Traspatio Maya: el camino hacia la soberanía alimentaria

13 | 10 | 2022

Conversamos con Lía Arcila y Ana Paulina Rubio de Traspatio Maya sobre cómo las redes de pequeños productores dedicados a las prácticas sustentables son el primer paso hacia la soberanía alimentaria.

¿Cómo surge Traspatio Maya? ¿Quiénes conforman el proyecto y cuáles son sus objetivos sociales, económicos y ecológicos?

Lía: Traspatio Maya es una plataforma comercial creada para representar a diferentes productores de la península de Yucatán. Estos se dividen en cuatro grandes grupos, según los productos que comercializan: miel melipona, maíz criollo, las sales de Celestún y las hortalizas. La idea surgió porque en los proyectos de Fundación Haciendas del Mundo Maya (FHMM) existe un interés por la seguridad alimentaria, que se trabaja en cada una de las comunidades en las que tenemos presencia. El proyecto no nació para comercializar las hortalizas, sino para que los productores tuvieran una fuente de alimentos que les diera independencia para no tener que salir a comprar y la garantía de que van a tener para comer sano. El proyecto fomenta la organización de los grupos y el desarrollo de habilidades, conocimientos y prácticas que ayuden a las personas a combatir la inseguridad alimentaria.

Cuando las capacidades de los grupos superaron sus necesidades de autoconsumo, desde FHMM nos preguntamos cómo vincular esta producción de excedentes con mercados diferenciados, cómo armar esa cadena de valor completa, bajo el marco de la economía social solidaria y del comercio justo.

Además, el proyecto tiene un compromiso fundamental con la recuperación de prácticas ancestrales, como el solar maya y el huerto de traspatio. Lamentablemente, muchos saberes se han ido perdiendo por una cuestión de urbanización que aleja a la gente del proceso de producción de sus alimentos y los obliga incluso a desplazarse a otras comunidades para tener acceso a ciertos productos.

¿De qué se trata el programa “Pide tu huacal”? Además de los beneficios económicos, ¿qué beneficios sociales han observado a lo largo del camino? ¿Qué nuevos vínculos se generan a partir de este tipo de intercambios?

Paulina: A partir de la demanda del sector gastronómico —muy influenciados por René Redzepi y la temporada del restaurante Noma en Tulum—, los productores se agruparon para juntar sus excedentes y poder suplir de una manera más organizada y directa a los restaurantes. En este ejercicio, los productores encontraron una forma de tener este ingreso como comunidad, y buscaron formas de continuarlo y ampliarlo. Es aquí cuando surge “Pide tu huacal”, un programa que funciona a través de la venta de membresías para ir surtiendo semana con semana con distintos productos de sus traspatios (los cuales incluyen frutas, semillas, hortalizas, condimentos, etcétera).

El objetivo social de esta iniciativa son las comunidades locales y la generación de un ingreso justo y sostenible. A partir de la venta de las membresías, que son un compromiso de veinte semanas que hacen cliente y productor para garantizar un ingreso a este, y producto a aquel. Además, hay un objetivo ecológico, pues todo lo que se cultiva y se cosecha en los traspatios lleva prácticas agroecológicas, pues se cuida que sean semillas nativas y que cumplan con una función dentro del ecosistema de la comunidad

Lía: También el proceso de concientización de los consumidores es un tema de soberanía alimentaria, pues la seguridad alimentaria no se limita a producir los alimentos, sino también a generar una sensibilidad en la gente respecto a su relación con la comida. Bajo el mismo enfoque, también se trata de permitir que otras personas se involucren y que se vayan generando alianzas y vínculos entre las personas que cultivan la comida y quienes la comen.

Paulina: Para esto, buscamos guiar el proceso de recetas con los ingredientes menos conocidos, porque también hay que mostrar y consumir lo que hay en el entorno. El consumo local incide directamente en la sustentabilidad, pero también significa normalizar muchos productos y volver a reconocer cómo se ven y cuáles son sus ciclos en la naturaleza.

¿Quiénes y de dónde son los productores locales que participan en el programa? ¿Cómo se genera el vínculo con ellos?

Lía: En cuanto a las hortalizas, trabajamos sobre todo con mujeres cuya labor principal tal vez no es ser productoras —pues se asumen más bien como cuidadoras—, pero para quienes esta es una actividad complementaria que les permite tener un ingreso justo, seguridad alimentaria y ahorro.

En las comunidades existen otras actividades de traspatio, como la meliponicultura. Esta miel no se consume tanto como alimento, sino que tiene toda una contextualización cultural. La miel melipona es endémica de la región y se utiliza sobre todo con fines medicinales. A partir de los intercambios que organizamos con otros grupos para promover el aprendizaje colectivo, muchas personas decidieron implementar este sistema productivo en sus solares. Sin embargo, como la construcción de los meliponarios representa una inversión fuerte, lo que se hace es organizar grupos para que entre todos cuiden un meliponario. Las cosechas (que se hacen una o dos veces al año) se reparten de forma equitativa.

Por la naturaleza de su producción, la sal no entra dentro de la categoría de traspatio. No obstante, trabajamos con pequeños productores de sal en Celestún y los conectamos con personas que se dedican al procesamiento artesanal de ese producto.

¿Cuál es el efecto de situar estos huertos en un contexto doméstico, tan cercano a las personas y a sus actividades e interacciones diarias?  ¿Han notado que esta práctica contribuya a cultivar los vínculos familiares y comunitarios? ¿Qué implicaciones tiene a nivel personal, cultural e ideológico?

Paulina: Las mujeres productoras con las que trabajamos hablan mucho sobre cómo este tipo de proyectos resignifica su papel como cuidadoras y les da autonomía e independencia económica, pues tocan una labor que les apasiona. Con la pandemia, el cultivo se volvió aún más importante no solo a nivel personal, sino también a nivel social, pues en muchos casos se convirtió en el único ingreso de las familias. Entonces se dio también un proceso de concientización y de transformación respecto al papel de las mujeres y de los trabajos que realizan. Ese nivel de transformación se ha visto en el tema del machismo, pues en el nuevo paradigma la mujer puede ser muchas cosas, además de la proveedora. Resulta entonces que estas prácticas, por un lado, involucran y fomentan el sentido familiar y de comunidad, y por otro, vinculan la soberanía alimentaria con otros tipos de soberanía.

¿Cómo se rescatan las técnicas ancestrales del cultivo de traspatio, y cómo se adaptan a las necesidades y al desarrollo tecnológico de la actualidad?

Paulina: La base es compartir y entendernos como parte de un mismo conjunto, no como proyectos aislados. En ese sentido, nos concebimos como una red; hay mucho intercambio de saberes a través de la región, y FHMM fomenta eso: escucha lo que cada productor quiere hacer y cómo le interesa crecer, y busca concretar la unión con otros productores que busquen o se interesen por lo mismo.

Al mismo tiempo que buscamos la circulación del conocimiento, nos adherimos a estándares y directrices de calidad. Buscamos a personas e instituciones especialistas en los diferentes temas que conciernen a la comunidad, y los ponemos a disposición de las comunidades para que puedan conocerse y compartir sus prácticas y conocimientos. Es un proceso de transformación constante, y aunque algunas herramientas se han ido modernizando, todo sigue muy centrado en la tradición.  De esta forma, poco a poco se van recolectando los saberes de aquí y de allá y se van creando estilos propios de producción, siempre bajo estándares que vamos acompañando desde Traspatio Maya.

¿Consideran que sería viable replicar este modelo de producción en otras localidades de la península y del país? ¿Sería posible adaptar esta práctica a un espacio urbano?

Paulina: Esto es curioso. Existe un mercado interesado en colaborar con proyectos social y ecológicamente sostenibles, y la pregunta ahí es cómo conseguir que haya más traspatios en México. Ese es un reto muy grande que implica establecer redes a nivel nacional para empezar a compartir prácticas y ver cómo podemos ayudarnos en el proceso. Además, aunque el modelo es muy noble y eficiente, no es tan fácil de replicar pues está basado en estatutos sociales muy claros y no genera utilidades. Entonces: sí es viable, pero es retador, sobre todo porque se trata de recursos naturales que deben entrar en la ecuación de producción y consumo. Hay muchos que ya lo hacen, pero creo que siempre nos ha faltado mucha comunicación entre todos los proyectos para coordinar los esfuerzos.

Lía: Así como existe Traspatio Maya, también está Taller Maya, una plataforma comercial de artesanías. Ambos proyectos comparten este enfoque de unir esfuerzos para ampliar el alcance no tanto comercial como de conocimientos. Es posible replicar este modelo en otros espacios y para otros productos, pero todo se basa en la colaboración. Sería cuestión de unir esfuerzos con organizaciones que trabajan bajo el mismo enfoque, buscar el intercambio de experiencias y visitas, compartir conocimientos entre productores, etcétera.

Paulina: Precisamente ahorita estamos trabajando de la mano con un restaurante para utilizar ka’anches —que en maya significa “cultivo elevado”— para que la gente que vaya a comer coseche sus hortalizas. Notamos que los ka’anches se han vuelto menos comunes en las comunidades, pero su demanda ha crecido en la zona urbana porque son una forma de aprovechar espacios pequeños y adaptarlos para cultivar.

Lía: De hecho, este tipo de cultivo surge como un método de adaptación de las culturas mayas a los diferentes tipos de suelo en la península. Los ka’anches fueron siempre una herramienta adaptativa para resolver ese problema de falta de espacio.

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