Richard Mortel - Creative Commons

Tres lecciones del estoicismo para nuestro bienestar

21 | 01 | 2021

El pensamiento estoico es una fuente inestimable de lecciones para mantener la entereza frente a los infortunios.

Después de haber naufragado es cuando navego felizmente.

— Atribuida a Zenón de Citio

El nombre de esta doctrina filosófica proviene de la palabra griega stoa, que quiere decir “pórtico”. Al abrigo de las pinturas de Polignoto, Micón y Paneno que adornaban la Stoa Poikile (o “pórtico pintado”) en el ágora ateniense, Zenón de Citio fundó el pensamiento estoico alrededor del 300 a. C., tras separarse de su maestro Crates. Cuando Zenón murió, Crisipo y Cleantes, sus discípulos más aventajados, se encargaron de sistematizar, alimentar y difundir su doctrina. Gracias al auge que la cultura helénica tuvo en aquel periodo, el estoicismo gozó de una perdurable influencia por todo el Mediterráneo, especialmente en Roma, donde lo cultivaron grandes filósofos como el esclavo Epicteto, el cónsul Séneca y el emperador Marco Aurelio.

Aunque ningún libro de Zenón de Citio ha sobrevivido hasta hoy, conocemos su pensamiento y los acontecimientos más relevantes de su vida gracias al testimonio de sus discípulos y de comentaristas griegos y romanos; de estos, el más importante es Diógenes Laercio. En Vidas, opiniones y sentencias de los filósofos más ilustres, este doxógrafo afirma que Zenón fundó su pensamiento en una metafísica del cambio universal eterno, según la cual el mundo está sometido a un ciclo perpetuo de renovaciones purificadoras que, sin embargo, no lo modifican sustancialmente. De este postulado, Zenón concluyó que la vida humana, como el universo mismo, sigue la pauta de un destino escrito por la razón suprema del que no podemos escapar.

Las lecciones del estoicismo

La herencia estoica es una rica fuente de reflexiones morales que pueden ayudarnos a trocar el desconsuelo en dicha cuando sentimos que las cosas se nos salieron de las manos. De todas esas lecciones, tal vez las tres más importantes para procurar nuestro bienestar en tiempos aciagos como el actual son las siguientes:

1)     No vale la pena afligirnos por lo que no depende de nosotros.

Para los estoicos,los seres humanos estamos tan impedidos como Otelo y Edipo para prevenir la desgracia, pero no para preverla ni para impedir su embate contra nuestro espíritu. En su Enquiridión, Epicteto llegó a afirmar que, no obstante la fundamental predeterminación de la vida humana que Zenón teorizó, aún hay acontecimientos vitales que sí dependen de nosotros, como el estado general de nuestro espíritu, el juicio, el deseo, la aversión y toda la gama de nuestras emociones. Por ello advierte que, si bien el infortunio es inevitable, el efecto que este tenga en nuestro ánimo no lo es.

Nuestra corporeidad, el poder, la reputación, las posesiones, la muerte, la enfermedad y la guerra son ejemplos de accidentes mundanos que escapan de nuestra voluntad, mientras que el efecto que ellos tienen sobre nuestro ánimo depende de la importancia que nosotros mismos les otorgamos para el cultivo de nuestro bienestar personal. La primera gran lección del estoicismo apunta a la importancia de reconocer plenamente la diferencia entre aquello que depende de nosotros y lo que no, y de trabajar para que eso que escapa de nuestras manos condicione lo menos posible ese cultivo.

2)     El presente es lo único que podemos perder, porque es nuestra única posesión.

En sus influyentes Meditaciones, Marco Aurelio también escribe que, desde el punto de vista de la eternidad divina, “todo se presenta con el mismo semblante” —es decir, siempre ocurre la muerte y la vida se abre paso, suceden catástrofes y los días se renuevan, la desdicha y  el gozo se interpolan—, de modo que no hay razón para que el desconsuelo llegue de improviso. Entender el pasado puede ayudarnos a prever el porvenir y a entender que “contemplar por cuarenta años lo que pasa en la vida humana, o por diez mil años, viene a ser lo mismo”, porque hay cosas que son inexorables y cíclicas, pero también que lo único que poseemos es el presente.

Si miras el abismo temporal que se extiende tras de ti antes de tu nacimiento, escribe Marco Aurelio, y luego contemplas el infinito que vendrá tras tu último adiós, podrás darte cuenta de una verdad poderosa: la de que, en comparación con las inmensidades cósmicas, la vida humana es apenas un suspiro en la eternidad que no tiene un significado más grande que el que nosotros le damos. Ante la perspectiva del eterno retorno, las vidas del “niño de tres días y el hombre que vivió tres veces la edad de Néstor” no se diferencian más que por el empeño que cada uno puede poner en vivir el presente, la única posesión real de la existencia humana.

3)     La mayoría de las veces la raíz de nuestras aflicciones no es una desventura, sino nuestras propias expectativas.

Probablemente, el fondo moral de la filosofía estoica, con todos sus matices de pensamiento, puede resumirse en la siguiente máxima de Marco Aurelio: evita embotar tu imaginación representándote a cada momento la desgracia, no dejes que la perspectiva de una calamidad futura te aflija y cuando te enfrentes a una adversidad ármate de valor para responder con honestidad a la siguiente pregunta: “¿Qué hay en esto que no sea soportable y llevadero?” Hacerlo, concluye el filósofo emperador, puede deparar una gran sorpresa, cuando comprendas que no siempre es el infortunio la cosa que te aflige y que te parece tan poco llevadera, sino el contraste entre tus expectativas y la realidad:

— Si te mortifica haberte equivocado en tus anhelos y conjeturas, nada te impide rectificar tu opinión (cambiar de parecer es un poderoso acto de libertad).

— Si no poder llevar a cabo lo que te parece justo te apesadumbra, entonces lo mejor será que redobles tus esfuerzos para realizarlo.

— Y si te aflige algo que está fuera de tu control, “no te consternes, pues no es culpa tuya”.

Naufragar para navegar felices

Diógenes Laercio también relata que Zenón de Citio, el fundador del estoicismo, fue un próspero comerciante hasta los 30 años, cuando naufragó cerca de El Pireo, en el sudoeste de Grecia, y que allí conoció a un librero que le prestó una obra del historiador Jenofonte que lo fascinó. Tras terminarlo, Zenón le preguntó al librero dónde podía hallar hombres virtuosos como los que el libro describía, y él le respondió que siguiera a un hombre que pasaba en ese momento frente a ellos: se trataba de Crates, un filósofo cínico que había donado todo su patrimonio a sus conciudadanos para dedicarse el resto de su vida al cultivo de la virtud.

Esta anécdota del náufrago Zenón resume bien las lecciones más importantes que el estoicismo nos ha legado para nuestro bienestar: que hay que vivir en el aquí y ahora, porque la adversidad puede avenir en cualquier instante; que la desgracia puede deparar el mejor aprendizaje si sabemos mirar el cielo detrás de la tormenta; que la virtud y la prosperidad del sabio no son bienes gratuitos, pues únicamente puede poseerlos quien se atreve a realizar un duro trabajo de reflexión y cultivo para indagar más allá de la penumbra.

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