Algunos de los libros ilustrados más hermosos que existen
La ilustración es un acto de traducción visual. Estos son seis deslumbrantes ejemplos…
El ser humano siempre ha buscado maneras de embellecer las formas en que se comunica. Constantemente sumergimos nuestras ideas en las aguas del lenguaje para cultivar nuevas configuraciones expresivas. Un buen ejemplo de esto es el de los libros ilustrados, una forma de comunicación tan antigua como nuestra historia (pensemos en la escritura egipcia), un lugar paradisiaco en el que confluyen artes visuales y texto —que implica, también, una especie de traducción visual de las ideas y narrativas. Su historia es larga, pero es con la llegada de la imprenta que este tipo de arte editorial se popularizó y resultó en una variedad infinita de ejemplares editoriales llenos de belleza.
La siguiente es una arbitraria y breve selección de libros ilustrados; abarcarlos todos sería imposible. Existe una gran cantidad de casos de ejemplares en los que la representación visual tiene el mismo peso que el texto, en los que ambos elementos conviven equilibradamente y se convierten en lenguajes imaginativos que permanecen en la memoria de sus lectores, muchas veces, toda su vida.
1. Codex Seraphinianum, Luigi Serafini (1981)
Este raro y sorprendente libro nos recuerda que los límites de la imaginación no existen. Su autor —arquitecto, artista y diseñador de origen italiano— creó una realidad paralela, un mundo nuevo desglosado y clasificado, en un acto ambicioso y enciclopédico. Serafini describe la flora, fauna, geografía, ciencia, historia, costumbres culinarias y moda de un mundo nuevo, inexistente, surrealista y poderoso. Las ilustraciones, de una magnífica belleza colorida, describen situaciones cotidianas del día a día, así como disecciones gráficas de dicha cotidianeidad. Por si esto fuera poco, el genio de Serafini le permitió desarrollar un idioma completamente nuevo y propio, una especie de escritura asémica imposible de leer pero completamente coherente con el trabajo ilustrativo. Sin duda, esta es una joya que resalta por su calidad incomprensible, y por las cualidades conceptuales y materiales con las que dota al lenguaje.
2. Mira Calligraphiae Monumenta, Georg Bocskay & Joris Hoefnagel (siglo XVI)
Pintura y caligrafía coinciden armónicamente en este sublime ejemplar que fue creado a dos tiempos y a dos voces. En 1561, Georg Bocskay, quien fuera secretario de la corte de Fernando I de Habsburgo, plasmó su amplio conocimiento en el arte caligráfico sobre las páginas de un tomo compuesto por textos que abordan temas sacros —como himnos, rezos y pasajes bíblicos. La belleza de este ejemplar fue complementada 30 años después por Joris Hoefnagel, reconocido miniaturista de la época, comisionado por el nieto de Bocskay, el emperador Rodolfo II. Si bien, ninguno de los dos autores se conoció personalmente, el resultado es una amalgama perfecta en donde las ilustraciones de elementos naturales de Hoefnagel resaltan las cualidades textuales y caligráficas originales, la magna belleza de esta danza visual permite reconocer la complejidad de ambas técnicas. Se trata de una conmovedora pieza de arte llena de detalles, colores y ritmos, producto de la destreza manual y estética de dos mentes definitivamente brillantes.
3. Historias de horror japonesas, Katsushika Hokusai (1830)
Este libro tiene su origen en una tradición nipona llamada hyakumonogatari kaidankai, que consistía en un grupo de individuos reunidos periódicamente para narrar historias de terror provenientes de experiencias personales o del folclor japonés. En la década de los treintas del siglo XIX, surge la iniciativa de recopilar y editar cien historias de terror japonesas. A cargo de las ilustraciones estuvo, ni más ni menos, que al genio del grabado y la ilustración japonesa, Katsushika Hokusai. Este artista, famoso por sus bellos paisajes en los que el personaje principal es el Monte Fuji, se arriesgó a salir de su línea de trabajo para dar vida a cinco ilustraciones que complementan (tal vez superan) los imaginativos relatos de terror plasmados en los textos que componen este ejemplar. La paleta de colores en tonos pálidos y contrastados logra traducir los efectos del terror y la fantasía: una oscuridad melancólica y poética, escalofriantemente bella y simbólica.
4. La divina comedia, Gustave Doré (1861)
Muchos han sido los artistas que han sentido el impulso de dar vida en imágenes a esta obra maestra de la literatura universal, pero el trabajo hecho por Doré es, quizás, el mejor de todos— una interpretación detallada y fascinante del poema épico de Alighieri, escrito en el siglo XIV. A los 25 años, Doré ya era una celebridad bien pagada en el mundo de la ilustración. Dado que su editor dudaba en invertir y publicar una versión ilustrada de La divina comedia, el ilustrador decidió auto financiar la edición del primer libro, siendo este el referente al Infierno. El éxito fue inmediato y el libro se agotó en un breve lapso de tiempo, lo que hizo que fuera posible continuar ilustrando el resto de la obra. Los grabados de Doré son sublimes, una mezcla perfecta y equilibrada entre la habilidad técnica e interpretativa del artista visual y la brillante mente del poeta. Semidesnudos que recuerdan a Miguel Ángel, paisajes solemnes y criaturas bestiales en láminas grabadas minuciosamente, vuelven a este libro un ejemplar completo producto de una conversación artística y atemporal sin igual.
5. Las aventuras de Alicia en el país de las maravillas, Arthur Rackham (1907)
Las aventuras de Alicia en el país de las maravillas es una de las obras literarias más ilustradas de todos los tiempos; artistas de la talla de Salvador Dalí o Yayoi Kusama han hecho versiones propias de este inagotable clásico. Pero entre los más bellos y originales ejercicios ilustrativos de Alicia se encuentra el de Arthur Rackham, el más famoso ilustrador de la época eduardiana en Inglaterra. Rackham fue un artista adelantado a su época, un ser que nació para ser artista y que, debido a las circunstancias de su vida personal, tuvo que trabajar gran parte de ella en puestos ajenos al arte, sin la posibilidad de estudiar tiempo completo. El artista siempre tuvo un profundo interés por el mundo de los sueños y por lo fantástico; quizás, ese hecho provocó una fascinación total por la obra de Lewis Carroll, que narra una historia onírica y surrealista, un cuento extraordinario que sucede en el marco de lo ordinario. En 1907 Alicia entró al dominio público del Reino Unido, hecho que provocó una estampida de versiones gráficas, entre ellas la versión de Rackham, que está compuesta por 13 placas a color y 15 dibujos a mano en blanco y negro. El estilo de Rackham combina elementos grotescos y sentimentales con elementos llenos de oscuridad y tensión, una estética única y compleja que le dio un alto reconocimiento al ilustrador. Además, esta versión no solo aportó a la historia de la ilustración, sino que fue un parteaguas tecnológico: Rackham se rehusaba a perder detalle de sus trabajos al ser pasados a grabado, por lo que hizo que fueran fotografiados y después impresos de —esta forma, la reproducción sería más fiel al original, una técnica que se popularizó.
6. Cuentos Japoneses de hadas, Takejiro Hasegawa, (1885-1892)
La labor e interés de Hasegawa por dar difusión a la cultura tradicional japonesa lo llevó a iniciar este ambicioso proyecto editorial. Se trata de una colección de 20 volúmenes cuyo contenido son narraciones populares japonesas para niños ilustradas por la mano de los mejores artistas de la época. Cada número fue delicadamente cuidado en su producción, desde la selección del papel, tintas, hasta la calidad de impresión. El visionario editor de estos ejemplares tuvo el tino de internacionalizar estas obras traduciendo las historias al idioma inglés en un momento en la historia lleno de furor en Occidente por todo aquello proveniente de oriente. Así, gatos fantasmas, niños durazno y otros personajes fantásticos son retratados a la perfección, volviéndose, como la propia imaginación, un elemento atemporal colectivo.
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El maravilloso mundo de la ilustración sirve como radiografía de la evolución e intereses culturales de las diversas épocas de nuestra historia. Hubo un tiempo en que ilustrar un libro no era una labor enfocada al área infantil. Ilustrar implica traducir las palabras de la mente a un lenguaje visual, un resumen gráfico de lo que sucede en un texto, en una historia. Con el paso del tiempo y los respectivos y acelerados avances tecnológicos, este arte se fue decantando hacia dos zonas, el de los cuentos para niños y la novela gráfica; ésta última, con una creciente popularidad entre adultos que son atraídos por la compleja relación entre imágenes textuales y visuales.