Regeneración, mediación y lenguaje: entrevista con Mauricio de la Puente
Conversamos con Mauricio de la Puente, responsable del programa La Voz de la Selva, a propósito de su participación en la COP26, celebrada el pasado noviembre en Glasgow, Escocia.
¿Puedes hablarnos de tu participación en la Conferencia de las Naciones Unidas sobre el Cambio Climático (COP26)?
Mi participación en Glasgow tiene un par de antecedentes: el trabajo con La Vaca Independiente (LVI), en particular con Transformación, Arte y Educación, y La Voz de la Selva, en cuyas primeras etapas hicimos un código simbólico de lo que estaba sucediendo (cómo se mueven el cielo y el clima, qué plantas florean y qué animales están anidando y migrando en distintos sitios de la península en todo el año, etcétera). La intención era llevar un registro de los ritmos vitales de la selva, pero no terminaba ahí. En la selva habitan muchas personas que hablan muchos lenguajes, no solo en términos de idiomas —me refiero al maya de la península—, sino también en los distintos dialectos del mismo español. Cada uno tiene sus palabras para designar su relación con el ecosistema, y este código simbólico nos permite observar estos ritmos vitales y comunicarnos independientemente de la lengua.
LVI trabaja en muchos ámbitos: uno de ellos es la conservación, en el sentido de protección de los lugares. Yo me enfoco en la restauración. Desde aquí, participamos en un concurso con un proyecto sobre el futuro alimentario. En resumen, en él planteamos que es importante empezar a cultivar “caminos” en lugar de parcelas: es decir, puedes cultivar una hectárea de 100 x 100 m, pero también una de 10 m x 1 km para cuidar los caminos de los animales (particularmente polinizadores) y garantizar la conectividad de ciertos procesos ecológicos. Pasamos a la semifinal, donde conocimos personas que nos invitaron a participar en un proyecto relacionado con la articulación del campo y la ciudad a través de los alimentos.
El sistema alimentario global está reduciendo su complejidad, lo que implica encontrar soluciones locales y la obvia necesidad de un diálogo entre el campo y la ciudad. Este encuentro buscó propiciar un diálogo global, y nos convocaron porque nuestro proyecto está centrado, precisamente, en el lenguaje y en facilitar diálogos. Allí vimos cuáles son las problemáticas, las necesidades, los agravios y las oportunidades; además, facilitamos diálogos entre organizaciones kenianas, canadienses, irlandesas, escocesas y un grupo mexicano de Milpa Alta.
Sucede que uno de los mayores impactos del cambio climático es sobre los sistemas alimentarios. No obstante, no todos estamos en el mismo canal: cada quien ve su propia realidad. Existen muchos actores con circunstancias y lenguajes distintos que tienen que ponerse de acuerdo. El tema es saber cómo lograrlo. Nosotros trabajamos mucho en metodologías para llegar a esta comunicación. Esto también se relaciona con el trabajo de LVI: estrategias para abordar diálogos que ya no son puramente técnicos, en los que también existen procesos históricos vigentes que tienen que hablarse y tratarse. Nuestra propuesta es que debemos empezar a pensar en términos de redes y ritmos. En lugar de pensar en áreas y volúmenes, debemos pensar en las redes sociales, animales y de comunicación en el territorio, y en sus ritmos de cuidado. Una persona urbana y alguien involucrado con el manejo de ecosistemas viven en calendarios distintos: lo importante es reconocer los ritmos del otro para saber si es posible coordinar tareas de cuidado y apoyo.
La propuesta fue bien recibida, y ahora estamos planeando su continuidad. En el siguiente encuentro, que será en El Cairo, el tema será la reorganización del sistema alimentario global, porque una de las cosas que se mencionaron en Glasgow fue que el año pasado, por primera vez en la historia, hubo más migrantes climáticos que desplazados por la guerra.
¿Qué aprendizajes les dejó la experiencia?
Fueron muchos. Había desde foros muy técnicos hasta escenarios locales donde se trabajaban las emociones. En unos casos, la problemática es que tienen el dinero para arreglar problemas, pero no tienen cómo medir el impacto de las inversiones (una milpa no es medible en los esquemas actuales, y esa es una línea de trabajo que se abrió allá: ¿cómo medir la reconstrucción de un tejido social y ecológico?). Sin una métrica, no es fácil implementar fondos de inversiones para generación y restauración.
También surgieron algunas ideas: la que más discutimos es que sean los alimentos los que cuenten las historias; que el producto lleve un registro de lo que sucede, y que el vehículo para hacerlo sea el mismo alimento. Su historia tiene un valor en el mercado (si lo regaste con aguas negras o le llovió, de qué suelo viene, qué químicos se usaron, es una empresa familiar, es una organización de mujeres…) que otorga un reconocimiento de sus condiciones de producción. Podemos conocer la geografía política, pero no aprendemos la geometría natural del territorio. Si lo viéramos, podríamos tomar mejores decisiones: si algo viene de una chinampa, que te hable de cómo está ubicada en el lago. Es decir, que el alimento propicie este tejido de historias, y que a su vez este se convierta en material didáctico, expresado a través del arte, para generar conciencia.
Queremos desarrollar una metodología para implementar esta idea y conocer a los actores que podrán participar en ella.
¿Qué problemas enfrentará su propuesta?
La comunicación del futuro va a ser estrictamente digital. Por ello, es necesario adquirir habilidades en términos de documentación y animación, porque vamos a tener que contar visualmente las historias. Es que el lenguaje científico se está fragmentando: ya no es una lengua neutral que nos sirve para cohesionar a ciertos actores. Por el contrario, ahora es una fuente de desacuerdo por cómo narra los problemas.
Esto ocupa gran parte de mi atención: conocer plataformas, diseñar documentales, comprender cómo dar a conocer información para organizarnos alrededor del cuidado. Es curioso: restaurar un sistema es más simple que degradarlo, pero requiere continuidad. Tienes que regar un árbol para cosechar todos los frutos que quieras en cinco años. Si lo dejas de hacer, no importa si tiene tres o cuatro años, se va a morir y tienes que volver a empezar. La problemática clásica es la organización y los ritmos de cuidado en los que cada uno hace su parte. La comunicación no es fácil si no existe una imagen común de lo que estamos haciendo.
En proyectos más complejos, cuya organización depende del clima, los incendios, las plagas, etcétera, la comunicación, la cooperación y la coordinación es vital.
¿Es aquí donde se inserta el trabajo de mediación para poner un grano de arena en la facilitación de ese diálogo global?
Sí lo podemos poner en ese contexto, pero la verdad es que va más allá de un grano de arena: es un cambio radical de paradigma en lo que se refiere a la regeneración de ecosistemas. La manera en la que veníamos trabajando es el diagnóstico científico del territorio, que daba lugar a un proyecto de organización social con vistas a darle una salida en el mercado que le dé sustentabilidad.
En esa salida, el arte…
En esta visión “tradicional” el arte y la reflexión sobre el lenguaje están fuera. LVI, por el contrario, se plantea llegar allí: que la observación del entorno y la expresión creen lenguaje. LVI tiene una gran presencia en procesos de adquisición de lenguaje: la expresión y la observación es esencial en el proceso pedagógico dia. Imaginemos que todas las expresiones generadas por esos individuos pueden convertirse en un proceso de aprendizaje colectivo a través de la mediación y generación de comunidad, como el que realiza Baktún Pueblo Maya.
Del lenguaje del individuo pasamos al proceso de aprendizaje colectivo, luego a la organización y finalmente a internalizar los valores de la restauración en los productos que genera el propio ecosistema. Esto es distinto a pasar de un diagnóstico científico a lo social, a la capacitación y al individuo. Lo más importante es que, para nosotros, el significado de la restauración y la regeneración es individual: cada quien lo lleva a cabo desde su contexto, desde los valores que le otorga a esa fuente, ese valle, esa montaña en su lenguaje y desde su cultura. En el modelo anterior se buscaba homogeneizar el sentido de la acción (el ecosistema es valioso por una cosa), pero, en algún sentido, la relación con la biodiversidad implica la diversidad de valores, visiones, motivos, contextos.
Eso no debe implicar necesariamente un caos: gracias a la diversidad en las comunidades humanas, podemos abrazar todas las tareas.
¿Qué sigue?
Estamos construyendo una rama en el trabajo de LVI que se enfoca en la regeneración ecológica y sistemas alimentarios. Lo que nos falta es comunicar, instrumentalizar y sistematizar nuestros aprendizajes. Esto implica el uso de celulares, plataformas web y todo lo que tiene que ver con el diseño, tarea en la que ahora estoy enfocándome.
Es una tragedia que haya tantos interesados por lo mismo y que no podamos comunicarnos ni llegar a un acuerdo, porque no acostumbramos a hablar en escalas: todos hablamos del “problema”, el cambio climático, por ejemplo, pero yo hablo desde mi parcela mientras otro está viendo el precio del maíz en la bolsa de valores. Es muy pobre nuestra taxonomía frente a la riqueza de relaciones entre seres humanos y el ecosistema. Hoy, solo tenemos ambientalistas, ecologistas y destructores.
Todas las experiencias son valiosas, pero necesitamos este lenguaje para comunicarnos, aunque los contextos sean distintos, y poder ver que entre todos hacemos esto y aquello, pero podríamos hacerlo mejor si lo hacemos juntos de esta otra manera. La plataforma que estamos diseñando sirve para ver qué hace cada uno. Tenemos varias redes en el mismo espacio a distintos ritmos: están las redes de los que alimentan, de los que ponen agua, de los que observan, de los que tienen un huerto, de los chinamperos… pero no nos estamos viendo entre todos.