La narración oral como identidad de los pueblos originarios

21 | 12 | 2020

Ante el avance vertiginoso de la tecnología, es importante rescatar la narrativa oral, que es fuente de imaginación y conocimiento transmitidos de una generación a otra y un valor identitario.

Hubo un tiempo lejano en que las personas mayores contaban historias a los pequeños y los jóvenes, quienes, escuchando con las orejas levantadas y la mirada atenta, aprendían de qué va la vida. Luego llegaron las películas, la televisión, la informática y los dispositivos electrónicos, que comenzaron a reemplazar a los narradores orales y a los cuentacuentos, ahora seres en vías de extinción.  

Sin embargo, la oreja “es el órgano por excelencia de la imaginación, ve y presiente cosas que los ojos no pueden percibir”, como escribió Vladimir Dimitrijević, librero, editor y escritor serbio. Es decir, si uno escucha a un narrador oral ya sea a un anciano ante una fogata, o a un cronista de la radio, o a una madre leyendo en voz alta un cuento a su hijo pequeño, procura, en la mente, representarse (o imaginarse) con detalles la historia que se le cuenta para hacerla verosímil, vital e, incluso, suya. Algo parecido sucede cuando se leen novelas, cuentos o reportajes periodísticos: uno imagina o representa lo que lee. Entonces, se reconstruye una historia oída de la voz de un narrador como se reconstruye un libro o texto leído.

En contraste, la pantalla los televisores, el cine, los teléfonos celulares, las computadoras, las tabletas, los videojuegos, entre otros restituye lo imaginado y se aproxima más al hecho real; no obstante, simplifica y, en muchos casos, empobrece el relato. Con las pantallas, la narrativa se ha aplanado y la creación mental de la imagen es mínima. Tal como ha señalado el maestro de Literatura y escritor francés Daniel Pennac, en la tele, incluso en una película, “todo está dado, nada de conquista, todo está masticado, la imagen, el sonido, los decorados […] la intención del director… [mientras que en] la lectura hay que imaginar todo eso… La lectura es un acto de creación permanente”.

Entonces, las narraciones orales y la lectura nos hacen permanecer más activos que la imagen en directo. La imaginación y la participación son más fuertes. Lo que se escucha o lee es vivido en la cabeza y el corazón. Y no solo eso: la narración oral es el origen de los mitos, del poema épico, de la identidad de los pueblos. Gracias a los depositarios de la tradición oral, se ha conservado una buena parte de la historia cultural de la humanidad. Allí están como ejemplos la Ilíada, la Odisea, la Biblia o el Popol Vuh, que son recopilaciones de narraciones míticas, legendarias, históricas y sagradas.

Así mismo, Jacob y Wilhelm Grimm no inventaron “La Cenicienta”, “Caperucita Roja”, “Blancanieves” o “Hansel y Gretel”, entre otros cientos de relatos; antes los rescataron de la tradición oral y los transcribieron. Su propósito inicial no fue reunir cuentos para niños, sino conservar parte de la historia cultural alemana y construir una identidad nacional, ya que creían que podría perderse para siempre. Por eso, de 1806 a 1812 aproximadamente, y con ayuda de alrededor de 40 personas, los hermanos Grimm se dedicaron a la labor titánica de recopilar mitos, cuentos y leyendas populares transmitidos hasta entonces de manera oral en casi toda Alemania un crisol de reinos, condados y principados pequeños en aquel tiempo, que buscaba su identidad en medio de encarnizadas luchas de poder e invasiones militares. Y, más adelante, al notar el éxito de esos relatos entre los niños, los Grimm procuraron suavizar algunas historias, ya que las había muy crueles, o con sexualidad explícita, o sobre el maltrato y abandono de padres a hijos, lo que era habitual en esa época. Es más, las versiones originales de los Grimm, aunque conservadas, se han visto suavizadas y afectadas en tiempos posteriores por otras ediciones o representaciones, como el cine o el teatro.

Un trabajo de rescate de relatos similar y mucho más reciente al que hicieron los hermanos Grimm, lo han hecho los antropólogos Silvia Terán (mexicana) y Christian Heilskov Rasmussen (danés) en el pueblo maya de Xocén, Yucatán, y con la ayuda de gente originaria de ese lugar, como Pedro Pablo Chuc Pech. La compilación de esos cuentos orales mayas transcritos y traducidos forma ahora el libro Relatos divinos del Centro del Mundo (U tsikbalilo’ob u Chúumuk Lu’um, en lengua maya yucateca), que próximamente publicará Editorial La Vaca Independiente, con la intención de sensibilizar al público en general con la riqueza de la cultura maya yucateca y de contribuir a conservarla.

Los relatos reunidos en dicho volumen fueron recopilados, documentados y seleccionados por Terán y Rasmussen entre 1982 y 2016: 34 años de convivencia con la gente de Xocén, una de las comunidades mayas más tradicionales de Yucatán. Son narraciones transmitidas oralmente de una generación a otra durante cientos o, quizá, miles de años, y explican los orígenes y la resistencia del pueblo maya por conservar su cultura. Cuentos sencillos y de belleza rústica que han sido escuchados alrededor del fuego de los tiempos. Por ejemplo, se nos narra una batalla a la que, por supuesto, nunca asistimos: el duelo entre el rey de los ts’uulo’ob (conquistadores españoles) y el rey de los masewalo’ob (mayas), y debemos imaginarlo e, incluso, reproducir con la mente y el cuerpo los gestos inspirados por el relato. Intensidad o vivencia que se ha ido diluyendo por la pantalla, que es capaz de arrebatarnos “la recreación, y con ello una parte de la creación”, como ha mencionado también Vladimir Dimitrijević.

La tradición oral está perdiéndose en los pueblos originarios ante el avance vertiginoso de la tecnología; de allí la importancia de registrar las narraciones de viva voz, que son un fondo de conocimiento conservado desde una época remota que da identidad a la gente, honra la raíz humana, despierta la imaginación y puede hacernos más nobles.

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