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Conservar el futuro en la tierra de los mayas: una ida y una vuelta

11 | 04 | 2020

Entrevista con Felipe Delmont.

Felipe Delmont es un arquitecto y consultor de la Unesco que ha trabajado alrededor del mundo en la conservación del patrimonio urbano histórico. Invitado a Yucatán por Iniciativa Baktún, participó en la serie de talleres “Por Conservar el Futuro”, que busca incidir en la protección del patrimonio material e inmaterial de la península. Nos reunimos con él para comentar sus impresiones sobre el ejercicio realizado en la tierra de los mayas.

Al amparo de un tamarindo, Felipe Delmont está sentando con las piernas cruzadas. De barba larga que no obstante no le oculta la sonrisa de chiquillo travieso, Felipe habla y se deja llevar por sus pensamientos con una facilidad desbordante; quien platica con él por fuerza tiene que reír y caer en el lugar común de perder la cuenta de las horas. Su afán por comprender las formas en que el ser humano ocupa el territorio y se relaciona con él lo ha llevado a visitar lugares tan distantes como Venezuela, su país natal, además de Francia y Laos, con lo que ha podido construir su teoría sobre la ciudad de los flujos y el camino corto. Detrás de él se extiende la plaza de Tixcacaltuyub, con su iglesia blanca y su claustro abandonado, su panteón viejo y sus canchas de juego, que son el escenario donde se desarrolla el último taller impartido por el equipo Baktún.

¿Qué impresiones generales te llevas de las dos semanas de actividades? 

Yo venía preparado con unas conferencias y unos talleres, y la verdad es que cuando te enfrentas a los hechos la realidad te sorprende. Para mí fue muy revelador y productivo presentar esa conferencia para los niños sobre los caminos cortos que yo había utilizado anteriormente en Nueva York, porque hay que ponerse a pensar cómo les muestras los conceptos a niños de 5 a 8 años. Recuerdo que trabajé mucho allá y en un momento dado renuncié, porque no lograba clarificar mis conceptos lo suficiente como para explicárselos a los niños, y cuando lo hacía era una simplificación burda y caricaturesca. Entonces, la única manera que yo tengo de hablarles a los niños es contarles el camino corto cuando yo tenía su edad. Así me di cuenta de que, efectivamente, para mí la teoría del camino corto es  algo que vengo construyendo desde que tengo su edad, eso me igualó y la verdad es que estuvo bien.

¿Con qué expectativas llegaste y cómo se fueron modificando?

En Sotuta ocurrió más o menos lo que me esperaba, pero aquí en Tixcacaltuyub fue realmente una subversión del sitio contra mí, yo tengo una educación occidental y basta que me muestren una retícula para que vea calles, avenidas, casas, la plaza, la iglesia, etcétera. Tú ves Tixcacaltuyub y es una región igual que las otras, bueno, más verde que las demás, pero en el mapa tú ves la retícula y en el centro la plaza. Sin embargo, después de varios días aquí se me ocurrió caminar por los alrededores, entonces me di cuenta de que el pueblo que yo creía que estaba allí realmente no estaba presente. Sucedió algo que yo no podría llamar un pueblo, sino una forma de vida orgánica y vinculada con lo natural, lo animal, lo mineral. En esas casas uno entra y están montadas sobre las piedras, está todo como meteorizado, fragmentado, tú ves esa manera de estar allí sin estar. Por una parte, sentí que está presente ese patrón de retícula desde las Leyes de Indias; está aquí, pero no totalmente, porque lo que está al interior de la manzana sigue siendo el bosque, el mundo maya, y eso es maravilloso.

¿Cuál es la dinámica que tú observas en las plazas de Yucatán? 

Mi impresión en Tabí, por ejemplo, es que esa plaza no tiene nada, está libre, y en Sotuta antes debía ser así, no había nada sino puro monte, puro verde, como aquí, en Tixcacaltuyub, que todavía se conserva así. ¿Y por qué? Yo creo que tiene que ver con varias cosas, porque es un espacio donde se podían hacer grandes reuniones, una feria, un gran mercado, pero al mismo tiempo era el espacio de sociabilidad, era el espacio donde uno se encontraba con la gente que no conocía, o la gente que sí conocía, y allí se reunían; y por lo tanto, para mí, esos grandes árboles —que no son árboles iguales a los demás, son árboles que dan mucha sombra— estaban puestos allí para que la gente pudiera guarecerse y allí iban a conversar largo rato. En otros tiempos en donde no había luz ni iluminación, ese espacio sin árboles se mantenía visible incluso bajo las estrellas; de noche, uno podía ver lo que sucedía. Si hubiese estado lleno de vehículos, de canchas, de fuentes, de árboles, de parquecitos, esto no habría sucedido. 

¿Qué te llevas de los participantes? ¿Aprendiste algo de ellos? 

Claro, desde luego. En el mundo actual, en el desastre hacia al que vamos, siempre apuntando hacia delante sin mirar lo que estamos explotando y destruyendo, hasta cierto punto las tierras mayas han permanecido aisladas, y allí, donde la tecnología desbordada, los avances y los inventos no han irrumpido tan violentamente, hay posibilidades de mirar el mundo de un modo distinto. Yo creo que es momento de que regresemos a nuestra relación con la escala humana, nuestra relación con el entorno que sí tienen los mayas, que además son gente de gran sabiduría.

Estuve con personas que apenas sabían leer y escribir, pero que entendían perfectamente lo que les estaba diciendo y me lo explicaban, me corregían; es decir, son gente de un profundo conocimiento; no quiero caer en romanticismos, pero son personas que, por sus vivencias,  tienen un conocimiento que se mantiene tal cual en relación a la naturaleza, en relación a los ciclos de la tierra, y creo que es momento de que vengamos y escuchemos lo que tienen que decirnos.

Autor: Salvador Ponce Aguilar

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