Habitar el presente: Festival TRESPOR3

11 | 01 | 2024

El último tercio del festival TRESPOR3, auspiciado por Arte UNAM, concluyó en noviembre pasado. Aquí resumimos el programa de cierre.

Con una terna de intervenciones artísticas y una serie de charlas cerró el festival TRESPOR3, lanzado por Arte UNAM el pasado agosto, y en cuyo comité curatorial participó nuestra compañera Daniela Pérez, de TAE-Arte. Entre el 23 y el 25 de noviembre, los artistas Vanessa Rivero, Rafiki Sánchez y Mauro Pech intervinieron tres sedes distintas de Mérida y, junto a un grupo de académicos y productores locales, participaron en mesas de diálogo, donde plantearon preguntas incisivas sobre el territorio, la identidad y la biodiversidad de la zona maya en la península.

Las tres intervenciones artísticas exploran las heterogéneas dinámicas que separan los contextos urbanos de los rurales en Mérida. Con sus obras, los artistas enhebraron diálogos en torno a las relaciones que la modernidad ha propiciado entre eso que llamamos “naturaleza” y aquello que identificamos como “urbe”. El cimiento teórico común de las tres fue uno de esos verbos cotidianos que, por el hábito, es casi inmune a la revisión crítica: habitar. Los problemas que acerca de esta acción derivaron de las intervenciones artísticas se condensaron en una pregunta: ¿Qué nos lleva a habitar un territorio? La respuesta que bosquejaron es porque así lo dictan “las necesidades del capital”.

Entre el ritual y las ruinas

La frase que resume el fondo de esta tragedia es más o menos conocida. La concibió Walter Benjamin en un ensayo sobre París: “Habitar es dejar huella”. Vivir es dejar rastros de nuestro empeño por ver el final de cada día. Los lugares que habitamos son algo más que los estuches de nuestros cuerpos; allí emplazamos el núcleo de nuestras vidas. A propósito de esto, escribió la filósofa Sonia Baudrin:

Los clavos en este muro, la pintura desigual en mi baño, la cochambre sobre la estufa, las paredes manchadas sin querer por mis portazos, son la estampa más firme de mi vida. Me delatan los espacios que habito, esos a los que mi esfuerzo por hacerlos más habitables ha modificado sin remedio. Habito los sitios que llevan el indicio más evidente de mi empeño para tener una vida sin sobrevida.

 Es decir, solo habitamos los espacios que nuestra presencia transforma. Pero las modernas prácticas desarrollistas, argumentan los tres artistas del festival, se han desvinculado tanto de la naturaleza y de sus “habitantes”, que han reducido a la pura interioridad la potencia humana para dar cuenta de su paso por la Tierra. El espacio público se cubrió de duro concreto, y en él que ya no es posible hallar las improntas de los cuerpos en movimiento. Ahora, no podemos habitar más que ese pequeño espacio que llamamos hogar.

Dos clases de espacios inhóspitos cubren el horizonte urbano: los lugares de paso, que no invitan a la permanencia y donde todo queda igual al final de la jornada, y las ruinas. Ejemplos de aquellos son los muros con sus letreros antigraffiti y las fachadas de las casas que deben permanecer intactas para no comprometer la uniformidad estética del condominio. En cambio, las ruinas no tienen ejemplos: su carácter es móvil. Una ruina lo es para quien puede ver en ella la ausencia de una vida. La investigación arquitectónico-escultural que Mauro Pech desarrolló para el cierre del Festival TRESX3, con la ayuda del constructor Andrés Puga, “Don Rey”, da cuenta de ello.

Su instalación se emplazó en la Casa Lol Be del CEPHCIS UNAM, y buscó indagar en la forma como una comunidad se relaciona con su entorno a través de su arquitectura. Para ello, se las ingenió para enfatizar “la potencia del gesto ritual de ‘amarre’ en la casa maya de construcción colaborativa, en la cual participan familiares, vecinos o gente cercana a la construcción de la vivienda”. La instalación se derivó de una obra previa que el artista desarrolló en su natal Yaxkukul, titulada Medidas que reducen con los años, en la que realizó intervenciones gráficas y escultóricas en una casa maya tradicional abandonada.

Además de presentar su obra, Mauro Pech y “Don Rey” también sostuvieron una charla pública con el sociólogo Ricardo López Santillán acerca de sus hallazgos. Unos días después, participaron con el arquitecto Aurelio Sánchez en una mesa acerca de la arquitectura vernácula y los procesos colaborativos de construcción.

Vestirse de tierra

La intervención de Rafiki Sánchez en la Jardinera del CAV se encargó de teorizar los caminos de resistencia contra el desarrollismo ecocida que, por culpa del “orden del capital”, se encarnó en la península de Yucatán y en miles de sitios como ella ricos en herencias naturales. Orden, homologación, uniformidad, ley: su obra se enfocó en los procesos de represión pública encargados de hacer que todo vista de la misma forma (las mismas cornisas, las mismas fachadas, las mismas puertas, los mismos anaqueles, las mismas sábanas, las mismas toallas).

El título de la instalación con la que Rafiki Sánchez exhibió estos dispositivos de igualamiento represivo es nítido en sus dinámicas y motivaciones: Cómo sobrevivir al apocalipsis en el fraccionamiento Las Américas. En él, el artista —habitante del mismo desarrollo inmobiliario en el norte de Mérida— desplegó “una serie de acciones, prendas y recorridos” para explorar “la posibilidad metafórica de escapar de un sistema urbano homologado —como los fraccionamientos suburbanos— que niegan contextos y lógicas territoriales”.

A la par de su instalación, el artista leyó una ponencia titulada “¿Qué puede ser un vestido?”, donde penetró aún más en su propuesta de sedición simbólica de los cuerpos frente a los procesos de homologación urbana. Este es un fragmento:

Imaginemos este simple gesto, vamos al jardín más cercano, y cavamos un hueco vertical, lo suficientemente grande para insertarnos. Ya adentro regresamos la tierra [al hoyo,] dejando únicamente la cabeza expuesta: entonces estaríamos haciendo un vestido de tierra, ese último manto que cubriría por fin nuestro cuerpo. Imaginemos que nos alejamos un poco y salimos al espacio: entonces podrías ver el cuerpo revestido del globo terráqueo completo, vestido de la totalidad, del TODO. Esta es la clave para responder: ¿Qué puede ser un vestido? Todo puede ser un vestido, inclusive ese que mantiene en resguardo, ese que protege, ese que oculta un sentimiento de rabia, desesperación e impotencia. Toma todo lo que puedas, porque todo puede ser un vestido.

Escucha colectiva: Jardín Punk Sitpach

La obra de Vanessa Rivero es un terrario en el Jardín Punk Sitpach. Mediante el dibujo y la agricultura sintrópica, la obra se ocupó de restaurar un pedazo de “monte” anteriormente destinado a la producción de henequén, para mostrar las interacciones biológicas que la vida requiere para medrar. El ejercicio fungió como una interacción interespecie desde la siembra, el cuidado y la vinculación con la naturaleza.

Además de la intervención, Vanessa Rivero organizó una “escucha colectiva” en el mismo jardín, el pasado 3 de diciembre. Esta práctica se basó en “una serie de ejercicios de atención y experimentación en grupo”, en la que se requirió la escucha activa de cada participante para registrar los sonidos del espacio donde tomó lugar la actividad, como una forma de encontrarse con él. El paisaje sonoro de Vanessa Rivero fue el resultado de la intervención de Alejandro J. Castilla.

En buena medida, la reflexión propuesta por Vanessa gira en torno a la recuperación y fortalecimiento de la soberanía alimentaria. Aprender a cultivar nuestros alimentos, medicinas, tintes naturales y flores nos brinda muchas posibilidades. En esa medida, Sitpach es un proceso artístico a través del cual comprendemos, contribuimos y construimos, al menos en unos metros cuadrados, un mundo mejor.

En este podcast podrás revivir la experiencia de la escucha colectiva en el Jardín Sitpach, junto a Orbis Spike.

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