Otra manera de ver la selva
Durante cientos de años, la selva ha sido aniquilada por la deforestación. Ha llegado el momento de cambiar nuestra mirada y narración de ella.
Hoy sufrimos por nuestro propio poder. Miremos a los árboles. En su serenidad inmóvil están las raíces de lo que fue nuestro origen y nuestra prudencia.
—Francis Hallé
Hubo un tiempo en que los europeos que llegaban a África y a América consideraban la selva un lugar insalubre y plagado de enfermedades mortales que era necesario talar, limpiar y explotar en beneficio exclusivo del hombre.
Además, la jungla era representada como un sitio alejado del mundo civilizado donde el ser humano también podía perder la razón y tener un comportamiento más instintivo o salvaje. Es cierto que cualquiera en la selva puede ser atacado por plantas o insectos ponzoñosos o depredadores hambrientos, pero esto también tiene que ver con cómo se vincula con ella o se le interviene.
En la novela El corazón de las tinieblas (1899), de Joseph Conrad, inspirada en una experiencia personal del autor y ambientada en el siglo XIX, la selva es un elemento opresor y esencial de este relato. Simboliza las misteriosas y dominantes fuerzas de la naturaleza a las que se ven arrastrados los personajes a medida que se adentran en la jungla; conforme se distancian de la civilización para la explotación del marfil y el sometimiento de los nativos dentro de ella, se acercan a la locura. Es una historia que critica la colonización y la codicia de los europeos de aquel entonces, y que en este siglo XXI podría también leerse desde una perspectiva ecológica.
Casi en la misma época en la que sucede aquella historia narrada por Conrad, en Yucatán, desde mediados del siglo XIX y hasta la mitad del siglo XX, gran parte de la selva fue deforestada para el monocultivo del henequén, ya que se generó una gran demanda por esa planta en el mercado mundial gracias a su fibra, utilizada sobre todo para la fabricación de cuerdas. Fue tal la riqueza económica que en aquel entonces produjo el henequén que se le apodó “oro verde”.
Sin embargo, debido a diferentes factores —como el invento de la fibra sintética—, vino el declive del henequén y con ello el gradual abandono de las haciendas productoras de esa planta, así como la herencia de una selva yucateca devastada por el monocultivo.
Se necesita un momento —cuenta el botánico y biólogo francés Francis Hallé en el encantador documental Había una vez un bosque (2013)— para destruir una selva que se ha desarrollado durante milenios. No obstante, “el bosque tropical nos sobrevivirá, tiene la capacidad de renacer con la única condición de que los hombres lo dejen en paz durante al menos siete siglos”.
Una visión distinta de la selva
“A diferencia de hace 30 años, actualmente se reconoce que no es una buena idea destruir la selva; hay mayor conciencia de esta idea, y se sabe que la selva por sí misma genera cualquier cantidad de bienes y usos sin necesidad de que la convirtamos en otra cosa. Nos conviene que la selva exista como tal, y sabemos que hay maneras de cuidarla y aprovecharla sin dañarla”, explicó Mauricio de la Puente en una reciente conversación. Él dirige La voz de la selva, un programa educativo surgido en la Hacienda Ochil (Yucatán) que tiende puentes entre el conocimiento ancestral, la práctica, la ciencia y el arte para vincular a las personas con la naturaleza. Originario de la Ciudad de México, De la Puente —ingeniero en alimentos con especialización en Biotecnología de Plantas— vivió 16 años en la selva yucateca.
Desde finales del siglo pasado, diferentes iniciativas han ido rescatando y fomentando la protección y regeneración de la flora y la fauna de la selva maya en la península de Yucatán. Hay una conciencia de recompensar los bosques tropicales mutilados, y de que en la naturaleza miles de seres vivos estamos conectados, como una tela que nos une a todos. Es, por supuesto, una mirada distinta a la de los dos siglos anteriores respecto a nuestro vínculo e intervención con la jungla. Es decir, se está viendo de qué manera el hombre, tanto en su nexo inmediato como en su construcción epistemológica, debería cambiar su relación práctica con la naturaleza.
“El conocimiento no solo está en la academia o en el saber ancestral, también lo podemos encontrar en la selva si aprendemos a verla como un texto que nos habla”, sostiene también De la Puente. “Hay que reconocer que la selva tiene otra estructura de tiempo y espacio, e identidades diferentes a las de la ciudad o la modernidad”.
Al acercarse a la selva, De la Puente cuenta que tuvo un shock causado por el contraste entre la forma en que la ecología la describe y la manera en que él realmente la ve:
Si tu mirada de origen es [como la de los cazadores-recolectores], pensando en ritmos, en transformaciones y en el silencio —en el sentido de que tienes que callar y observar para saber qué está pasando—, puedes descubrir que en la selva el equilibrio no es estable, no siempre está como tú crees, quieres o te contaron: es un equilibrio fuera del equilibrio.
Hay una noción de ingeniería, o de matemáticas, que es muy relevante para mí: cuando hay varios flujos de algo —de temperatura, de nutrientes, de luz, de energía, de materia o de lo que sea— que ocurren en un sitio, el estado de equilibrio es un ritmo. Es decir, en el sitio donde esos flujos se encuentran, aunque parezca caótico, existe un ritmo. Entonces, el equilibrio es un producto del encuentro de fluidos o de cosas que caminan o se mueven. Y, de alguna manera, ese concepto se puede extrapolar al armadillo y al zapote, a la lluvia y a la libélula; cualquier cosa que se esté moviendo en un territorio genera un patrón rítmico. Y, en algún sentido, desde el silencio, lo que vas a hacer tú es observar este patrón cíclico, ese ritmo. Si le pones mucha atención a eso, entiendes cuáles son las cosas que se movieron, qué significa o está manifestando ese ritmo, qué son los elementos que allí se están encontrando.
Así mismo, De la Puente piensa que el reto más grande para conocer la selva sigue siendo la resistencia a soltar el paradigma o la narrativa que la gente tiene de ella: la jungla es para explotar la madera, hay que tumbarla para sembrar, es peligrosa o es la misma en todos lados (cuando hay una gran diversidad de tipos de selva), entre otros prejuicios. También está el discurso del otro extremo: ver a la selva como una divinidad intocable donde no hay que hacer nada, solo sentirla y percibirla, y, señala De la Puente, “claro, eso está mejor que destruirla, pero no es suficiente para vincularnos con ella. Entonces, hay que estar batallando contra discursos, algunos oficiales, otros no, que impiden relacionarse de una manera recíproca con la selva. Por ejemplo, escuchándola, podemos ayudar a regenerar la selva, porque se le hizo mucho daño durante varias décadas o siglos. Lo importante es crear un puente que conecte la conservación y rehabilitación de la selva con su aprovechamiento”.
Pero ¿cómo se aprende a escuchar o ‘leer’ o mirar de otra manera la selva? De la Puente responde:
Una ventaja para mí es que, cuando llegué a conocer la selva, no sabía absolutamente nada; mi ignorancia no era profunda, sino absoluta. Me sabía rollos ecológicos, historias o cuentos de la selva, pero no tenía ninguna experiencia concreta. Por ejemplo, si yo estaba junto a unos pescadores, me daba cuenta de que ellos miraban fijamente al horizonte, a las nubes y a un norte para saber si podían ir a pescar; y yo no entendía cómo miraban realmente. Con el paso de los años, me fui dando cuenta de que es un trabajo de mucha observación, y que debes estar consciente de que estás aprendiendo un lenguaje nuevo; todos tus sentidos tienen que participar en este aprendizaje para captar los detalles que te comunica la selva. Y cuando comienzas a aprender a observar, o a ‘leer’, la naturaleza, luego te das cuenta de que no lo puedes explicar, y esto también debes aprenderlo.
A partir de esa idea, el concepto del aprendizaje pasa de ser puramente racional a ser también perceptivo, una tendencia que se está dando en la educación: aprender desde lo que sientes y percibes. Tal como indica De la Puente:
Hay una disciplina de la academia más formal de la cual aún se habla poco, pero que me parece muy interesante: la biosemiótica, que emergió hace alrededor de 50 años. Pienso que sus bases teóricas y conceptuales son más adecuadas para describir un fenómeno biológico que las categorías y los marcos lógicos y conceptuales de la biología, porque, según dicen, esos fenómenos no son procesos de transferencia de materia y energía, sino de comunicación, la esencia de la vida. Entonces, desde esta propuesta, podemos ver todo lo que nos rodea como un texto que nos está hablando. Si llevamos programas como La voz de la selva a ese territorio educativo, podemos aprender a ‘leer’ y a comunicarnos con la naturaleza de una manera más vital que la teórica o similar. Podemos mirar la selva como un libro vivo.
Es decir, si utilizamos la semiótica para nuestra intervención en la selva, podríamos, gracias a la observación atenta de sus diferentes signos, comunicarnos con ella para conocer mejor sus modos de producción, de funcionamiento y de recepción.
De hecho, la semiología está presente en otras ciencias, como la medicina o la filología. El principio elemental es que hay que saber observar, encontrar símbolos y aprender a interpretarlos dentro de su horizonte de significado. Por ejemplo, el excremento que el murciélago va dejando en el transcurso de sus vuelos y escalas en la selva, puede significar la posibilidad del nacimiento de árboles de zapote en lugares distantes.
Por otra parte, los habitantes de la selva pueden ‘leerla’, pero sin esas alusiones a la semiología. O sea, más que ‘leerla’, la viven, son parte del texto que es la selva. Mientras que alguien con formación científica, como De la Puente, sí que puede trazar esos puentes y llevar los saberes tradicionales a la episteme; es un proceso mutuo y de intercambio el que podría establecerse en este tránsito de mirar la selva con diferentes ojos, sin la jerarquía del conocimiento científico que se estableció por mucho tiempo. El conocimiento científico es tan importante como la observación presencial y práctica de la vida de una ceiba o cualquier árbol. Quizás en medio de la abstracción y lo concreto está el camino en donde el arte o la creatividad puede vincular ambas esferas.