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La ceiba, el árbol sagrado de los mayas

24 | 06 | 2020

Para las comunidades mayas, la ceiba o ya’ax’che es un árbol sagrado que sostiene el cielo con sus ramas y teje el inframundo con sus raíces.

Tal vez el aspecto más mágico de las cosmogonías antiguas es que otorgaban cualidades divinas a la naturaleza y sus elementos, a los animales y a las plantas. Esto revela la íntima conexión que guardaban nuestros ancestros con su entorno; no solo lo observaban y aprendían de él, sino que lo veneraban profundamente. En nuestro tiempo podría ser esencial recobrar esta relación. 

Ceiba, árbol mexicano

Existen algunas comunidades contemporáneas que mantienen activa esta correspondencia sagrada. Entre los mayas, por ejemplo, el culto a la ceiba (o ya’ax’che) se sigue practicando. Pero la ceiba es un árbol muy especial, que figura en varias culturas de México. En algunas regiones del sur del país (como Oaxaca y Morelos), la conocen como ceibo o pochote (del náhuatl pochotl), y su corteza se utiliza para realizar artesanías.  

Este precioso árbol puede crecer hasta 70 metros de altura y alcanzar un diámetro de tres metros. Su generosa copa crece formando diversos “pisos” de ramas y hojas, y sus flores de carnosos pétalos despiden un peculiar perfume. También son notorias sus magníficas raíces, que se encajan en el suelo caprichosamente, exhibiendo la potencia de su anclaje. 

En muchas comunidades, la ceiba es apreciada por sus cualidades medicinales. Tradicionalmente se utilizan la corteza, las hojas y tallos para curar heridas y tratar el acné, además de usarse para aliviar síntomas de reumatismo, enfermedades intestinales, inflamación, dolor de muelas, quemaduras y salpullido. Pero sobre todas las cosas, se trata de un árbol sagrado.

Leyendas y rituales en torno a la ceiba

Tal vez fue su peculiar forma lo que sugirió a los mayas que la ceiba era un árbol divino. Y aún los mayas contemporáneos lo consideran “el árbol de la vida”. Se piensa que sus ramas forman el cielo y que, con sus raíces, tejen el inframundo, conectando los tres niveles cosmogónicos. El tronco, que mantiene el plano terrenal, también es un conducto para comunicarnos con los otros niveles. 

Escribe Alfredo López Austin:

El árbol es la figura por excelencia para conceptuar, con las venas de savia, las vías de los flujos divinos procedentes del cielo y del mundo de los muertos que comunican el cosmos y llevan el movimiento al mundo de las criaturas […].

Según el antropólogo Alfred M. Tozzer (citado por la investigadora Elsa Hernández Pons), para los mayas, hay 13 planos celestes, dispuestos uno sobre otro; y éstos son visibles en los “pisos” de la copa del árbol. Estos planos tienen, en el centro, un hoyo por donde atraviesa el tronco y por donde las almas de los difuntos escalan, hasta el nivel que, según sus virtudes en vida, les corresponde. Elsa Hernández Pons, arqueóloga, ha señalado que para algunos grupos, la ceiba es considerada la “morada del dios” y hasta se asocia con la cruz; esto “[…] se expresa claramente en las cruces que se plantan en la base de algunos troncos, principalmente las que se alzan en las encrucijadas o en las salidas de los caminos.”

La sombra de la ceiba es, también, un espacio ritual. A los pies del árbol se depositan ofrendas y a la sombra que éste crea se le ofrece respeto. Se siembran también ceibas en las plazas y, en algunas fiestas religiosas de Yucatán, las ceibas son las “reinas” de la celebración. 

Adoptemos el culto a la ceiba

El culto a la ceiba es admirable; lo es, en general, el culto a los árboles. De este elemento natural muy cotidiano —a ratos insignificante— dependemos de formas muy profundas. Los árboles liberan oxígeno; absorben el CO2; combaten, sin saberlo, el cambio climático; retienen el agua; son refugio de toda clase de animales y refrescan el entorno con su sombra. Pero si éstas no son suficientes razones para considerarlos sagrados; vale recordar que con sus ramas sostienen el cielo.

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