Imagen: Archivo Casa Azul

Viva la vida: el legado poético de Frida Kahlo según Octavio Paz

12 | 01 | 2021

Con su valerosa honestidad verbal y plástica, Frida Kahlo es una fuente inagotable de inspiración artística.

Pinto flores para que no mueran

—Frida Kahlo 

Las pinturas y el diario de Frida Kahlo son algo más que un impetuoso testimonio de su cuerpo lacerado: se tratan más bien de una bella poesía visual con la que se pintaba y se nombraba a sí misma para no marchitarse. Allí radica la fuente de la fascinación que despierta su obra: en ella, la materia gráfica forma una poderosa unidad artística con el elemento verbal, de cuya imbricación nace una apasionante imagen poética que dialoga con sus espectadores. Las pinturas de Frida hablan: la nombran una y otra vez y la describen con una honestidad implacable (la polio que sufrió en la infancia, el accidente de 1925, la difícil relación con Diego Rivera, los embarazos fallidos, la soledad de Nueva York, la pierna que le amputaron). El fin de sus pinturas, más que dar cuenta del mundo, fue forzarlo a convertirse en verbo por medio de una operación gramatical tan improbable como fascinante: “Tú me llueves – yo te cielo”.

Frida Kahlo tenía un don extraordinario para sintetizar la fuerza simbólica de la pintura y la magia transformadora de la poesía; a menudo, su trazo se metamorfoseaba en escritura y sus palabras se presentaban como una poderosa y entrañable alegoría visual. Contemplar su trabajo es enfrentarse a una conjunción insólita de la palabra y la imagen: de tal modo están  imbricados este par de elementos en su arte, que sus metáforas visuales no pueden aprehenderse en todo su esplendor si obviamos la base verbal que sustenta su símbolo, de la misma forma en la que su escritura únicamente puede entregar su secreto si se presenta con el rostro sagaz de su caligrafía.

Estos elementos de la obra de Frida Kahlo han tenido una influencia notable en la pintura, la fotografía, el cine y hasta en la literatura. Pero si bien diversos escritores se han dado a la tarea de analizar sus múltiples legados culturales, temáticos y visuales —como Carlos Fuentes en su Viendo visiones de 2003, Elena Poniatowska en Las siete cabritas del 2000 y Valeria Luiselli en “Frida Kahlo y el nacimiento de la Fridolatría”, su prólogo a la biografía que Hayden Herrera publicó sobre la artista en 2019—, es quizás Octavio Paz quien hasta ahora ha logrado dimensionar en su medida más justa la herencia poética de esta artista.

Los privilegios de la poesía visual

En las palabras “punzantes” y “aladas” que hablan las obras de Frida Kahlo, a decir de Octavio Paz, se hallan los restos de una magia que se desborda de su cauce y se derrama en la vida para empapar con su éter una imagen valiente del mundo, animada por la chispa de los contrastes más dolorosos de su biografía —el silencio y el estruendo, la osadía y la vulnerabilidad, la rabia y el humor, el cuerpo y el alma. Al final de su ensayo “Solitarios e independientes” de 1988 —incluido en Los privilegios de la vista, el IV tomo de sus Obras completas—, él incluso afirma que sus “imágenes visuales fueron, casi siempre, verdaderas explosiones del subsuelo psíquico”, lo que quiere decir que a menudo “fueron simultáneamente pinturas y revelaciones”.

Para Paz, esta bella aleación entre la imagen y la escritura a veces se expresó en sus bellos títulos —como en Lo que el agua me ha dado o La columna rota—, donde las palabras, sustentadas por el arrebato simbólico de la plástica, adquieren el poder expresivo de una lengua mágica. Pero otras más bien se trató de un componente irreductible de la materia visual misma —como las grecas labradas en las sandías de Viva la vida, cuya violencia gestual forma un emocionante contraste con el júbilo de su mensaje— en el que resonaba la dureza de su sufrimiento, como un grito que hiere y deja una marca indisoluble.

Hay dos componentes de la poética visual de Frida Kahlo que Octavio Paz admiró con más empeño: el primero fue la “impresionante autenticidad” de sus metáforas visuales que revisten a sus pinturas de un cierto pathos angustioso; el segundo fue su fantástico sentido del humor. Los cuadros de Frida, a pesar de su crudeza confesional, no son hostiles ni grotescos porque en ellos interviene un humor sigiloso que les impide volverse el testimonio de una artista complacida en el más llano patetismo. Esa elegante comicidad de Frida, cuyo pináculo tal vez se halla en El ciervo herido, aligeró el mensaje descarnadamente honesto de sus cuadros; gracias a él, al contemplarlos solo podemos acertar a decir, entre la fascinación y la conmoción: esto es verdad, esto ha sido vivido, padecido y recreado”.

Una bomba envuelta por una cinta de seda

Ya sea por este acercamiento teórico o debido a ciertas afinidades biográficas e intelectuales, la obra de Kahlo dejó una cierta marca en la escritura de Octavio Paz —o mejor dicho: en su concepción sobre la escritura poética. El mismo principio parece sustentar los trabajos de ambos: el de la furia y la audacia pictórica envueltas en un bello manto verbal, donde, por el efecto cautivador de la poesía, el ímpetu de sus imágenes viscerales —como el corazón extirpado en la pintura Las dos Fridas o el hombre que busca a un extranjero para llevarle un ramo de ojos azules a su esposa en el cuento “El ramo azul” de ¿Águila o sol?—no perturban a quienes las contemplan, dado que estas se presentan como una bella y apacible metáfora. Si fuera necesario resumir en un puñado de palabras el fondo común del trabajo poético-visual de Frida Kahlo y Octavio Paz, estas serían furor, humor y poesía.

Probablemente, el legado más notable que Octavio Paz reconoció en la obra de Frida Kahlo, fue el descubrimiento de que nombrar por medio de la escritura aquello que nos hiere puede ser el principio de una alquimia sanadora. André Breton tuvo a bien definir el arte de Frida como “una bomba envuelta por una cinta de seda” cuando contempló por primera vez Lo que el agua me ha dado en 1938. Con ello, Breton puso de relieve los valores irreductibles de la poesía visual de Frida Kahlo: su honestidad, su humor y su sensibilidad poética, de los que da cuenta aquella cinta de seda, en la que, como advierte Octavio Paz, hay un mensaje alado y punzante que Frida ha escrito como una broma cruel sobre sí misma. Esa broma es el principio del complejo sistema poético que le permitió conjurar sus fantasmas más crueles y concebir, al final de sus días, aquel grito enternecedor y lleno de esperanza que titula su última obra: Viva la vida.

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