Por qué es importante aprender a no hacer nada
En una era como la nuestra —en la que la productividad impera sobre otras prácticas— la contemplación y la quietud son difíciles de alcanzar (pero más necesarias que nunca).
En Italia se le llama dolce far niente, en Holanda se conoce como niksen y, aunque en español no existe una palabra para designarlo, podría describirse como “el inusitado placer de no hacer nada”. Se trata de una filosofía antigua, atendida por diversas culturas a lo largo de las eras con diferentes enfoques que, esencialmente, consiste en aprender a quedarse quieto, sin compromisos, sin atender el bullicio exterior que alborota la mente: quietos para comprender todo el movimiento que vive dentro de nosotros.
Podría sonar como algo fácil de hacer —no hacer nada—, pero en una época como la nuestra, en la que el hacer (casi a toda costa) es lo más importante, una sociedad en la que la sobre-productividad a niveles a veces compulsivos es vista como el camino único al éxito, es más difícil que nunca; hemos normalizado vidas hiperactivas en las que nos descuidamos a nosotros mismos y dejamos de escucharnos, y hemos aprendido a vivir a prisa, haciendo muchas cosas al mismo tiempo, obsesionados con ocupar cada segundo de nuestro tiempo con una actividad.
Aún cuando diversos estudios han demostrado los problemas que genera en la salud no poder parar —estrés, problemas cardiacos, depresión, insomnio— es común que los momentos de contemplación o reposo sean mal vistos o dejados al final de nuestra lista de pendientes. Es difícil transformar conceptos que viven en nuestro imaginario e historia hace siglos; dejar de pensar que nuestro tiempo solo es valioso si lo destinamos a trabajar, en lo que sea.
En ese sentido, la filosofía del dolce far niente es hoy más vigente que nunca. Si bien ser productivos tiene sus grandes recompensas, es importante aprender a detenernos y disfrutar el presente, sin prisa —además de que es propicio, incluso, para la productividad. Detenernos, respirar, meditar pueden ayudarnos a desenvolvernos mejor en el trabajo, en nuestras relaciones personales y alcanzar un bienestar integral; es tan simple como dedicar periodos de tiempo a desconectarnos del exterior para emprender una travesía interna que permita disfrutar de la comida, la música, el sol, las nubes (practicar la atención plena), una pausa capaz de darnos la oportunidad de escucharnos a nosotros mismos para saber qué queremos y cómo lo queremos, cómo nos sentimos y por qué. El arte de no hacer nada podría ser, entonces, uno de los muchos caminos que existen del autoconocimiento.
El ritmo natural de la vida no es una melodía acelerada
Para lograr momentos de contemplación y quietud, es necesario repensar nuestra concepción de la vida y el tiempo. Hay que distinguir entre bien-tener y bienestar. El primer concepto está relacionado con lo material, y sugiere que nuestra felicidad se encuentra en los bienes materiales que necesitamos. Si bien estos son necesarios para nuestra supervivencia, no lo son todo —no solo es importante mantenernos con vida, sino también desarrollar estrategias y caminos para que esta sea disfrutable. El segundo concepto es un poco más profundo y se relaciona con el arte de no hacer nada; nos invita a transformar nuestro interior desde la quietud y desde el agradecimiento por lo que sí tenemos.
Para entender esto, vale la pena recordar una frase del filósofo y psicólogo alemán Erich Fromm: “Si con todo lo que tienes no eres feliz, tampoco lo serás con lo que no tienes”. Y es que solo si nos detenemos y dejamos de ocupar cada segundo en satisfacer necesidades que muchas veces no son realmente necesarias, podremos encontrar la paz para que nuestra experiencia de vida valga la pena.
Así, paradójicamente, no hacer nada puede ser una de las cosas más productivas que podemos hacer por nosotros mismos: sentarnos frente a una ventana a pasar la tarde o simplemente cerrar los ojos y respirar podrían permitir un diálogo interno necesario, dejando a un lado conceptos como vacío o aburrimiento. Seguir esta filosofía también podría ser una manera de reunirnos con nuestro niño interior, ese que pensaba que encontrar formas en las nubes era la mejor actividad posible.
Es momento de parar y escucharnos
Como se ha dicho, no hacer nada no es tan sencillo, pero existen una serie de consejos que pueden ayudar. La idea es dedicar unos minutos al día a simplemente existir en el presente. Estos son algunos consejos que harán más fácil el camino.
Aprender a meditar. He aquí el arte de estar solo, quieto, disfrutando el silencio. Para empezar, se sugiere buscar ropa cómoda y un lugar apropiado en el que no haya distracciones. Aunque hay una diversidad de técnicas, lo primero que hay que hacer es escuchar el ritmo de la respiración, tal vez contar sus ciclos y seguirlos todo el tiempo posible.
Aprender a sentir el dolor. La vida humana existe dentro de una dualidad, en ocasiones es luminosa y, en otras, puede tornarse compleja, triste o dura. En ese sentido, el único alivio para esas tristezas es permitirnos sentirlas sin combatirlas: encararlas y luego, cuando se sienta natural, dejarlas ir.
Soltar el control. Son pocas las cosas que están realmente bajo nuestro control. Una de ellas es nuestro interior. Si hay algo que no podamos cambiar, aceptarlo con serenidad es, quizá, la mejor solución.
Ser constantes y pacientes. La meditación, como muchas otras prácticas mentales y espirituales, requiere de un compromiso que implica disciplina. Los logros llegan solamente a través de la práctica y la paciencia.
Entregarse a la contemplación. Aprender a no hacer nada es también el arte de aprender a mirar. Dediquemos un momento del día a ver, por ejemplo, las copas de los árboles, las montañas que aparecen a lo lejos de nuestra ventana o incluso las venas de nuestra mano. Entre más nos entreguemos a eso que observamos, más fácil es desconectarnos de sentimientos como la angustia o el estrés.