Una refrescante reflexión pandémica (inspirada en Mary Shelley)

10 | 06 | 2020

Las crisis son capaces de despertar la creatividad del ser humano y de darle lecciones insospechadas.

Una de las maravillas de la mente humana es su potencial flexibilidad para hacer frente a los momentos de adversidad. Como el agua en la montaña, puede encontrar su camino ante las crisis, para así ir definiendo la narrativa de una vida. La creatividad es una herramienta indispensable para adaptarnos y sobrellevar situaciones difíciles que se escapan, inevitablemente, de nuestro control. Gracias al arte, aquello que nos afecta puede ser convertido en un catalizador hacia creaciones, y lecciones, extraordinarias que quizás no hubieran surgido, al menos de manera tan simbólica y precisa, sin las experiencias previamente vividas.

Un buen ejemplo de esto es El último hombre (The Last Man) una novela publicada en 1826 por Mary Shelley, la brillante autora de Frankenstein o el moderno Prometeo. La primera es, al mismo tiempo, una obra post-apocalíptica, una historia novelada de los últimos escritores románticos ingleses y una ficción autobiográfica en la que la propia Shelley, los poetas Percy B. Shelley (su marido) y Lord Byron, entre otros, son representados bajo distintos nombres.

La primera mitad de la obra funciona como un relato sobre la amistad, el amor y los valores del ideario ético-estético del Romanticismo inglés, narrada a través del joven protagonista Lionel Verney (autorretrato de la escritora) y su grupo de amigos. Es hacia la mitad de la novela que el tono cambia catastróficamente convirtiéndose en una pesadilla apocalíptica pesimista en la que la ambición por el poder, una pandemia de la que no existe cura y una serie de desastres naturales, llevan a la desaparición de  la especie humana, dejando solo un sobreviviente: el joven Verney.

Es bien sabido que lo que originó la escritura de ésta novela fue un conjunto de hechos traumáticos que marcaron a Shelley: en un lapso de diez años perdió a tres de sus hijos, a su esposo y a otros cuantos seres cercanos. Por supuesto, también influyó en ella el haber vivido los estragos de guerras y el clima; al año 1816 se le conoció como el año sin verano, porque debido a la erupción de un volcán en Indonesia, la temperatura de todo el planeta descendió varios grados (de hecho en ese mismo año y contexto fue concebida Frankenstein).

Una vez solo en la Tierra y acompañado solamente por su perro, Lionel Verney decide vagar por las ciudades en ruinas, leer en sus bibliotecas desiertas, reponerse, recuperar sus ideales románticos y subversivos, y así sobrevivir la trágica marca de la peste que lo arrojó a un mundo vacío. El protagonista también entra en contacto con el mundo natural (un motivo claramente romántico); es así y solo así que descubre, en la belleza y armonía de la naturaleza, respuestas en torno a su existir y a la esencia de la vida. Es éste un relato lleno de imágenes poéticas de gran belleza, que nos hablan de la resistencia interior de Mary Shelley quien, a través de su protagonista, se rehúsa a quitarse la vida (algo que, tal vez, muchos hubieran decidido hacer).

La novela no fue nada bien recibida por la crítica, en parte por la forma en que retrató a Percy B. Shelley. Fue hasta la década de los 60’s que, en pleno auge del género post-apocalíptico y en medio de la Guerra Fría, se revaloró y afianzó su lugar en la historia de la literatura como una influencia importante. Pero este libro también llega hasta nuestro tiempo, uno de pandemia, a proponer enseñanzas más que urgentes.

El libro de Mary Shelley plantea, en un momento de crisis y desolación, a la naturaleza como una respuesta ante la devastación del mundo—porque la naturaleza es la madre, incluso, del hombre. En un planeta que hoy enfrenta procesos de sobrecalentamiento y la extinción masiva de especies, la profética postura de la autora ante el mundo natural y la sabiduría que lo habita, resultan indispensables. Además, en la novela de Shelley, es el mundo interior del personaje que se ha quedado solo, lo que lo salva y lo invita a abrazar la vida.

¿Qué tan pertinente sería entonces, en estos momentos de incertidumbre y aislamiento, el acto de revisitar nuestro interior? Tal vez, la respuesta (una que Shelley sin duda conocía) es sí. Su relato y su historia, sus lecciones, no son tan lejanos a nuestro presente y las posibilidades que hoy la vida nos pone sobre la mesa.

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