Sobre el poder curativo de los jardines

07 | 09 | 2020

Refugios vegetales, microcosmos colmados de vida, los jardines son, además, fuentes inagotables de salud mental.

Un jardín para caminar y la inmensidad para soñar con ella. ¿Qué más podía pedir? Unas cuantas flores a sus pies y sobre él, las estrellas.


―Víctor Hugo

Desde tiempos remotos, los jardines han existido como contemplativos testigos de nuestra relación con el mundo natural y con la vida que lo habita. El jardín funciona como una metáfora de la humanidad frente a lo salvaje (la naturaleza domada) y es, también, una expresión simbólica de la inocencia y la pureza de la espiritualidad humana. En estos espacios abiertos no solamente se cultivan flores y plantas, ellos guardan múltiples visiones de nuestro universo. Visitar un jardín es, sin duda, una experiencia romántica, espiritual, erótica, poética, reflexiva, artística, filosófica y relajante —es, también, un acto de auto sanación.

Para el neurólogo británico Oliver Sacks (1933-2015), los efectos positivos de la naturaleza en los seres humanos no son únicamente espirituales o emocionales: son también físicos e, incluso, neurológicos.  En su breve ensayo “El poder sanador de los jardines”,el médico afirma que el poder curativo de estas obras de arte del paisaje es (junto con la música) el único método no farmacéutico efectivo para aliviar ciertos síntomas neurológicos producidos por enfermedades como la demencia, el Parkinson o el Alzheimer. Esta es una afirmación contundente, viniendo de un reconocido especialista que dedicó su vida al estudio y tratamiento de enfermedades relacionadas con el sistema nervioso.

Gran parte de la invaluable labor de Sacks se dio durante consultas con sus pacientes. Para él, realizar caminatas en jardines con éstos era una parte fundamental del proceso terapéutico —ya fuera dentro de las instituciones donde estaban internados o en algún jardín cercano a su consultorio. Durante estas sesiones, el neurólogo pudo notar importantes cambios en el comportamiento de los enfermos. Un ejemplo notable es el caso de una mujer que padecía Parkinson y que, debido a su condición, estaba inmovilizada físicamente la mayor parte del tiempo. Sin embargo, cuando ella visitaba el jardín, era capaz de escalar rocas y descender de ellas sin ningún problema y sin la necesidad de la ayuda de alguien más.

Otros pacientes de Sacks con demencia senil (y, por lo tanto, un casi nulo sentido de la orientación) se desenvolvían de una manera distinta, activa y orientada, durante los paseos en jardines. El doctor relata otros ejemplos en su ensayo, acompañados de emotivas memorias autobiográficas, que hacen de esta pieza una lectura imprescindible —en un nivel técnico y también literario— para la valoración y comprensión de estos casi mágicos espacios.

Si bien Sacks aceptaba no tener una explicación científica de estos progresos, es un hecho que hay algo poderoso y positivo en la experiencia dentro de los territorios vivos a los que llamamos jardines. De hecho, son pocos y muy recientes (apenas unos 30 años) los estudios que arrojan teorías científicas aceptadas sobre el efecto que tienen sobre nuestro sistema. Sin embargo, una buena cantidad de ellos coinciden en que, psicológicamente, el jardín significa refugio y sanación. Al estar delimitados físicamente (ya sea con arbustos, árboles o bardas), los jardines provocan una sensación de aislamiento de la vida regular que obliga a reducir el ritmo al que estamos sometidos diariamente; al entrar en ellos, ingresamos repentinamente a un estado apartado de la esfera pública y, por lo tanto, de nuestra cotidianeidad.

Una buena parte de los estudios relacionados con el tema también coinciden en que los beneficios provocados por el contacto con la naturaleza, específicamente en los jardines, detonan funciones biológicas y cerebrales que involucran una mayor agudeza en los sentidos que, a su vez, provoca un estado de alerta relacionado con nuestra instinto animal. También sugieren que, el estar en un espacio natural, entablamos una relación más accesible con nuestro entorno, una que no nos demanda nada más que ser lo que somos y, simplemente, habitarlo unos momentos.

Por último, dichos estudios demuestran que el efecto restaurativo de los jardines sucede al activar en el cerebro un tipo de atención espontánea relacionada con la capacidad de asombro en el individuo —una lección más que necesaria en nuestro presente.

Actualmente, una gran cantidad de instituciones para el tratamiento de la salud mental consideran indispensable contar con un jardín dentro de sus instalaciones. Los poderes terapéuticos de estos espacios son indiscutibles y recomendables no solamente para pacientes, sino para todo individuo que lleve a cabo su vida diaria en condiciones que imposibilitan un contacto frecuente con la naturaleza.

El jardín es un espacio íntimo y atemporal donde es posible la contemplación de seres discretos y llenos de belleza, una experiencia completa e inexplicablemente sanadora: los colores de las plantas, la multiplicidad de sus formas, sus sombras, aroma, e incluso el microclima contenido en este espacio son tan estimulantes como curativos. Esto se debe, tal vez, a que los jardines son también puertas para entrar en nosotros mismos.

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