Alexandra Courtis - Creative Commons

Ruth Asawa: tejer lo inmaterial

23 | 12 | 2020

Sobre la vida y obra de una deslumbrante artista marcada por su propia historia.

A veces el bien viene de la adversidad. No sería quien soy hoy si no hubiera sido por el internamiento, y me gusta quién soy.

—Ruth Asawa

Educar, construir, sensibilizar y conectar: el arte tiene el poder de transformar a las sociedades humanas y a los individuos de formas sorprendentes. Además, el contacto con el universo artístico resulta indispensable para concebir y edificar mejores futuros, también para lidiar con las situaciones adversas que la vida nos pone enfrente —un ejemplo perfecto de esto es la historia de Ruth Asawa (1926-2013).

Asawa fue una escultora estadounidense de origen japonés reconocida mundialmente por sus esculturas colgantes biomórficas, hechas con cable de acero. Sin embargo, en la totalidad de su obra es posible ver plasmadas, claramente, las vivencias y reflexiones de su historia personal que, a la vez, es la historia del mundo entero: sin duda alguna, una historia dura, simbólica y esperanzadora.


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Ruth Asawa nació en California en 1926. Siendo una adolescente, los estragos de la Segunda Guerra Mundial marcarían su vida de muchas formas: ella y su familia —al igual que alrededor de 120 mil personas de ascendencia japonesa— fueron recluidos en diversos campos de concentración al interior de Estados Unidos por varios meses. Estando ahí, Asawa tuvo la fortuna de aprender a dibujar gracias a la ayuda de tres animadores japoneses que, antes del encierro, habían trabajado para los estudios de Walt Disney, y que durante el aislamiento daban clases de arte.

Si bien el interés por las artes estuvo presente en la creadora desde su infancia, el contacto con estos artistas en tan duro contexto de reclusión le permitió, por un lado, sobrellevar creativamente el momento por el que atravesaba y a la vez abrazar lo que sería su vocación el resto de su vida: la creación artística.

Una vez “liberada” de aquel periodo de su vida, Asawa (convencida de poder cambiar al mundo a través del arte y la pedagogía) se inscribió en la Escuela para Profesores de Milwaukee. Sin embargo, las condiciones racistas del contexto norteamericano seguían vigentes, y afectaron nuevamente sus planes: el hecho de ser de origen japonés impidió que terminara sus estudios y, por lo tanto, que se graduara de dicha institución para participar en la sociedad como docente.

La imposibilidad de ejercer como profesora la llevó a buscar otras alternativas para realizar sus sueños. Durante un viaje a México en el que asistió a una clase de Clara Porset en la UNAM, la diseñadora cubana le aconsejó inscribirse en el Black Mountain College (BMC), la históricamente famosa, innovadora, experimental y multidisciplinaria escuela ubicada en Carolina del Norte.

Asawa logró ingresar como alumna y esta experiencia sería un parteaguas en su vida y su carrera. En el BMC fue alumna, entre otros, de nada menos que Joseph Albers y Buckmister Fuller (dos de las mentes más brillantes e influyentes del siglo XX), quienes a través de sus ideas y métodos pedagógicos influirían creativamente en la artista.

En este punto, Asawa comenzó un periodo formativo y productivo en el que, entre otras cosas, entendió el dibujo no solo como una herramienta creativa, sino como una forma de comunicación conceptual en sí misma, con posibilidades ilimitadas que pueden ser llevadas a lo tridimensional sin perder sus rasgos característicos. En esta etapa también nació en ella un creciente interés por las formas orgánicas y la experimentación con ciertos materiales para la producción de nuevas formas tridimensionales.

Un segundo viaje a México y una nueva coincidencia llevaron a Asawa a experimentar con cable de acero. Durante su visita al país, un grupo de artesanos fabricantes de canastas le transmitieron su técnica de tejido en acero. La artista, entonces, encontró lo que tal vez siempre estuvo buscando: el equilibrio del dibujo expandido y producido con materiales tridimensionales. Así nacieron sus espectaculares y conmovedoras esculturas en cable de acero tejido, a través de las cuales se pueden apreciar otras formas similares contenidas dentro de ellas. Lo fino y ligero de un material que al ser deformado pesa, expresa, contiene y refleja.

Los procesos de concepción y producción de estas esculturas flotantes son igual de simbólicos y poéticos que el resultado. Ella empezaba a tejer la forma interior, es decir, aquello que después sería envuelto y contenido por una estructura mayor, la que sería vista desde afuera. Paralelamente, ella tejía y enlazaba la forma externa hasta llegar al punto en que ambas se conectan. Estas esculturas sostenían dos estructuras: superficies internas y externas ligadas minuciosa e infinitamente formando una sola pieza, un solo organismo —interior-exterior, pasado-presente, prisión-libertad.

Una acción solitaria y universal. Cada proceso fue completamente hecho a mano, en una especie de ritual a la vez repetitivo y reflexivo, artesanal y conceptual. Esta serie habla del interés de la artista por las ideas, específicamente aquellas no resueltas. Como toda gran obra, la de Asawa genera más preguntas que respuestas, invita al espectador a establecer un diálogo con la vida, con su propia existencia. Así, pensamiento y ejecución se entretejen y levantan esculturas que van mucho más allá de la belleza visual. Son poemas construidos en distintos niveles bajo una manufactura impecable y poderosa, frágil y vibrante. La vida afecta a la obra y viceversa.

Las esculturas de cable de acero de Asawa son sus piezas más conocidas (recientemente fue lanzada una edición de colección de estampillas postales con impresiones de dichos trabajos en Estados Unidos), pero la producción de esta artista abarca obra en papel, escultura en diversos materiales y fuentes públicas, entre otros. Además de una exhaustiva labor activista para lograr fondos de educación artística en Estados Unidos.

En conjunto, el trabajo de Asawa plasma y lucha por lo que alguna vez, en un campo de aislamiento, ella entendió: el poder del arte en conjunto con la pedagogía como salvación en un mundo excluyente y, por supuesto, la esperanzadora posibilidad de transformarlo.

Sharon Mollerus – Creative Commons
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