Cómo sortear una crisis moral según Albert Camus
por: Salvador Ponce Aguilar
12 | 04 | 2020
Los seres humanos somos animales en busca de respuestas. Ante el advenimiento del infortunio y la incertidumbre del porvenir, nos acogemos a doctrinas, filosofías, religiones, figuras de autoridad y hasta profecías. Dentro de nuestro baúl de respuestas, la literatura también conforma un acervo al que acudimos para hallar experiencias similares a las nuestras. En las páginas de los libros podemos encontrar tranquilidad o empatía, paralelismos o contrariedades, según lo que busquemos en ese momento. Quizás por ello, durante las últimas semanas se ha elevado la demanda de novelas que, de una manera u otra, abordan un tema relacionado con las epidemias. Entre ellas, una de las más leídas es La peste, de Albert Camus. Sin embargo, hay que acercarse a estas obras con cautela: si lo hacemos solo para encontrar respuestas que expliquen nuestra realidad, no hay diferencia entre esa actitud y la de quienes recurren a vaticinios o abren los salterios. No se trata de abrazarnos a las obras, sino de indagar en ellas y dialogar con sus autores.
Con ese ánimo, diremos unas palabras sobre La peste, de Camus. La novela narra los hechos imaginarios sucedidos en la ciudad de Orán durante una epidemia de peste en la década de 1940. La historia abarca todo el periodo de la epidemia, desde las primeras señales de su aparición hasta la liberación de la ciudad y la relativa vuelta a la normalidad. Para construir el hilo conductor de los acontecimientos, el propio Camus recurrió a experiencias históricas, como la epidemia de cólera que afectó a su ciudad natal, Orán, a mediados del siglo XIX. A lo largo de la obra, pueden identificarse otras de sus fuentes. Por ejemplo, el epígrafe de la novela es una frase de Daniel Defoe, el famoso autor de Robinson Crusoe, quien también escribió una obra sobre una epidemia publicada en 1722: Diario del año de la peste, que narra la peste que asoló Londres en 1665. De la misma manera, en los primeros capítulos, el protagonista de la novela, el doctor Bernard Rieux, recuerda los tristes días de la peste bubónica en Constantinopla hacia el año 541, durante el reinado de Justiniano, narrados por Procopio de Cesarea en su crónica Sobre las guerras. Estos hechos le sirven para confirmar que la calamidad que amenaza su ciudad es, en efecto, la peste.
Se han realizado numerosas lecturas de la obra, y varias interpretaciones coinciden en que Camus establece una comparación entre la epidemia imaginaria que retrata y la expansión del nacionalsocialismo por Europa, particularmente en Francia. De esta manera, la enfermedad que se extiende por todos los barrios, la reclusión y el estado de exilio al que se ven sometidos los habitantes de la ciudad, así como la lucha resignada que sostienen algunos personajes contra la peste, son una alegoría de la Francia de Vichy. Recordemos que el propio autor dirigió una publicación clandestina que combatía la ocupación nazi. Contar con estos antecedentes permite una lectura más profunda de la novela y facilita el tránsito hacia comparaciones con nuestro presente con mayor solidez; es decir, para comprender nuestro tiempo a la luz de la novela, podemos contrastar los hechos narrados con los sucesos actuales, pero también debemos ir más allá de ellos.
La peor epidemia no es biológica, sino moral
Todas estas vivencias de la crisis son puntos de comparación posibles, pero la obra no se agota en ese horizonte porque su intención es otra. En La peste, Camus esboza el conflicto moral mayúsculo que todo ser humano que asume enteramente su libertad experimenta ante el sufrimiento de sus semejantes. Los personajes de Camus no comparecen solo ante la situación excepcional de una enfermedad que azota una ciudad, sino ante la barbarie humana, que se propaga y golpea al mundo como si fuera una enfermedad. Es en su dimensión de mal social donde Camus aborda el fenómeno y lo transfigura en la metáfora central de la obra. La pandemia es una lucha del hombre contra el hombre o, por el contrario, un lazo solidario aun en la terrible situación del confinamiento y el aislamiento, del exilio y la separación, para decirlo con Camus.
La época de Camus fue un periodo de contradicciones insalvables que acaso nos resulten un poco extrañas porque no hemos vivido crisis tan dramáticas en carne propia (dos guerras mundiales, fascismo, totalitarismo, Guerra Fría). Eso es lo que se refleja en su obra; a nosotros nos corresponde hallar las particularidades de nuestro propio horizonte. Quizás la peste moral de nuestra época sea la indiferencia, la indolencia. El bacilo de esta enfermedad reza: “Siempre que los problemas de los demás no sean los nuestros, no nos conciernen”, pero ahora que surge una crisis global tan categórica, comenzamos a hacernos preguntas realmente serias. Por lo tanto, lo que para Camus operaba como metáfora, para nosotros es un golpe duro de realidad.
Un día nos despierta la epidemia biológica y, al otro, la epidemia del miedo, el egoísmo y la ignorancia. Sufrimos un golpe doble, pero nuestra respuesta debe darse en esa misma proporción: antes que nada, están la defensa de la vida y la protección de los más inocentes, los más vulnerables. Por eso encontramos que, como el doctor Rieux, quienes ostentan el liderazgo moral son quienes enfrentan la enfermedad en los centros de salud. Surge otra vez la pregunta fundamental de Dostoievski: “¿Y si todos fuéramos responsables, por todo, ante todo, y yo más que todos?” La respuesta de Camus también es tajante: no hay manera posible de sortear ni clausurar definitivamente una crisis moral; el ser humano es, en sí mismo, una crisis moral que camina o se queda en casa, pero que no se detiene ni se apaga. Las adversidades, como las epidemias, seguirán surgiendo sin cesar, pero lo que está en nuestras manos es explicarnos los sucesos de acuerdo con nuestras necesidades éticas actuales, con honestidad y sin concesiones, y, en consecuencia, esforzarnos por actuar en esa justa medida.