Rosario Castellanos y su huella
El 7 de agosto, se cumplieron 50 años del fallecimiento de esta escritora mexicana, en cuya vida confluyeron el arte, la literatura, el activismo y el compromiso con las mujeres.
Rosario Castellanos supo ser fiel a sí misma y a su vocación de escritora a pesar del contexto mordaz hacia las mujeres en el que vivió y desarrolló su carrera. Supo hacer memorables, a través de las palabras que escribió, los temas de su vida y de su cotidianidad, que, por ser universales, trascienden la rutina.
Creció como una niña solitaria y obediente, en la meseta comiteca en Chiapas. Nacida en la Ciudad de México, se trasladó con su familia al sureste del país, en donde fue criada por su nana chamula en la hacienda de su familia. Desde muy joven, encontró en la escritura un remanso de compañía en su soledad, de sanación en su dolor, de solidaridad en la rispidez de su entorno.
Rosario se formó en las letras, en la filosofía y en la estética. Obtuvo una maestría en Filosofía y Letras por la Universidad Nacional Autónoma de México y, posteriormente, estudió Estética en la Universidad de Madrid. Fue periodista, escritora, profesora, promotora cultural y diplomática. Pero, sobre todo, fue una mujer que, con su trabajo, dejó un legado invaluable en dos de los ámbitos que en México han tenido una deuda que, a la fecha, no se ha logrado saldar: el feminismo y el indigenismo. Rosario abordó estos temas con su estilo particular, poniéndolos sobre la mesa en un tiempo en el que su entorno los hacía a un lado.
En su doble papel de escritora y feminista, Rosario usó sus palabras para expresar el significado de ser mujer en México. En la obra de teatro El eterno femenino, con audacia, sarcasmo y sentido del humor, retrata la realidad de las mujeres mexicanas de diferentes épocas en su cotidianidad. Otro de sus textos más importantes es su tesis de maestría, Sobre cultura femenina, en el que presenta un estudio sobre el papel histórico de la mujer en la cultura, cuestionando y analizando por qué esta ha sido marginal. En sus poemas, cuentos, ensayos y artículos periodísticos, Rosario fue consolidando una voz que fue pionera en el feminismo en México, y que fue abriendo camino.
Rosario hablaba, escribía y enseñaba. Y con sus palabras provocaba turbulencias necesarias. En una conferencia en el Centro Nacional de la Productividad, insta a las mujeres a no frenar el desarrollo de sus capacidades por miedo a no cumplir la expectativa social de formar una familia:
¿En cuántos casos la renuncia nos admite que el desarrollo de una serie de capacidades no cae en detrimento de la rutina? ¿En cuántos casos las mujeres no se atreven a cultivar un talento, a llevar hasta las últimas consecuencias la pasión de aprender por miedo al aislamiento, a la frustración sexual, y social que todavía representa entre nosotros la soltería?
Para Rosario, una de las principales injusticias que marginaban a las mujeres era la falta de oportunidades de desarrollo intelectual y de realización profesional que existían para ellas respecto a los hombres. En un célebre discurso que pronunció en el Museo de Antropología en el marco del Día Internacional de la Mujer, el 15 de febrero de 1971, Rosario denunciaba la situación desigual en el sentido antes mencionado:
No es equitativo –así que no es legítimo– que uno tenga la oportunidad de formarse intelectualmente y al otro no le quede más alternativa que la de permanecer sumido en la ignorancia.
No es equitativo –y contrario al espíritu de la ley– que uno tenga la libertad de movimientos mientras el otro está reducido a la parálisis.
No es equitativo –luego no es legal– que uno sea dueño de su cuerpo y disponga de él como se le dé la real gana mientras el otro reserva ese cuerpo no para sus propios fines, sino para que en él se cumplan procesos ajenos a su voluntad.
No es equitativo el trato entre hombre y mujer en México.
Y fue justo aquello lo que Rosario combatió con su propio ejemplo, además de con sus palabras. Castellanos fue prolífica en su obra, no dejó nunca de lado su pasión por la escritura. Reflejó su feminismo en su misma vida, en sus decisiones, en su manera de afrontar su realidad. Tuvo sus propias vicisitudes, muchas relacionadas con los mismos roles y cargas que ser mujer en el México de la primera mitad del siglo XX representaba. Rosario tenía sus propias inseguridades, sus propias tensiones internas, como bien afirma Elena Poniatowska cuando escribe sobre Castellanos en su libro ¡Ay vida, no me mereces! Sin embargo, y a pesar de ello, Rosario supo ser fiel a sí misma, siguiendo su vocación de escritora, aferrándose a ella en un entorno en el que los temas que abordaba —y su manera de abordarlos— provocaban que, entre el medio literario y artístico del momento, fuera “considerada inferior, caserita, simple, fácil de hacer a un lado”.
Rosario transformó su realidad en legado, su cotidianidad en material de reflexión, y sublimó su dolor transformándolo en arte. No dejó de lado su pasión por la escritura y se atrevió a alzar la voz sobre lo que percibía como injusticias relacionadas con el género en una sociedad en la que, como también afirma Poniatowska, “aún no la merece, como no merece a ninguna de las mujeres que intentan un camino distinto”. Es por eso que Rosario es una mujer digna de recordar y una inspiración para mujeres de las siguientes generaciones. Es una de las mujeres que, en la historia cultural, social y artística de México, dejó una huella profunda y expandió nuestros horizontes.