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Imágenes: 1) Dominio púbico 2) Dmitry Makeev - Creative Commons

Flores, hojas y piedras: instrumentos del arte

08 | 04 | 2020

El artista Nils Udo ha dedicado su carrera a labrar piezas de arte ambiental con objetos y elementos tomados de la naturaleza —fugaces recordatorios de que somos parte de ella.

“El artista no solo debe entrenar sus ojos, sino también su alma”, acertó alguna vez el gran maestro del color, el pintor ruso, Vasili Kandinski. Quizá, ese entrenamiento metafísico implica también el reconocer al mundo que nos rodea como algo sagrado y, desde esta óptica, usarlo como instrumento de expresión artística. El alemán Nils Udo (1937) escogió el mundo vegetal y natural —como una pequeña roca, un tronco o la fugaz hermosura de la hoja de un árbol— para que fueran sus instrumentos de trabajo, y con ellos crear esculturas que deslumbran por su fragilidad y paradójica fuerza.

Activo desde la década de 1960 en lo que se conoce como arte ambiental o arte ecológico —para algunos, sus piezas también podrían ser parte de la corriente conocida como Land Art—, en sus inicios Nils Udo trabajó como pintor, para poco después mudarse de París a la zona rural de su natal Bavaria. Por aquel tiempo llevó su mirada hacia la naturaleza, y con ella (y en ella) dio vida a piezas que llevan implícito un mensaje que hoy es profundamente vigente: el mundo natural es parte sustancial de la realidad y la sensibilidad humanas, y su fragilidad (que es la nuestra) debe ser atendida y reverenciada.

Por estar hechas de materiales degradables, susceptibles de desaparecer, el arte de Udo posee una cualidad efímera, elemento esencial de su obra. Por esta razón, el artista se acercó de forma natural a la fotografía —una manera de capturar, preservar, realidades que están hechas para desaparecer. Así, el conjunto de obras del alemán también nos hablan del paso del tiempo y su relación con lo vivo, de la fugacidad, que hace del presente algo precioso y pone de manifiesto la calidad irrepetible del instante.

En una entrevista, Udo habla de una de las cualidades medulares de su trabajo y de su mensaje:

La naturaleza está todavía completa y es aún inexhaustible en sus refugios más remotos, su magia es todavía real. En cualquier momento, en cualquier estación, en cualquier clima, en su vastedad o su pequeñez. Siempre. Las utopías potenciales pueden ser encontradas debajo de cualquier piedra, en cada hoja, o detrás de cada árbol. En las nubes y en el viento. Desenterrando la poesía en contra del río inhumano del tiempo.

Así, la obra de Udo, que en ocasiones también habita espacios urbanos, es una lucha por re-encantarnos, acercarnos otra vez al mundo natural, sus procesos de creación y regeneración constantes, que muchas veces pasamos por alto en nuestras realidades cotidianas y antropocéntricas. El artista, entonces, no utiliza la naturaleza como instrumento inanimado: hace uso de su parte material pero también de su parte simbólica, su cualidad temporal y cíclica, su capacidad de degradarse y reconstruirse, y es ahí donde se diferencia de otros artistas del Land Art.

Monumentales templos hechos con troncos, enormes nidos de ramas o pequeñas esculturas de rocas flores y hojas, las piezas de Udo, grandes o pequeñas, llevan en sí mismas ese ideal que ya la sensibilidad del romanticismo expuso hace más de un siglo: la naturaleza como la fuente de inspiración más sagrada y pura del arte humano, camino único hacia lo sublime —un recordatorio más de que el hombre no habita la naturaleza sino que es la naturaleza encarnada.

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