejó de ir por la crisis del coronavirus.

En esta entrevista por videollamada, nos cuenta algunas de sus experiencias con La voz de la selva, surgido en la Hacienda Ochil (Yucatán), y sobre sus beneficios.

Imagen: Mauricio de la Puente

¿Qué es La voz de la selva?

La base de este tipo de proyectos es escuchar y observar la naturaleza con atención; conocer el tiempo y el espacio de la selva; pero ¿cómo podemos enseñar y aprender eso? Una de las respuestas a esta pregunta ha sido La voz de la selva, que se estructura como un programa educativo en el que el alumno descubre la selva a partir de una serie de experiencias que lo guían (pon atención en este sonido; ¿qué te dijo el venado; el pájaro?; registra lo que acabas de observar en esa flor, etcétera) y lo involucran con los ritmos y la geometría de la selva; a la vez que él va descubriendo y expresándose con su propio lenguaje. Es justo aquí cuando nace mi encuentro con La Vaca Independiente y TAE [Transformación, Arte y Educación], hace alrededor de cuatro años. Yo estaba fuera del ambiente educativo; tenía vínculos con el arte y la educación, pero en otro sentido: como ingeniero y en proyectos gubernamentales. Entonces, con La Vaca Independiente y TAE tuve un cambio radical de chip, sobre todo porque las personas con quienes hablo más son niñas y niños, más abiertos a aprender que un adulto lleno de ideas preconcebidas. La voz de la selva es un programa educativo que, además de la práctica, también se apoya en imágenes artísticas como vehículos de aprendizaje y en procesos de descubrimiento a través de la mediación dia y la expresión.

¿Por qué surgen proyectos como La voz de la selva?

A diferencia de hace 30 años, actualmente en gran parte del mundo se reconoce que no es una buena idea destruir la selva; hay mayor conciencia de este concepto, y se difunde mucho, así como se sabe que la selva por sí misma genera cualquier cantidad de bienes y usos sin necesidad de que la convirtamos en otra cosa. Nos conviene que la selva exista como tal, y sabemos que hay maneras de cuidarla y aprovecharla sin dañarla, pero en realidad esto no se está comunicando ni organizando; entonces, la intención fundamental del programa La voz de la selva es transmitir este saber.

De hecho, hoy día tenemos todos los conocimientos académicos y prácticos, pero están divididos: unos los tiene el meteorólogo; otros, el ecólogo; el zoólogo; el biólogo; el experto en suelos; etcétera. Sin embargo, si esos expertos se juntan, no se comunican: sus lenguajes ya no son compatibles: mientras más especialidad tienen, menos conocen el lenguaje del otro, porque están demasiado ocupados en sus respectivas disciplinas. Lo cierto es que, más allá del ámbito académico, las actividades que hay que hacer en la selva dependen de lo que realmente le está pasando a la selva. Por ejemplo, en tal selva debe haber 15 tipos de abejas silvestres, pero solo hay cuatro, lo que significa que algo está fallando en este orden. La selva tiene un orden, no universal o jerárquico, sino basado en lo que necesita: si requiere regenerarse porque está devastada, poco a poco brotan arbustos, luego árboles que soportan el sol y, detrás, árboles de sombra… Es un orden que podríamos conocer todos antes de salir de la escuela, que podría ser del dominio público. Creo que sería un conocimiento suficiente para organizarnos, cuidar juntos la selva y participar todos de forma orgánica; porque la voluntad de las personas de hacerlo ya existe. ¿Cómo hacemos para transmitir a la gente ese conocimiento que puede parecer abrumador, pero en realidad no es tan complicado? Primero, hay que reconocer que la selva tiene otra estructura de tiempo y espacio, e identidades diferentes a las de la ciudad o la modernidad.

Imagen: Mauricio de la Puente

¿Nos ha quedado a deber la educación en este sentido?

Me parece aterrador que, después de 12 años en la escuela obligatoria, no conozcamos ni los animales, ni la secuencia de una floración, ni el desarrollo de un fruto, ni el patrón de lluvias de donde vivimos, ni la dirección del viento, ni por donde salen la Luna y el Sol, ni los ciclos de la luna… En la escuela básica no se aprende nada de eso, salvo que vivamos en contacto directo con la naturaleza. Algo que ha sido impresionante para mí es que estuve muy relacionado con académicos, ecólogos, psicólogas y otros especialistas o profesionales, y, al mismo tiempo, me relacionaba con gente que no fue a la escuela y que vivía en la costa, en la selva baja, en la selva alta o en el manglar. Pues bien, el conocimiento y la capacidad de expresión de esta gente es igual o más profundo que el de aquellos académicos. Se puede decir que tienen la misma profundidad de conocimiento; pero la gente que vive en contacto consciente con la naturaleza, sabe, además, qué tiene que hacer cuando algo sucede: si vienen las langostas, hace tal cosa; si viene el jabalí, hace tal cosa; si es necesario salvar a las abejas, se hace tal cosa para que no mueran. Esta gente alejada de los libros académicos tiene toda una serie de conocimientos prácticos que la ayudan a convivir y vincularse con la naturaleza. Es una mirada que está en los pescadores y en los cazadores que, por supuesto, no es la misma que la de un ingeniero. Ellos están poniendo atención todo el tiempo: ¿dónde van las nubes?, ¿de qué lado están?, ¿cómo se mueve la marea?, ¿qué animal está migrando?, ¿qué patrón de floración se está viendo en el territorio? La lengua maya tiene la particularidad de manifestar eso que ves en la selva; tiene una estructura que —podríamos decir— es más cercana, más parecida o más análoga a los procesos naturales que el español, que es muy analítico y todo lo puede dividir en sus partes y luego declarar cuál es su correlación; mientras que con la lengua maya se puede hablar muy claramente de cosas que están fluyendo en la naturaleza.

Entonces, hay una diferencia de las formas de manejo de la selva entre la cultura maya y lo que se aprende en la escuela. En la escuela puedes aprender tipos de suelo y de climas, mientras que los mayas toman decisiones finas respecto al espacio y el tiempo real de la selva: saben cómo, cuándo y dónde sembrar una semilla sin un manual. Otra idea esencial de La voz de la selva es recrear la relación cotidiana del hombre con la naturaleza. Lo ideal sería trazar puentes entre el conocimiento científico y el conocimiento práctico, y el arte podría vincular a ambos.

¿Se ha logrado en la Hacienda Ochil trazar esos puentes que mencionas?

Creo que sí. Ochil es fascinante como modelo educativo. En una misma área hay cuatro unidades de paisaje con cuatro climas diferentes con su respectiva flora y fauna, perfectamente diferenciables, y a los cuales puedes trasladarte caminando para conocer tanto jardines cuidados como salvajes, y el historial y manejo de ambos. De hecho, ya existen modelos educativos como el de Ochil en otros lados; hemos dado ese gran salto cuántico. Ahora, el siguiente gran paso es lograr que el territorio educativo sea la selva misma, no el cuadrado delimitado o definido en un mapa.

¿Está detenido este proyecto por la crisis del coronavirus?

No en realidad. A pesar de que muchos estemos aislados en nuestras casas, el proyecto está en varias manos. Nos apoyamos con la tecnología digital para comunicarnos (donde sea posible) de la selva a la ciudad y viceversa. No dejamos de buscar alternativas de comunicación para poder transmitir los saberes. Además, se trata de un proyecto que tiene que ver con seres vivos, por eso no puede detenerse, no está en nuestras manos frenar la fuerza de la naturaleza.

¿Cuáles son los retos actuales de La voz de la selva?

Creo que el reto más grande para conocer la selva sigue siendo la resistencia a soltar el paradigma, el modelo mental o el imaginario que la gente tiene de ella: la selva es para explotar la madera, hay que tumbarla para sembrar, es peligrosa, es la misma en todos lados (cuando hay una gran diversidad de tipos de selva)… También está el discurso del otro extremo: ver a la selva como una divinidad intocable donde no hay que hacer nada, solo sentirla y percibirla, y, claro, eso está mejor que destruirla, pero no es suficiente para vincularnos con ella. Entonces, hay que estar batallando contra discursos, algunos oficiales, otros no, que impiden relacionarse de una manera recíproca con la selva. Por ejemplo, escuchándola, podemos ayudar a regenerar la selva, porque se le hizo mucho daño durante varias décadas o siglos. Lo importante es crear un puente que conecte la conservación y rehabilitación de la selva con su aprovechamiento.  

Imagen: Mauricio de la Puente
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