Perspectivas sobre Ernst Haeckel (estudios y bocetos)

06 | 07 | 2020

Haeckel emprendió un trabajo científico y artístico incansable, acuñó términos como el de ecología e identificó miles de nuevas especies.

En septiembre de 1859 el joven médico Ernst Haeckel llegó a Messina. En el Mediterráneo, lejos de su natal Potsdam y sumergido en una travesía de encuentro personal, además de a sí mismo, Ernst esperaba hallar el objeto que le permitiera emprender su trabajo científico y lo alejara para siempre de la profesión hipocrática que tanto le desagradaba. Ávido de viajes y descubrimientos como los de Alexander von Humboldt y Charles Darwin, Ernst pensaba que allí, en esas cálidas tierras meridionales, podría seguir los pasos de Goethe, quien más de medio siglo atrás también emprendiera su propio Grand Tour por esas latitudes. Haeckel era el escenario de una apasionada lucha entre la ciencia y el arte, ignoraba a cuál de las dos vocaciones habría inclinarse y a cada momento le parecía que renunciaría a una para abandonarse a la otra. Aún no se presentaban ante él los pescadores sicilianos con sus cubos de agua en los que habría de descubrir los motivos diminutos de todo su porvenir, uno que le permitiría la síntesis de todas sus inclinaciones: los radiolarios.

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Aunque el término “genio” ha sido degradado y clasificado en la lista negra de las palabras sospechosas, Robert G. Richards opina que si genio significa todavía “creatividad sorprendente, incansable industria y un profundo talento artístico, el calificativo no debería ser negado a Ernst Haeckel”. Cuando Darwin observó los dos volúmenes con láminas de radiolarios que el alemán le envío en 1864, dibujadas por él mismo, le escribió que eran las obras más magníficas que había visto y que estaba orgulloso de poseer una copia del autor. Darwin reconoció en Haeckel a un biólogo de “exquisito sentido artístico y una impresionante habilidad de investigación —escribe Richards—, además de un pensador que obviamente apreciaba su teoría”. 

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En sus Momentos estelares de la humanidad, Stefan Zweig narra la hazaña que significó establecer la primera comunicación telegráfica transoceánica entre América y Europa. Zweig nos cuenta la manera en que los marineros lucharon contra el clima del Atlántico Norte y padecieron dolores de cabeza insufribles con las dos mil millas de cable que debían desenrollar y tender a través del lecho oceánico entre Irlanda y Terranova. Mientras el joven Haeckel estudiaba medicina en Wurzburgo, Cyrus W. Field ponía en juego todo su capital en el tendido de ese cable. Tras varios intentos que culminaron en fracasos y los consiguientes esfuerzos por recuperar el cable de la oscuridad abisal, la tarea se consiguió definitivamente el 28 de julio de 1866, esta es la proeza narrada por Zweig; pero al tiempo que se transmitía la primera palabra a través del océano, había otro momento estelar jugándose en silencio: cada vez que los hombres de abordo lograban rescatar un cable del fondo del océano, el cable salía revestido con una extraña sustancia. A la vista del microscopio, estas jaleas acuáticas resultaron ser células. Así el océano se reveló como una sopa orgánica: zooplancton, fitoplancton (hermanos errantes de los gigantes marinos); el fondo del mar no estaba muerto ni congelado como algunos habían pensado hasta entonces. A ese momento estelar Haeckel dedicaría toda su vida. Esponjas, medusas, anemonas y radiolarios habían esperado desde el Cámbrico su momento ante el retrato. 

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Radiolario  

Del latín científico Radiolaria, derivado de radiolus: “esqueleto de un equinodermo fósil”.

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El compromiso de Haeckel con Anna Sethe duró más que su matrimonio. Ernst y Anna no se casaron sino hasta que él pudo consolidar su posición como catedrático. Antes de cumplir dos años juntos, Ana murió después de una breve enfermedad. Un mes después Haeckel enviaba una carta a sus padres en la que parafraseaba al Mefistófeles de Goethe: “Todo lo que se alza y tiene valor se convierte en nada”. Con los años, Ernst bautizó un par de medusas con el nombre de su esposa: la Mitrocoma anna yla Desmonema annasethe. Haeckel las dibujó a ambas. La Mitrocoma anna aparece en El Sistema de las medusas yla Desmonema annasethe es la lámina ocho de Formas artísticas en la naturaleza. A la Mitrocoma anna la describe así: 

Pertenece a las más encantadoras y delicadas de todas las medusas. La observé por primera vez en la bahía de Villafranca cerca de Niza en abril de 1864. El movimiento de esta maravillosa eucópida ofrece una vista mágica, y disfruté algunas horas felices observando el juego de sus tentáculos, los cuales caen como blondos ornamentos de cabello desde el borde de la delicada sombrilla y, con el movimiento más suave, se enrollan en densos espirales… Nombro a esta especie, la princesa de las eucópidas, en memoria de mi inolvidable y genuina esposa, Anna Sethe. Si durante mi peregrinaje por la Tierra he tenido éxito en conseguir algo para la ciencia natural y para la humanidad, le debo la parte más grandiosa a la noble influencia de mi talentosa esposa, quien me fue arrebatada desde su repentina muerte en 1864. 

Cuando Haeckel construyó su casa en Jena la llamó Villa Medusa. 

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Andrea Wulf pone de relieve la intrínseca relación de influencia y continuidad de pensamiento que hubo entre Goethe, Humboldt y Haeckel. Antes de emprender su viaje, Humboldt estableció un vínculo estrecho con Goethe en Jena, platicaban largas horas sobre arte, naturaleza y mente, y emprendían paseos y recreos en los que echaban a volar sus mentes de propensión ecuménica. Alentados mutuamente, el naturalista culminó su formación bajo la influencia del poeta y el poeta revitalizó su afán por la búsqueda incesante de conocimiento, a tal grado que el carácter de Fausto está embebido de presencias humboldtianas. En el trópico americano, Humboldt descubriría la naturaleza como un todo vivo y dejaría constancia de estas observaciones en sus libros de viajes y sus tratados científicos. La vocación de Haeckel surgió de estas lecturas a las que se aproximó desde la primera juventud. Y para cuando concibió su Morfología general de los organismos, tras la muerte de Anna, además de convertirse en un defensor a ultranza de la teoría de la evolución, el campeón alemán del darwinismo, Haeckel estaba listo para darle nombre a la disciplina de Humboldt: ecología. Según esta nueva ciencia —cuya etimología proviene de la voz griega oikos (hogar)—, todos los organismos están relacionados como una familia que ocupa una vivienda, y como familia, sus miembros pueden ayudarse mutuamente o entrar en conflicto. 

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“Todas las familias felices se asemejan; cada familia infeliz es infeliz a su modo”. Lev Tolstói.

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Haeckel comenzó a pintar sus protozoarios en una época en la que el daguerrotipo aún era novedad. El alemán poseía la increíble habilidad, vista muy pocas veces por sus mentores, de posar un ojo en la lente del microscopio mientras con el otro se ayudaba a dibujar las diminutas estructuras de los tejidos con exquisito detalle. A pesar de las fotografías de alta resolución de nuestros días, los trazos de Haeckel nos siguen impresionando aunque por razones distintas a las de sus coetáneos: lo que a ellos les parecía la revelación de una entelequia de otro mundo, a nosotros se nos figura un artilugio todavía muy hermoso pero anacrónico. Sus trazos de reminiscencias góticas nos remiten a una vieja arquitectura vanguardista de texturas vegetales; o bien, nos trasladan al imaginario espacial de las películas de ciencia ficción de hace medio siglo. La arquitectura y el diseño espaciales de los alienígenas en algo debían parecerse a los paneles cóncavos y formas orgánicas de los sifonóforos de Haeckel; lejos estábamos del minimalismo futurista en blanco y negro que satura las pantallas de hoy. Las láminas de Haeckel evocan una serie de visiones un poco fosilizadas aunque llenas de color; ante la falta de una profundidad manifiesta, Haeckel ofrece varias perspectivas bidimensionales de sus medusas; las vemos de perfil, ora por encima, ora por debajo o recortadas en segmentos. En los documentales más recientes apreciamos una medusa flotando en el agua y desdoblándose en una marea de azules, una explosión de colores en 3D a la que nos vamos acostumbrando. Un conjunto de radiolarios visto a través de un microscopio electrónico y trasladado a nuestros dispositivos se asemeja a otro género de imágenes muy en boga también: las fotografías de regiones remotas del universo. Contemplados así, los radiolarios parecen galaxias lejanas, nebulosas diminutas, supernovas de ácidos nucleicos, cúmulos estelares devorados por tiburones peregrinos. 

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Entre 1899 y 1904 Haeckel publicó una serie de diez folletos llamados Formas artísticas en la naturaleza. Los folletos formaban una colección de cien láminas que mostraban sus “tesoros ocultos” y que luego tendrían implicaciones en el desarrollo del Art Nouveau. Muy pronto, otros artistas emularon estos motivos orgánicos para sus respectivos fines. Émille Gallé realizó su cosecha marina y transformó el laboratorio de Haeckel en un estudio de artes decorativas; la “cristalina medusa —dijo Gallé— aporta nuevos matices y curvas al vidrio”. El arquitecto René Binet utilizó las imágenes de criaturas marinas de Haeckel para construir la Puerta Monumental de la Feria Universal de París en 1900. Miles de personas atravesaron este radiolario desaforado a pie. 

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