Los dioses del México antiguo: una guía para niños

12 | 04 | 2022

Nuestro pasado es el origen de eso que somos hoy, y los niños merecen conocer ese magnífico universo.

Sangre, guerra, esqueletos, presagios de desastre, agua, estrellas, flores y canto; hablar de la cosmogonía mexicana no es fácil, implica entrar en un universo exaltado, colorido y lleno de magia. Es rica en claroscuros, en luces y sombras. ¿Cómo abordarlo con los pequeños? Más que una cuestión de identidad, acercarse a la mitología prehispánica detona la curiosidad por lo que es diferente, el asombro ante lo tremendo, la aceptación de nuestras partes oscuras y de ese pasado que hace al territorio que hoy llamamos México lo que es.

Por ejemplo, perder la mirada en la falda de la Coatlicue, hecha de serpientes, es adentrarse en la tierra, como cuando en la infancia chapoteábamos en la lluvia y metíamos los codos en el lodo. Dejarse sentir la ternura que inspira Huehuetéotl, ese viejecito encorvado, es tan importante como acurrucarse en las canciones de la abuela. Reírse con Itzamná, el viejo maya sin dientes, pómulos marcados y carrillos hundidos, o de Ah Mun, el dios maya de cuya cabeza crecía una planta de maíz, es una habilidad tan esencial como aprender a reírse de uno mismo.  

El ejercicio es fácil y la invitación divertida, basta ir a un museo, abrir un libro o salir de paseo y observar con detenimiento las fantásticas formas con las que los moradores de esta tierra, hace muchos siglos, intentaron representar sus ensoñaciones más despiertas.

Dioses para niños

Imagina un espejo que no devuelve la luz sino las sombras, imagina un volcán  que escupe lava más negra que la noche, así era Tezcatlipoca, el espejo humeante. Se pensaba que era omnipresente y omnipotente, es decir, que estaba en todas partes y lo podía todo. Su carácter era muy complejo, volátil y caprichoso: un dios que pensaba como gato, un gato hecho deidad. Tezcatlipoca regalaba bienes, pero también los quitaba. Debido a su naturaleza cambiante, podía traer enfermedades o problemas. Se han encontrado muchos nombres e imágenes asociadas a este dios, pero su seña inequívoca son dos espejos, uno en la mano y otro en el pie, de los que sale humo.

Todos sabemos que Quetzalcóatl significa la serpiente emplumada, y es que se trata del dios más famoso de la cultura del Anáhuac. Era la vida, la luz, la fertilidad y el conocimiento; era la contraparte brillosa de su hermano Tezcatlipoca. Mientras Quetzalcóatl era asociado con la estrella matutina, Tezcatlipoca quedaba asociado con la estrella de la noche, pero esta estrella es uno y el mismo planeta: Venus. Esta es la gran lección, las eternas peleas entre estos dos  hermanos no eran sino las caras móviles de realidad, el juego de opuestos daba identidad al ser.

La leyenda de los cinco soles

Esto queda perfectamente plasmado en la leyenda de los cinco soles que, como mostró Miguel León Portilla, fundaba el pensamiento y normaba las prácticas de los antiguos moradores de este valle. Los nahuas postularon cuatro edades anteriores a la suya, cada una con su sol, color, rumbo y alimento correspondiente, cada una destruida por un elemento. Los registros son incompletos y las versiones divergentes, pero un resumen de la leyenda puede contarse así:

Primero Tezcatlipoca, el dios de cabeza negra, se hizo sol de tierra para alumbrar a los gigantes que comían piñones. Pero Quetzalcóatl lo bajó de un golpe, el sol se rompió en la tierra y los tigres devoraron a los gigantes. Entonces Quetzalcóatl, el dios de cabeza blanca, se hizo sol de viento para alumbrar a los hombres que comían mízquitl. Pero Tezcatlipoca lo bajó con su garra de tigre y el sol se deshizo en el viento que transformó a los hombres en monos. Tezcatlipoca aprovechó para hacer del rojo Tlacatecuhtli un sol de fuego para alumbrar a los hombres que comían cincocopi. Pero Quetzalcóatl lo bajó de un golpe, el sol se quemó y los hombres se volvieron aves. Por último, Quetzalcóatl hizo de la azul Chalchiuhtlicue un sol de agua para alumbrar a los hombres que comían acicíntli. Pero Tezcatlipoca lo bajó con su garra de tigre, el sol se ahogó y los hombres se volvieron peces. Como ya no quedaba nadie, Quetzalcóatl bajó a los infiernos e insufló con vida los huesos de los hombres y los dioses decidieron encender un quinto sol con su propio sacrificio. Así se levantó Nahui Ollin, un verde sol de movimiento para alumbrar a los hombres que comen maíz. Algún día Tezcatlipoca se robará el sol y el mundo habrá de terminar entre temblores y hambre.

A los niños puede enseñarse que la sucesión de alimento tal como aparece en el mito bien puede representar la evolución de nuestra comida, pues en un principio el maíz que hoy comemos los mexicanos no existía. Fue el trabajo de selección y cultivo, a lo largo de muchos siglos, lo que hizo de un delgado pasto, el nutrido y delicioso sustento de nuestras mesas.

Entonces, ¿por qué hablar de los dioses del antiguo México a los niños? La respuesta es sencilla: porque les queremos hablar del universo, del mundo que habitan, del territorio que moran. En la cosmogonía de nuestros ancestros está el mismo drama de las fuerzas creadoras y destructoras que viven las galaxias por encima de nuestras cabezas y las emociones dentro de nuestros pechos. En otras palabras, les traemos este complejo imaginario lleno de vida y color porque queremos hacer de ellos sujetos complejos y sensibles que sepan apreciar las muchas historias que los componen.

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