Sobre las palmeras caminantes del sureste
Un homenaje a un árbol casi mágico que habita el sur de nuestro país.
Cada mañana las selvas amanecen envueltas en mantas de nubes. Bajo su verde tapiz, la vida se desliza, canta, gruñe, mientras los árboles captan la luz del sol, haciendo sombra para los que los habitan a sus pies. Todos los días, la vida en su forma más pura se construye y se reconstruye en la naturaleza. Y es que las junglas son los hábitats vivientes más antiguos del planeta (y, posiblemente, los más exuberantes). Es posible rastrear el origen de algunas selvas a más de 70 millones de años, cuando los dinosaurios todavía habitaban nuestro planeta. Y aunque con el paso de las eras, algunas especies se han extinguido y han surgido nuevas, este ecosistema ha encontrado, una y otra vez, la forma de regenerarse y volver a florecer —de ser el refugio de seres extraños y maravillosos.
Las selvas son hogar generoso de miles de criaturas: mamíferos, orquídeas de todos colores, insectos imperceptibles al ojo humano, árboles de todo tipo —con troncos gruesos, rugosos, largos, inmensos, pequeños— y, aunque cueste trabajo creerlo, palmeras que caminan.
Las palmeras que caminan
Como si hubieran nacido en la mente de un escritor, en 1961 el mundo científico se percató de la existencia de un tipo de árbol capaz de trasladarse de un lugar a otro. Su nombre es Socratea exorrhiza, una especie vegetal que pertenece a la familia de las palmeras y es endémica de las selvas tropicales de Centro y Sudamérica —incluidas las selvas del sureste de México.
Este extraño ejemplar llega a medir más de 25 metros y entre sus características principales están su tronco sin ramas y sus raíces aéreas en forma de zancos, largas y flexibles (como piernas) que crecen sobre la tierra.
De acuerdo a algunos estudios científicos, la magia de este árbol radica en que tiene la sensibilidad para detectar cuando la tierra debajo de él se erosiona. Entonces crea raíces nuevas capaces de moverse hacia un espacio diferente en el que haya más nutrientes en el suelo y más sol. Increíblemente, estas trayectorias llegan alcanzar más de 20 metros al año y en ellas la Socratea exorrhiza se inclina mientras sus tallos se elevan lentamente en el aire.
Hay que destacar que esta “caminata” todavía es un motivo de debate entre los expertos. Hay quienes sugieren que el movimiento de la palmera es casi una ilusión óptica, y que en realidad está fija en la tierra como otros árboles.
La Reserva de la Biosfera de Sumaco
Por su rareza, las palmeras caminantes no son fáciles de encontrar. Sin embargo, se han hallado varios ejemplares en un parque nacional ubicado al sur de Quito, la capital de Ecuador. Esta reserva es parte de la Amazonia y en ella coexiste un mosaico de áreas naturales que han fascinado a los científicos por su diversidad. Solo en este bosque hay más de 100 tipos de palmeras, de entre las cuales al menos 60 son endémicas.
Además, este parque, hogar de las palmeras caminantes, ha sido el refugio de muchos pueblos a lo largo del tiempo. En la actualidad, alberga comunidades que trabajan por encontrar formas más sustentables de vida y para contrarrestar los efectos del cambio climático.
Las palmeras que caminan son una metáfora sublime del movimiento y el cambio, de la fuerza de la supervivencia y de la resiliencia del mundo natural. Su mágica existencia, además de impresionarnos, recuerda que todo es relativo y que, tal vez, el ser humano se parece más a las plantas de lo que cree: las plantas también intentan salvarse y encontrar una tierra fértil para vivir mejor.