Avería: Frida, el vuelo y la risa
El dibujo “Ave-ría” del Diario de Frida Kahlo es una obra fascinante por enigmática. El juego de palabras que la titula es un conjuro que transforma el dolor en dicha.
Nada vale más que la risa y el desprecio.
Es fuerza reír y abandonarse. Ser cruel y ligero.
La fractura de la vida, una falla elemental, la columna rota, la pierna calamitosa, esa piel amortajada por un rumor de ojos verdes que, como espadas, se apresuran a hacer trizas su máscara serena sin atinar jamás al blanco, y las alas rotas: los márgenes de la locura, un vuelo impreciso, el movimiento imposible, la victoria de la noche. Todo ello componía ese cuerpo, el cuerpo de Frida, vestido de heridas, de rumores tempestuosos y de magia discreta. Lo decisivo de ese cuerpo es la avería, es decir, el desgarro, la fragmentación, la contradicción y la dispersión de todo lo que concierne a su particular ser-carne lacerada, pero viva: el dolor y el deseo, el tormento y la dicha, la constante lucha interna y la voluntad invicta.
Frida, la mujer-estatua, la mujer averiada, el ave que ríe… Frida fue también un cuerpo metamorfoseado en los símbolos —pictóricos, poéticos, históricos, biográficos— de un rito privado para transgredir la verdad de su dolor; un cuerpo vivo que habló a través de un cuerpo posible, campo de batalla donde Frida (la del color, el erotismo, el estruendo, el humor) se enfrentó a la otra Frida (la de la locura, la tragedia, la soledad, la desesperación) con tal de recuperar lo que restaba de su cuerpo dividido. La avería fue la verdad más constante de su vida, el núcleo que resguardaba el batir contradictorio de sus alas, la alquimia donde las palabras fueron más que una marca desiderativa: su cuerpo averiado, su cuerpo de ave herida, su cuerpo en el dibujo fue el testigo de su martirio, pero también el principio de un conjuro curativo.
Esa ave sobrevuela el principio de su propia reconstitución: la ave-ría disectada y resignificada por su vuelo está ordenando el crecimiento de nuevas alas; la ave-ría es el alivio de su cuerpo desintegrado.
Yo soy la desintegración: la avería
En septiembre de 1925, frente al mercado San Lucas, en el cruce de 5 de febrero y Fray Servando, un tranvía embistió al autobús en el que ella viajaba. Su columna vertebral se hizo añicos y se le fracturaron ambas costillas, la clavícula, el hombro izquierdo y la pierna derecha, afectada de por sí por una poliomielitis que contrajo a los seis años. Un pasamanos le atravesó la espalda a la altura de la pelvis y le salió por el área genital. El impacto le arrancó la ropa, y una lluvia de polvo de oro que un artesano llevaba consigo se esparció en el aire y se posó sobre su cuerpo desnudo y ensangrentado —o colorado, como ella prefería adjetivarlo.
Lo primero que pensó cuando recobró la conciencia fue en buscar el “balero de bonitos colores” que había comprado aquel día; los que la vieron agonizando en el pavimento con su rocío áureo creyeron que la “bailarina” de las piernas rotas había muerto.
Siguen los vectores su dirección primera. Nada los detiene. Sin más conocimiento que la viva emoción. Sin más deseo que seguir hasta encontrarse. Lentamente. Con enorme inquietud, pero con la certeza de que todo lo rige la “sección de oro”. Hay un acomodo celular. Hay un movimiento. Hay Luz. Todos los centros son los mismos. La locura no existe. Somos los mismos que ya fuimos y seremos. Sin contar con el estúpido destino…
(Diario de Frida Kahlo, lámina 19)
Antes de 1925, el arte le interesaba menos que el deporte. Cuando se recuperó de la polio, su padre la animó a practicar futbol y boxeo para completar su rehabilitación, y desde entonces su vida giró alrededor de su motricidad hasta que comenzó a trabajar como aprendiz en el taller de Fernando Fernández Domínguez, donde aprendió a dibujar. Si antes el movimiento era su terapia principal contra la avería, tras el accidente pasaron a serlo la quietud y el reposo. Recostada en su cama, con un corsé de yeso que la inmovilizaba desde la clavícula hasta la pelvis, se pasó tres meses contemplándose en el espejo que su madre había colgado del dosel y pintando autorretratos. Un mes después del accidente, a ella le dijo en cuanto la vio entrar al cuarto de hospital: “no he muerto y, además, tengo algo por qué vivir; ese algo es la pintura”.
El país del punto y la raya: el ave
Neferisis la bella, la mujer liberada, la cómplice soberana, “la inmensamente sabia”, se casó con Akenatón, Ojo-único, un mes “caluroso y vital”. De su unión nacieron Neferúnico —el barbado fundador de Lokura, el de la “rara faz”, el oído aguzado y la sinofridia—, y Neferdós, la severa esfinge de los tres ojos y el corazón ectópico a la que la acompaña un ave con las alas sangrantes: un ave irregular, malherida, desfigurada, tullida y agónica que, para no caer, bate sus alas a tal velocidad que parecen multiplicársele.
Allá, Neferisis y Akenatón se abrazan. Ella es el ave atormentada; él, la piedra inflexible. Ella es una paloma; él, un elefante. Él vive atado a la tierra: a lo tangible, lo áspero y lo voluptuoso; es pesado, torpe y no puede volar. Ella casi nunca se posa en la tierra por temor a que la pise el elefante. Él pinta murales y ella pequeños retratos; él es alto y corpulento; ella, un pequeño cuerpo roto. Ella emprende el vuelo a su imperio de símbolos; él permanece en su reino de monumentos fugaces. Ella provee el color; él lo recibe. Ella es un ave graciosa, pero averiada; él también está averiado, pero es un animal áptero. Ella ríe y vuela en el cielo estrellado; él calla (“la vida callada dadora de mundos”) y se apaga como un espejo en la noche. Y como la ave-ría, la pareja está separada por el rumor de un vuelo colérico.
La ave-ría
La casa de las aves, la estatua ruinosa y un pasado siniestro: la avería es un sol que corona la vida de Frida, que le ayuda a asumirse como cuerpo afligido, como cuerpo alado, como sustancia etérea donde el dolor es apenas un capricho de su propia imaginación. “Ave-ría” es un diálogo interno, mediado por los elementos decisivos de su pintura y las diversas oscilaciones (muchas veces antagónicas, pero casi siempre suplementarias) de sus empeños artísticos: aquí las alas están rotas (lámina 124 del Diario) y allá sustituyen un vacío concluyente (lámina 134); aquí, el vuelo en picada de un ángel anuncia el fin de la vida (lámina 67), y allá el ascenso celestial anuncia la renovación de los días a través del sueño (lámina 92).
Y aquí, la avería es un arreglo, el conjuro autoficcional para rescatarse y unificarse de nuevo. Cuando se confiesa averiada, Frida se escribe: le arrebata su infortunio al feroz azar y al capricho divino para recuperar su libertad enmudecida. La ave-ría bifurcada, de pronto deja de ser un sustantivo y se transforma en un vocativo para nombrarse cuerpo alado y en un imperativo para confrontar su dolor, para doblegarlo (doblegarse en tanto que cuerpo) y transformarlo (transformarse) en comedia. Para ordenar su cuerpo. De pronto, la avería deviene un precepto que de un tajo pretende arrasar consigo misma: ¡Ría, Ave! Le exijo que ría porque “es fuerza reír y abandonarse, ser ligero”.
En ese calambur (“avería / Ave, ría”), Frida pone de manifiesto su calvario, pero también echa a andar una compleja operación simbólica con la que puede restaurar la sustancia primigenia que ha sobrevivido a la decadencia de su cuerpo. Las dos Fridas quieren reír para volver a reunirse, para ser de nuevo un solo revoloteo. Frida le ordena a Frida que ría y que retorne a su lado, aunque sabe bien que no lo hará, porque esa fractura fundamental las condena y las sustenta: ¿de qué vivirán el punto, la raya y las palabras cuando se disuelva la imagen del espejo?
A Frida la martiriza su avería, la mancha fundamental de su vida, pero sabe que sin ella dejaría de aletear para siempre, porque esa mancha fue el principio de la pintura, de las palabras y del tiempo; fue su principio:
¿Quién diría que las manchas viven y ayudan a vivir? Tinta, sangre, olor, no sé qué tinta usaría que quiere dejar su huella de tal forma […] Mundos entintados — tierra libre y mía. Soles lejanos que me llaman porque formo parte de su núcleo. Tonterías. ¿Qué haría yo sin lo absurdo y lo fugaz?
(Diario de Frida Kahlo, lámina 47)
*Esta reflexión nació en la pasada edición del taller 21 días con Frida. Si quieres conocer mejor obras como “Ave-ría” y explorar tu propio proceso de transformación por medio del arte, no dudes en adquirir El diario de Frida Kahlo. Una nueva mirada y Cuaderno íntimo inspirado en Frida Kahlo en la tienda de La Vaca Independiente.